18 abril 2021

III Domingo de Pascua - 18 de abril de 2021

1. En este tercer domingo del tiempo pascual, la liturgia pone una vez más en el centro de nuestra atención el misterio de Cristo resucitado. Victorioso sobre el mal y sobre la muerte, el Autor de la vida, que se inmoló como víctima de expiación por nuestros pecados, "no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre" (Prefacio pascual, III). Dejemos que nos inunde interiormente el resplandor pascual que irradia este gran misterio y, con el salmo responsorial, imploremos: "Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro". 

En la página evangélica, san Lucas refiere una de las apariciones de Jesús resucitado (cf. Lc 24, 35-48). Precisamente al inicio del pasaje, el evangelista comenta que los dos discípulos de Emaús, habiendo vuelto de prisa a Jerusalén, contaron a los Once cómo lo habían reconocido "al partir el pan" (Lc 24, 35). Y, mientras estaban contando la extraordinaria experiencia de su encuentro con el Señor, él "se presentó en medio de ellos" (v. 36). A causa de esta repentina aparición, los Apóstoles se atemorizaron y asustaron hasta tal punto que Jesús, para tranquilizarlos y vencer cualquier titubeo y duda, les pidió que lo tocaran —no era una fantasma, sino un hombre de carne y hueso—, y después les pidió algo para comer.

Una vez más, como había sucedido con los dos discípulos de Emaús, Cristo resucitado se manifiesta a los discípulos en la mesa, mientras come con los suyos, ayudándoles a comprender las Escrituras y a releer los acontecimientos de la salvación a la luz de la Pascua. Les dice: "Es necesario que se cumpla todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí" (v. 44). Y los invita a mirar al futuro: "En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos" (v. 47).

Toda comunidad revive esta misma experiencia en la celebración eucarística, especialmente en la dominical. La Eucaristía, lugar privilegiado en el que la Iglesia reconoce "al autor de la vida" (cf. Hch 3, 15), es "la fracción del pan", como se llama en los Hechos de los Apóstoles. En ella, mediante la fe, entramos en comunión con Cristo, que es "sacerdote, víctima y altar" (cf. Prefacio pascual v) y está en medio de nosotros. En torno a él nos reunimos para recordar sus palabras y los acontecimientos contenidos en la Escritura; revivimos su pasión, muerte y resurrección. Al celebrar la Eucaristía, comulgamos a Cristo, víctima de expiación, y de él recibimos perdón y vida. 

¿Qué sería de nuestra vida de cristianos sin la Eucaristía? La Eucaristía es la herencia perpetua y viva que nos dejó el Señor en el sacramento de su Cuerpo y su Sangre, en el que debemos reflexionar y profundizar constantemente para que, como afirmó el venerado Papa Pablo VI, pueda "imprimir su inagotable eficacia en todos los días de nuestra vida mortal" (Insegnamenti, V, 1967, p. 779)...

2. En las lecturas bíblicas de la liturgia de hoy resuena dos veces la palabra «testigos». La primera vez es en los labios de Pedro: él, después de la curación del paralítico ante la puerta del templo de Jerusalén, exclama: «Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello» (Hch 3, 15). La segunda vez, en los labios de Jesús resucitado: Él, la tarde de Pascua, abre la mente de los discípulos al misterio de su muerte y resurrección y les dice: «Vosotros sois testigos de esto» (Lc 24, 48). Los apóstoles, que vieron con los propios ojos al Cristo resucitado, no podían callar su extraordinaria experiencia. Él se había mostrado a ellos para que la verdad de su resurrección llegara a todos mediante su testimonio. Y la Iglesia tiene la tarea de prolongar en el tiempo esta misión; cada bautizado está llamado a dar testimonio, con las palabras y con la vida, que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo y presente en medio de nosotros. Todos nosotros estamos llamados a dar testimonio de que Jesús está vivo. 

