28 marzo 2021

Domingo de Ramos – 28 de marzo de 2021

¿Qué sucedió el domingo de Ramos y qué significa?, no sólo para aquella hora, sino para toda época, es importante un detalle, que también para sus discípulos se transformó en la clave para la comprensión del acontecimiento, cuando, después de la Pascua, repasaron con una mirada nueva aquellas jornadas agitadas. 

Jesús entra en la ciudad santa montado en un asno, es decir, en el animal de la gente sencilla y común del campo, y además un asno que no le pertenece, sino que pide prestado para esta ocasión. No llega en una suntuosa carroza real, ni a caballo, como los grandes del mundo, sino en un asno prestado. San Juan nos relata que, en un primer momento, los discípulos no lo entendieron. Sólo después de la Pascua cayeron en la cuenta de que Jesús, al actuar así, cumplía los anuncios de los profetas, que su actuación derivaba de la palabra de Dios y la realizaba. Recordaron -dice san Juan- que en el profeta Zacarías se lee:  "No temas, hija de Sión; mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna" (Jn 12, 15; cf. Za 9, 9). 

Para comprender el significado de la profecía y, en consecuencia, de la misma actuación de Jesús, debemos escuchar todo el texto de Zacarías, que prosigue así:  "El destruirá los carros de Efraím  y  los caballos de Jerusalén; romperá el arco de combate, y él proclamará la paz a las naciones. Su dominio irá de mar a mar y desde el río hasta los confines de la tierra" (Za 9, 10). Así afirma el profeta tres cosas sobre el futuro rey. 

1.- En primer lugar, dice que será rey de los pobres, pobre entre los pobres y para los pobres. La pobreza, en este caso, se entiende en el sentido de la primera bienaventuranza del Sermón de la montaña. Uno puede ser materialmente pobre, pero tener el corazón lleno de afán de riqueza material y del poder que deriva de la riqueza. Precisamente el hecho de que vive en la envidia y en la codicia demuestra que, en su corazón, pertenece a los ricos. Desea cambiar la repartición de los bienes, pero para llegar a estar él mismo en la situación de los ricos de antes. 

La pobreza, en el sentido que le da Jesús -el sentido de los profetas-, presupone sobre todo estar libres interiormente de la avidez de posesión y del afán de poder. Se trata de una realidad mayor que una simple repartición diferente de los bienes, que se limitaría al campo material y más bien endurecería los corazones. Ante todo, se trata de la purificación del corazón, gracias a la cual se reconoce la posesión como responsabilidad, como tarea con respecto a los demás, poniéndose bajo la mirada de Dios y dejándose guiar por Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros (cf. 2 Co 8, 9). 

Esta libertad sólo puede hallarse si Dios llega a ser nuestra riqueza; sólo puede hallarse en la paciencia de las renuncias diarias, en las que se desarrolla como libertad verdadera. Al rey que nos indica el camino hacia esta meta -Jesús- lo aclamamos el domingo de Ramos; le pedimos que nos lleve consigo por su camino. 

2.- En segundo lugar, el profeta nos muestra que este rey será un rey de paz. En la figura de Jesús esto se hace realidad mediante el signo de la cruz. Es el arco roto, en cierto modo, el nuevo y verdadero arco iris de Dios, que une el cielo y la tierra y tiende un puente entre los continentes sobre los abismos. La nueva arma, que Jesús pone en nuestras manos, es la cruz, signo de reconciliación, de perdón, signo del amor que es más fuerte que la muerte. Cada vez que hacemos la señal de la cruz debemos acordarnos de no responder a la injusticia con otra injusticia, a la violencia con otra violencia; debemos recordar que sólo podemos vencer al mal con el bien, y jamás devolviendo mal por mal. 

3.- La tercera afirmación del profeta es el anuncio de la universalidad. Su país es la tierra, el mundo entero. Superando toda delimitación, él crea unidad en la multiplicidad de las culturas. Atravesando con la mirada las nubes de la historia que separaban al profeta de Jesús, vemos cómo desde lejos emerge en esta profecía la red de las comunidades eucarísticas que abraza a la tierra, a todo el mundo, una red de comunidades que constituyen el "reino de la paz" de Jesús de mar a mar hasta los confines de la tierra. 

Él llega a todas las culturas y a todas las partes del mundo, adondequiera, en nuestra capilla de la Base de Morón, en nuestra Parroquia de El Coronil, en la catedral de Wasighton... Por doquier él es el mismo, el Único, y así todos los orantes reunidos, en comunión con él, están también unidos entre sí en un único cuerpo. Cristo domina convirtiéndose él mismo en nuestro pan y entregándose a nosotros. De este modo construye su reino. 

La multitud aclama a Jesús:  "Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor” (Mc 11, 9; Sal 118, 25). Ahora la gente grita con palmas en las manos, delante de Jesús, en quien ve a Aquel que viene en nombre del Señor. ¿Cuándo gritas tu también “hosanna”? ¿Cómo eres un signo de esperanza (pobreza,paz)? En efecto, la expresión "el que viene en nombre del Señor" se había convertido desde hacía tiempo en la manera de designar al Mesías. En Jesús reconocen a Aquel que verdaderamente viene en nombre del Señor y les trae la presencia de Dios. Este grito de esperanza de Israel, esta aclamación a Jesús durante su entrada en Jerusalén, ha llegado a ser con razón en la Iglesia la aclamación a Aquel que, en la Eucaristía, viene a nuestro encuentro de un modo nuevo. Con el grito "Hosanna" saludamos a Aquel que, en carne y sangre, trajo la gloria de Dios a la tierra. Saludamos a Aquel que vino y, sin embargo, sigue siendo siempre Aquel que debe venir. Saludamos a Aquel que en la Eucaristía viene siempre de nuevo a nosotros en nombre del Señor, uniendo así en la paz de Dios los confines de la tierra. 

Esta experiencia de la universalidad forma parte esencial de la Eucaristía. Dado que el Señor viene, nosotros salimos de nuestros particularismos exclusivos y entramos en la gran comunidad de todos los que celebran este santo sacramento. Entramos en su reino de paz y, en cierto modo, saludamos en él también a todos nuestros hermanos y hermanas a quienes él viene, para llegar a  ser  verdaderamente un reino de paz en este mundo desgarrado. 

Las tres características anunciadas por el profeta -pobreza, paz y universalidad- se resumen en el signo de la cruz. Hubo un período -que aún no se ha superado del todo- en el que se rechazaba el cristianismo precisamente a causa de la cruz. La cruz habla de sacrificio -se decía-; la cruz es signo de negación de la vida. En cambio, nosotros queremos la vida entera, sin restricciones y sin renuncias. Queremos vivir, sólo vivir. No nos dejamos limitar por mandamientos y prohibiciones; queremos riqueza y plenitud; así se decía y se sigue diciendo todavía. ¿Cuándo hemos gritado: “crucifícalo”? ¿Has repetido las palabras del salmo: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”? Relaciona estas cuestiones con la cruz redentora del Señor.

Todo esto parece convincente y atractivo; es el lenguaje de la serpiente, que nos dice:  "¡No tengáis miedo! ¡Comed tranquilamente de todos los árboles del jardín!". Sin embargo, el domingo de Ramos nos dice que el auténtico gran "sí" es precisamente la cruz; que precisamente la cruz es el verdadero árbol de la vida. No hallamos la vida apropiándonos de ella, sino donándola. El amor es entregarse a sí mismo, y por eso es el camino de la verdadera vida, simbolizada por la cruz.

Amén 

22 marzo 2021

Semana Santa 2021

Turnos de adoración Jueves y Viernes Santos

Comunique a la parroquia (Whatsapp 663909883) el turno en que participará acompañando al Señor esta Semana Santa

21 marzo 2021

V Domingo de Cuaresma – 21 de marzo de 2021

 Las lecturas de la liturgia de hoy culminan con el mensaje de las promesas de Dios para la humanidad, que se consumarán con la pasión, muerte y resurrección del Señor.

La Nueva Alianza de Dios que supera la Antigua Alianza con Israel para abrir la comprensión de que Dios cuida de toda la humanidad -yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo-, se manifiesta en el perdón y la misericordia -todos me conocerán cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados- que nos trae la entrega por amor de Jesús en su pasión y muerte –se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna-. La promesa de la salvación y la plenitud de Dios llega a su culmen con la cruz de Jesús.