Podemos preguntarnos: pero, ¿quién es el testigo? El testigo es uno que ha visto, que recuerda y cuenta. Ver, recordar y contar son los tres verbos que describen la identidad y la misión. El testigo es uno que ha visto, con ojo objetivo, ha visto una realidad, pero no con ojo indiferente; ha visto y se ha dejado involucrar por el acontecimiento. Por eso recuerda, no sólo porque sabe reconstruir de modo preciso los hechos sucedidos, sino también porque esos hechos le han hablado y él ha captado el sentido profundo. Entonces el testigo cuenta, no de manera fría y distante sino como uno que se ha dejado cuestionar y desde aquel día ha cambiado de vida. El testigo es uno que ha cambiado de vida.

El contenido del testimonio cristiano no es una teoría, no es una ideología o un complejo sistema de preceptos y prohibiciones o un moralismo, sino que es un mensaje de salvación, un acontecimiento concreto, es más, una Persona: es Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos. Él puede ser testimoniado por quienes han tenido una experiencia personal de Él, en la oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su continua conversión en la Penitencia. Gracias a este camino, siempre guiado por la Palabra de Dios, cada cristiano puede transformarse en testigo de Jesús resucitado. Y su testimonio es mucho más creíble cuando más transparenta un modo de vivir evangélico, gozoso, valiente, humilde, pacífico, misericordioso. En cambio, si el cristiano se deja llevar por las comodidades, las vanidades, el egoísmo, si se convierte en sordo y ciego ante la petición de «resurrección» de tantos hermanos, ¿cómo podrá comunicar a Jesús vivo, como podrá comunicar la potencia liberadora de Jesús vivo y su ternura infinita? 

3. Romano Guardini escribe: «El Señor ha cambiado. Ya no vive como antes. Su existencia ... no es comprensible. Sin embargo, es corpórea, incluye... todo lo que vivió; el destino que atravesó, su pasión y su muerte. Todo es realidad. Aunque haya cambiado, sigue siendo una realidad tangible» (Il Signore. Meditazioni sulla persona e la vita di N.S. Gesù Cristo, Milán 1949, p. 433). Dado que la resurrección no borra los signos de la crucifixión, Jesús muestra sus manos y sus pies a los Apóstoles. Y para convencerlos les pide algo de comer. Así los discípulos «le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos» (Lc 24, 42-43). San Gregorio Magno comenta que «el pez asado al fuego no significa otra cosa que la pasión de Jesús, Mediador entre Dios y los hombres. De hecho, él se dignó esconderse en las aguas de la raza humana, aceptó ser atrapado por el lazo de nuestra muerte y fue como colocado en el fuego por los dolores sufridos en el tiempo de la pasión» (Hom. in Evang XXIV, 5: ccl 141, Turnhout, 1999, p. 201).

Que María, nuestra Madre, nos sostenga con su intercesión para que podamos convertirnos, con nuestros límites, pero con la gracia de la fe, en testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que nos encontramos los dones pascuales de la alegría y de la paz.

11 abril 2021

II Domingo de Pascua – 11 de abril de 2021

 ¿Por qué crees en la Resurrección?

1.     El encuentro con el Resucitado.

Una de las cuestiones mas importantes en el Nuevo Testamento y que está en el origen mismo de la fe cristiana es la profunda transformación que experimentaron los apóstoles en tres días. De la desilusión y el abandono, pasaron al anuncio valiente de Jesucristo. Este paso se explica solamente a partir de un hecho: la fe en la resurrección de Jesús. Hay dos elementos que hacen posible que la fe en Jesús de Nazaret como Hijo de Dios vivo y Resucitado llegue a su plenitud en aquellos hombres cobardes y asustadizos. El primero de ellos es el anuncio de que el cuerpo del Señor no está en el sepulcro, acontecimiento que queda velado por la incertidumbre del «¿qué ha pasado?». El segundo, que aclarada esta incertidumbre, son los encuentros entre Jesús Resucitado y aquellos que habían compartido el ministerio público con Él.