La Nueva Alianza no hay que leerla como un cambio de parte de Dios en el que primero eligió a Israel y después abre su presencia de padre a toda la humanidad. Es más bien la comprensión, desde la experiencia de Jesús, que Dios siempre ha sido el Padre de todos, que nos busca, nos ama y desea nuestra plenitud humana. Israel en su historia fue capaz de descubrir las huellas de Dios pero su comprensión autorreferente de esa relación le limitó para descubrir el rostro y la gloria del Padre en el mensaje y la vida de Jesús de Nazaret.

Pasa pues la Nueva Alianza por una apertura de la comprensión de quién y cómo es Dios. Jeremías ya lo anunciaba en la primera lectura de hoy. Es a través del perdón, de la misericordia y del amor como se conoce el verdadero rostro de Dios. Ni solo en la ley ni solo en la historia, sino en lo que las sostiene y les da sentido: descubrir el rostro de Dios en cada experiencia de amor. En el amor se reconoce a Dios. Y eso es lo que transforma la vida de cada uno haciendo posible que el recorrido vital de cada ser humano se plenifique.

Pero el rostro de Dios a veces se nos esconde. Seguimos con categorías de comprensión de la divinidad de tipo humano: el poder, la majestad, la trascendencia, la gloria. Nos sigue costando entender que a Dios le vayan otros términos más en consonancia: abajamiento, sufrimiento, obediencia, lágrimas, gritos, angustia, sufrimiento. En la experiencia de Jesús de Nazaret –la carta a los Hebreos nos lo recuerda- no se muestra el dominio, sino la kénosis de la muerte. En la entrega hasta la muerte de Jesús es donde se reconoce a Dios, donde se ve su gloria, porque lo que mueve su entrega es el amor. Un amor que lleva a la muerte.

Quien se ama más a sí mismo que a los otros se pierde. Pero amar a los otros no es siempre algo fácil ni hermoso ni suave ni mullido. Amar, a veces, duele. Morir, duele. Amar y morir traen sufrimiento. Pero el miedo a sufrir no es freno para el amor en Jesús. Su testimonio de entrega es un testimonio para cada uno de nosotros de que amar exige mucha fortaleza. La de anteponer a los otros a uno mismo. La de escuchar a Dios –obedecer tiene su sentido etimológico en la escucha y el seguimiento- y seguir su presencia en la fe y la esperanza, en la confianza, de que aunque los caminos de Dios a veces nos resuenen incomprensibles, son los que nos traen la salvación verdadera, la plenitud real de nuestra vida.

Y en esos juegos tan paradójicos del evangelio, de Dios mismo diríamos, es precisamente donde el hombre ve muerte y dolor y sufrimiento, donde se muestra la verdadera gloria de Dios. Jesús es glorificado por el Padre precisamente en su entrega. Jesús es elevado –en la Cruz- a la gloria. El rostro, el nombre de Dios, se muestran en el rostro y el nombre de Jesús, en su amor. La gloria de Dios se muestra en la muerte por amor en cruz de Jesús.

En estos griegos que le piden a Felipe «ver» a Jesús se muestra precisamente eso. Para ver a Jesús hay que mirar a la cruz y a su entrega. Para ver a Dios hay que mirar el sentido de amor, de perdón, de misterio, que esconde la cruz. La cruz es un misterio de amor. El misterio de que en Jesús estamos toda la humanidad de todos los tiempos, el misterio de que en la cruz Jesús nos atrae a todos en su amor. Como el amor mismo es un misterio de entrega. El misterio del sufrimiento por amor.

2. Los griegos, dirigiéndose a Felipe: «¡Queremos ver a Jesús!». No piden un saber abstracto, ni una idea que sintetice todas las demás, ni una enseñanza ética que signifique un progreso, sino que piden un encuentro. No piden que se les hable del Señor, ni que se les recuerde lo que ha enseñado, lo bueno que es hacer su Voluntad, sino que quieren verlo a Él directamente

«Queremos ver a Jesús». Lo concreto de esta petición recoge también la conmovedora oración del Salmo 50 – «Crea en mí, Señor, un corazón puro» –, con la cual el salmista, siendo consciente de su propio pecado y de la necesidad de que suceda «algo nuevo», que pueda cambiarlo interiormente, le pide a Dios que lo transforme, que lo recree, de manera que finalmente pueda ser «nuevo», vivo y libre, en la relación con Él. 