En esos encuentros el mismo Jesús que fue crucificado y cuyo cuerpo habían depositado en un sepulcro, quien ahora sale al encuentro de sus discípulos para disipar sus miedos y para confirmar que está vivo para siempre. Una idea puede cambiar la mente, pero solo un encuentro puede cambiar el corazón. Las palabras pronunciadas por Jesús, antes y después de la Resurrección, iluminaron la mente de los discípulos para comprender todo lo que se refería al Mesías y a sus padecimientos, pero solo el encuentro con el mismo Cristo cambió el miedo y la tristeza de su corazón y los hizo valientes comunicadores del evangelio a todos los que se acercaban a ellos. Su vida cambió para siempre desde aquellos encuentros.

Es posible que los cristianos de hoy hayamos olvidado la importancia que tiene para nuestra vida el encuentro con Cristo. El evangelio de hoy nos habla de la actitud del apóstol Tomás, había oído hablar de que Jesús había resucitado, le había llegado la noticia, pero no se había encontrado con Él, por eso, no cree lo que sus compañeros le dicen. Es posible que nosotros hayamos oído hablar mucho de Cristo, pero la pregunta que queda en el aire es: ¿nuestra fe se sustenta en lo que hemos oído o hemos tenido un encuentro personal con Cristo? Incluso, es posible que estemos en las cosas del Señor, pero lo que debemos preguntarnos es si estamos con el Señor. La Pascua es este tiempo privilegiado en el que, como un eco, sigue resonando la Resurrección de Jesús, un anuncio que es una llamada a que busquemos, a través de la oración y la participación en la eucaristía, el encuentro personal con Jesús Resucitado que transforme nuestra vida a la manera en que lo hizo con los apóstoles.

2.     El cumplimiento de sus Palabras.

Jesús se aparece a los discípulos. Estamos ante la aparición o el encuentro más importante. San Pablo en la primera carta a los Corintios, menciona esta aparición: "Que se  apareció  a Pedro  y luego a los doce”  (1 Cor l5,5).  

Jesús había dicho: volveré a estar con vosotros (Jn l4,l8); el evangelista constata: se presentó  en medio de ellos (Jn 20,l9). Jesús  había prometido: dentro de poco volveréis a verme ( Jn l6,l6 ss,); el evangelista afirma: los discípulos  se llenaron de alegría al ver al Señor ( Jn. 20,20). Jesús anunció: os enviaré el Espíritu (Jn l4,26...) y tendréis paz ( Jn l6,33); el evangelista recoge las palabras de Jesús: la paz con vosotros... y recibid el Espíritu Santo ( Jn 20,2l).  

Este evangelio presenta  algunas peculiaridades dignas de ser tenidas en consideración por su riqueza teológica. “Al anochecer  de aquel día, el día primero de la semana...A los ocho días, estaban  otra vez dentro  los discípulos  y Tomas con ellos”. El  primer día (el domingo), día de la Resurrección, día de la Eucaristía. Su valor litúrgico es muy importante. El primer día de la nueva creación: “Separó Dios la luz de la tiniebla. Llamó a la luz “día” y a la tiniebla “noche” (Gn 1) El cumplimiento de su promesa, nos abre los ojos para reconocer que Él es la luz.

San Juan acentuará la identidad entre el Jesús de la historia y el Cristo de la resurrección. Lejos de Juan el pensar que la resurrección de Jesús  es la vuelta de un cadáver a la vida. El que se aparece a los discípulos es el mismo Jesús  que desde la cruz  atrajo a todos hacia  él, ya que  dio la vida por amor. La insistencia  en la vida terrena  de Jesús  y en la plenitud de su existencia  humana  se hallan, una vez más, afirmadas  contra los enemigos gnósticos.  

“Paz a vosotros”, este saludo  se llega a repetir  tres veces en este texto evangélico. Estas palabras  son las primeras  que el Viviente dirige a sus discípulos  reunidos, Jesús  no utiliza  el saludo ordinario, el Shalom acostumbrado de los judíos; tampoco se trata de  un deseo, que se traduciría  erróneamente  por “¡La paz  esté con  vosotros!”; se trata del don efectivo de la paz:” Es la paz, la mía, la que  os doy; no os la doy  a la manera del mundo” ( Jn l4,27).  Quizas en el pensamiento humano se esperaba una corrección y venganza: por sus negaciones, traiciones, abandono… Pero las primera palabras son: “Paz a vosotros”

“...exhaló  su aliento  sobre ellos  y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. También en el Génesis aparece que para llenar la creación de vida, Dios exhaló su aliento. Jesús resucitado exhala su aliento sobre la comunidad y le da vida.

“Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos  cuando vino  Jesús... Si  no veo en sus manos  la señal de los clavos, si no meto  el dedo  en el agujero  de los  clavos... no lo creo... A los ocho días, estaban  otra vez dentro los discípulos  y Tomás con ellos... Dijo a Tomás: trae tu dedo, aquí tienes  mis manos; trae tu  mano  y métela en mi costado ; y no  seas incrédulo, sino creyente” (Evangelio). La pertenencia a la comunidad, nuestra necesidad de estar presencialmente y de volver a cumplir el mandato del Señor: “Haced esto en memoria mía” Podemos decir que Tomás  representa la imagen del que pasa de la increencia  o de la dificultad de la fe a la verdadera  profesión  de fe, diciendo “¡Señor y Dios mío!”.  

La increencia  o no aceptación  de la resurrección de Jesús por parte de sus discípulos  tiene  buenas  razones  que la justifiquen . Es un acontecimiento  que escapa  el control  humano; rompe el molde de lo estrictamente  histórico y se sitúa en el plano de lo  suprahistórico; no pueden aducirse  pruebas  que nos lleven a la evidencia racional. 

La primera  carta de Juan asegura que la fe en Cristo nos hace hijos de Dios: “Queridos  hermanos: Todo  es que cree que Jesús  es el Cristo  ha nacido de Dios; y todo el que ama  a Aquel  que da el ser, ama  también al que ha nacido de él. En esto  conocemos  que amamos  a los hijos de Dios: si amamos  a Dios  y cumplimos  sus mandamientos” (Segunda lectura). 

Expresa  la relación íntima  que  hay  entre la fe y el amor, hasta el punto de que aparecen  como complementarios  e inseparables. Sobre todo  en el sentido de que quien  cree en Jesús  ha de amar necesariamente  a los hermanos. El amor a los demás es  garantía de la fe en Jesús. Igualmente, tampoco  pueden separarse el amor a los demás  y el amor a Dios. La relación  cristiana con Dios está totalmente  basada en el amor, y por tanto no debe  de resultar  nunca pesado hacer la voluntad de Dios  y cumplir sus mandamientos.  

3.  Características de la Comunidad Pascual

Uno  de los elementos  más destacados es la comunión  entre los creyentes. Tal actitud es realmente  profunda, ya que  afecta al interior de las personas, unidas  hasta el punto de “pensar y sentir lo mismo”. A la  vez, tiene consecuencias  externas  más concretas, que llegan hasta la comunión de bienes. 

La vida  nueva de Cristo  y la fe en él hacen posible  una nueva mentalidad y una nueva  manera de vivir. Aquellos  que de verdad acogen a  Cristo  resucitado en su vida experimentan  un cambio radical, que les empuja a una verdadera comunión fraterna. “En el grupo  de los creyentes  todos pensaban  y sentían  lo mismo: lo poseían  todo en común  y nadie llamaba  suyo propio  nada de lo que  tenía. Los apóstoles  daban  testimonio  de la resurrección  del Señor con mucho valor”  

Lucas ha  presentado  una imagen de la comunidad cristiana original; se ha servido del Antiguo Testamento: “Así no habrá  pobres junto a ti” (Dt l5,4).  

La Comunidad de Hechos de los Apóstoles  está seducida,” enamorada”  del Señor; deseo reproducir  sus rasgos sin valorar excesivamente las consecuencias. 