«Queremos ver a Jesús». Esta novedad, esta vida y libertad que busca el salmista, el hombre no las puede conseguir con sus solas fuerzas, ni siquiera, paradójicamente, cumpliendo lo que es éticamente correcto. En efecto, incluso lo que es éticamente correcto, sin esa novedad, vida y libertad, al final resulta estéril y vacío. Solamente una actuación que no proviene de nosotros, sólo el don de un encuentro nos puede salvar. 

«Queremos ver a Jesús». No está en nosotros decidir las circunstancias, la modalidad y la forma de este don. El hombre es incapaz de «decidir» qué lo salvará, ni puede permitir a otros que decidan por él, acomodándose a la moda del último minuto, a la más reciente receta psicológica o a las «urgencias» con las cuales, de vez en cuando, los poderes dominantes encaminan la atención y las energías de la gente. El hombre sólo puede «pedir» esta salvación, esperarla y, una vez que la encuentra, dejarlo todo y aferrarse a ella. 

«Queremos ver a Jesús». El grito de los griegos es también nuestro grito, porque es el grito de cada hombre. La respuesta del Redentor es misteriosa, pero Él escuchó atentamente la petición que Andrés y Felipe le hicieron, como siempre escucha nuestras peticiones, y responde a ella: «Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, se queda solo; pero si muere da mucho fruto» (Jn 12,24). 

3. ... había algunos griegos, acercándose a Felipe le rogaban: «Señor, queremos ver a Jesús» 

Yo, ¿quiero, de verdad, ver a Jesús? ¿Cómo lo busco? ¿Cómo debería hacerlo? ¿Dónde lo busco? ¿Cuándo lo busco? ¿Para qué lo busco? ¿Qué he descubierto en Jesús que me anima a seguir buscándolo? ¿Quién es Jesús para mí? 

Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. 

También hoy hay muchos hombres y mujeres que, aún sin saberlo, buscan a Jesús, quieren verlo, porque en el fondo tienen necesidad de trascendencia, tienen sed de infinito. ¿Cómo acerco a las personas a Jesús? ¿Presento ante Jesús a aquellos que lo buscan? ¿Soy un instrumento para la evangelización de las personas que me rodean? ¿Qué tendría que hacer y cómo tendría que hacerlo? ¿Cómo suscitar en los demás el deseo y la necesidad de encontrarse con Jesús? ¿Nuestra forma de vivir el Evangelio interroga a los demás y les lleva a preguntarse por Jesús? 

... Si el grano de trigo muere, da mucho fruto. 

He aquí una afirmación desafiante y provocativa. Jesús sabe que han tramado su muerte, pero no huye. Olvidándose de sí mismo está decidido a dar la vida a los demás. Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia. No se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a “des-vivirse” por los otros. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que nos entregamos. El fruto comienza en el mismo grano que muere. Así sucede también en la vida. El don total de sí es lo que hace que la vida de una persona sea realmente fecunda. ¿Cómo tendría que vivir mi vida para fuese realmente fecunda? ¿Qué actitudes deberían morir en mí para que en mí naciese “el hombre” nuevo? ¿Cómo hacer de mi vida una entrega para los demás? Sabemos que ya los frutos comienzan por las semillas, por tanto ¿qué semillas tendría que enterrar para dar los frutos que se espera de mí? ¿Qué conversión personal y pastoral necesito y necesita nuestra Iglesia para asemejarse más a Jesús? 

Pero también sabemos que nuestra propia muerte física es la puerta para la vida eterna. ¿Cómo vivo en mi vida esta verdad de fe, con confianza, con miedo, con incertidumbre...? ¿Cómo lo anuncio a los demás? 

El que quiera servirme, que me siga... 

Quien quiera ser su discípulo, ha de estar dispuesto a seguir y compartir su suerte en la muerte y en la vida. Por eso nos invita a seguirle. ¿Cómo está siendo mi seguimiento de Jesús?¿Qué tipo de servicio estoy realizando en nombre de Jesús? 

Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? 

Jesús confiesa que se encuentra profundamente abatido y que siente deseos de evadirse de ese trance. Pero reacciona reafirmándose en su decisión. ¿Qué cosas agitan mi alma? ¿Qué preocupaciones me angustian? ¿He buscado evadirme, en alguna ocasión, de la realidad que me ha tocado vivir o le hago frente con la ayuda del Espíritu Santo? 