La comunidad cristiana facilita que “veamos” al Señor, que experimentemos su presencia, porque como Él ya había dicho: donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20)

Y el Evangelio de hoy finalizaba con estas palabras: Estos [signos] se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre. La Palabra de Dios es otro de los pilares de nuestra fe y en ella encontramos las razones para responder por qué creemos en la Resurrección de Cristo.

Pero sobre todo, en el Evangelio Jesús les dijo: Recibid el Espíritu Santo… La respuesta a por qué creemos en la Resurrección de Cristo no la vamos a encontrar sólo con nuestros razonamientos. Es el Espíritu Santo que hemos recibido en nuestro Bautismo y Confirmación, el Espíritu Santo que, como decía la 2ª lectura, es quien da testimonio porque el Espíritu es la verdad, nos hace entender la Palabra de Dios y descubrir la presencia del Resucitado por nosotros mismos, sin necesidad de “ver y tocar”, y nos convertirá en testigos creíbles cuando también afirmemos: Hemos visto al Señor.      

¿Me han preguntado o me he preguntado “por qué crees en la Resurrección de Cristo”? ¿He sabido responder? ¿Vivo mi fe de un modo oculto, individualista, o en la comunidad parroquial? ¿Leo y hago oración con la Palabra de Dios? ¿Invoco al Espíritu Santo para descubrir al Resucitado?

La 1ª lectura decía que los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor. Un testimonio de palabra refrendado por sus obras: pensaban y sentían lo mismo, ninguno pasaba necesidad… La fe en Cristo Resucitado se nos tiene que notar, a cada uno y a la comunidad.

El  domingo II de Pascua, último día de la Octava de Resurrección, por expreso deseo del Papa San Juan Pablo II  es designado como el domingo de la Divina Misericordia. 

“Dios de misericordia infinita, que reanimas la fe de tu pueblo con el retorno anual de las fiestas pascuales" (Primera parte de la Oración Colecta). Este Dios, al cual la Iglesia se dirige por medio del Sacerdote, es contemplado como el Dios de la Misericordia  infinita. Esta oración es como una invitación a  no olvidar un rasgo primordial de Dios: misericordioso.  

El estribillo del salmo responsorial (el salmo pascual ll7) dice“al Dad gracias Señor porque es bueno, porque es eterna  su misericordia”. Dios merece  ser alabado, festejado, ensalzado, porque es eterna su misericordia  

Continúa el salmo exhortando, animando: “Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia. Diga la casa de Aarón: eterna  es su misericordia. Digan  los fieles del Señor: eterna es su  misericordia”  

El creyente oye una voz, que le viene de  los cuatro puntos cardinales: DIOS ES MISERICORDIOSO.

05 abril 2021

Felicitación de Pascua del Párroco

 




04 abril 2021

Pascua de Resurrección 2021

Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos

Lo que rememoramos no es una idea o una doctrina, sino hechos, acontecimientos, en los que Dios ha ido haciendo su trabajo en la historia para el bien de los humanos. La vida y la palabra de Jesús sorprenden y conmueven siempre porque cuanto Él dijo e hizo es una revelación de Dios, que estaba con Él.
Como los primeros cristianos, los creyentes nos sentimos movidos por el Espíritu a ser testigos de ese amor desbordante de Dios. No hay fe sin este compromiso con la vida. Somos sus testigos en la medida en que continuamos con Él la apuesta por los que sufren las consecuencias del pecado: el dolor, la soledad, la pobreza, la violencia, las marginaciones y exclusiones, el sin-sentido de una vida construida a sus espaldas y a las espaldas del Dios de la vida, del Padre del Resucitado.

Vuestra vida está con Cristo escondida en Dios como panes ázimos

Nos toca vivir con la mirada fija en el cielo, donde está Jesús, pero con los pies y las manos bien anclados en la tierra y en la historia. Desde el realismo del creyente, cada vez tenemos una conciencia más aguda y sensible de que nuestra vida está amenazada por los desequilibrios introducidos por los poderes del mundo, por la crisis humanitaria y económica, por el deterioro medioambiental, por esta larga pandemia, signo de tantas otras. Corremos el peligro de situarnos en la desesperanza, el pesimismo y la resignación. Y quizá en lo que es peor: la preocupación morbosa por la propia seguridad; así nuestra vida se pierde y se muere.
Para los cristianos, ninguna de esas crisis es definitiva. Nuestra vida está radicalmente salvada por el misterio de Jesús que ha padecido nuestros males, pero los ha vencido en su Resurrección. La vida, y no ninguna de sus amenazas, tiene la última palabra.
Pero no cualquier tipo de vida, sino una vida pascual, la que se asienta en la sinceridad y en la verdad, en lo transitorio que nos lleva a lo eterno, la que es levadura de amor y así puede fermentar la masa. La inseguridad demanda alguna certeza, y la del amor es mucho más firme que la de nuestras cautelas. El amor siempre produce sorpresas.

La losa quitada del sepulcro

La mañana de la Pascua fue una mañana de sorpresas para los amigos de Jesús. Anoche, Marcos nos hablaba de un grupo de mujeres preocupadas por quién les ayudaría a mover la losa que cubría el cuerpo del Señor. Pero la losa estaba ya corrida. Y un joven les anunciaba que había resucitado. Hoy es María Magdalena quien en un primer momento piensa que alguien se ha lo ha llevado del sepulcro.
¿No les quedará a los suyos ni el consuelo de contemplar el rostro del amigo y de cuidar sus despojos?
Tuvieron que esperar a que Juan entrase en el sepulcro y cayera en la cuenta de que había ocurrido lo que el propio Jesús les había anunciado: que resucitaría de entre los muertos. Juan vio y creyó. Los relatos de la tumba vacía son una forma muy bella de expresar que, de ahora en adelante, como alguien ha dicho, la única reliquia de Jesús es la comunidad cristiana.
Una comunidad que no nació de una ilusión colectiva, sino de la experiencia compartida de que Jesús ha resucitado. Fue una experiencia que tuvo su proceso. No excluyó el miedo de las mujeres, las dudas de Tomás o el desánimo de los de Emaús. Pero el Espíritu abrió puertas, disipó temores, y afianzó su fe en que de otra manera, menos sensible, pero no menos real, Él sigue caminando con ellos, comiendo con ellos, regalándoles su presencia y su palabra y convocándoles a su misión, la de anunciar que la muerte no ha interrumpido la historia, sino que la ha transformado.

¿No sabemos dónde le han puesto?

María Magdalena expresa su desconcierto lamentándose de que no sabía dónde habían puesto al Señor. Pero ella, apóstola de apóstoles, supera pronto el dolor de la distancia. Y en la palabra del Maestro que la llama a la serenidad y al futuro le descubre vivo y comprometido con la vida de la gente. Que para eso vino al mundo. Y para ello sigue en él.
Los cristianos sabemos “donde le han puesto”: donde dos tres se reúnen en su nombre ahí está Él. Resucitándole, el Padre le ha puesto en el corazón de cada comunidad y de cada creyente, en las personas convencidas de que la historia no se acaba porque queda mucho por hacer en ella, en los dramas de quienes reclaman nuestra solidaridad, en la energía de quienes no se resignan a perder su libertad ni su dignidad.  Jesús está donde hay vida y ganas de vivir y compromisos para que vivan todos.
Nosotros somos sus testigos si seguimos abriendo caminos con Él para que el Reino llegue a nuestra historia. La Pascua que repetimos no es sólo un rito anual con el que romper la monotonía de lo cotidiano. Es rememorar los orígenes de nuestra fe desde la experiencia de que, como Él, hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos.
Celebramos la Pascua renovando la fe y el amor hacia este Dios que no es un Dios de muertos, sino de vivos. Y volcando nuestro amor, cuidado y compañía, hacia aquellos que aun sufriendo los vestigios de la muerte aspiran a una vida en plenitud. 

¡Feliz Pascua de Resurrección!