... por esto he venido, para esta hora... 

No se trata de escudarse pensando que hay momentos oportunos para vivir en el horizonte de Dios y de su plan y otros que no tienen importancia. Se trata de vivir toda la vida, cada momento, siguiendo a Jesús y recorriendo su camino. ¿Vivo el momento presente como un momento de gracia, un tiempo de Dios, o permanezco sin comprometer mi vida, esperando que llegue un tiempo que yo considere oportuno? ¿Soy consciente de que el “Reino” ya ha llegado, está entre nosotros, y en consecuencia, vivo mi vida? 

La vida está llena de preguntas, de encuentros, de señales. Muchas veces, sin embargo, pasa desapercibida. Nada de lo que acontece, nada de lo que vivimos, nada de lo que vemos y escuchamos nos llama la atención. Y, sin embargo, “es la hora”. Dios se está haciendo presente. Son señales de Dios. ¿Soy capaz de hacer una lectura creyente de la realidad que vivo? 

Padre, glorifica tu nombre. 

Seguir a Jesús, continuar su obra, anunciar la buena nueva, evangelizar, es dar la vida para que el Padre sea glorificado. ¿Qué obras realizo por las cuales estoy glorificando a Dios? 

«Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros...» 

Dios sigue manifestándose para que nosotros percibamos su salvación, su gloria. Y lo hace ahora, aquí y allá. El verdadero discípulo está atento a todos los signos de los tiempos, sabe percibir la voz, y la gloria de Dios, se alegra de ello y acoge y da respuesta a las preguntas e interrogantes de todas las personas que buscan y piden. ¿Dónde descubro más claramente la voz de Dios? ¿Dónde veo más nítidamente su presencia? ¿Qué tendría que hacer para descubrir a Dios en todo lo que acontece? 

14 marzo 2021

IV Domingo de Cuaresma – 14 de marzo de 2021

El IV domingo de Cuaresma, "domingo Laetare", está impregnado de una alegría que, en cierta medida, atenúa el clima penitencial de este tiempo: "Alégrate Jerusalén —dice la Iglesia en la antífona de entrada—, (...) gozad y alegraos vosotros, que por ella estabais tristes". De esta invitación se hace eco el estribillo del salmo responsorial: "El recuerdo de ti, Señor, es nuestra alegría". Pensar en Dios da alegría. 

1.- ¿Cuál es el motivo por el que debemos alegrarnos? ¿Estoy alegre? Un motivo es la cercanía de la Pascua, esto es, la alegría del encuentro con Cristo resucitado. Otro motivo es, a pesar de nuestra indignidad, somos los destinatarios de la misericordia infinita de Dios. Dios nos ama de un modo que podríamos llamar "obstinado", y nos envuelve con su inagotable ternura. ¿Cuál es el motivo de tu alegría hoy? ¿Es Dios? ¿Es el amor? ¿Es el perdón? ¿Son los sacramentos? ¿Es la salud? ¿Es tu trabajo? ¿Tu familia?...

En la primera lectura  del libro de las Crónicas (cf. 2 Cr36, 14-16. 19-23): el autor sagrado propone una interpretación resumida de la historia del pueblo elegido, que experimenta el castigo de Dios como consecuencia de su comportamiento rebelde: el templo es destruido y el pueblo, en el exilio, ya no tiene una tierra; realmente parece que Dios se ha olvidado de él. Pero luego ve que a través de los castigos Dios tiene un plan de misericordia.  La destrucción de la ciudad santa, del templo, y el exilio, tocarán el corazón del pueblo y harán que vuelva a su Dios para conocerlo más a fondo. Y entonces el Señor, demostrando su iniciativa sobre cualquier esfuerzo puramente humano, se servirá de un pagano, Ciro, rey de Persia, para liberar a Israel. 

En el texto triunfa el amor, porque Dios es amor. ¿Es mensaje válido para todos los tiempos, incluido el nuestro? Los designios de Dios, también cuando pasan por la prueba y la dificultad, se orientan siempre a un final de misericordia y de perdón. ¿Cuáles son tus infidelidades? ¿Cuándo te olvidas del Señor, de su voluntad y vives sin Dios? ¿Cuáles son las mediaciones que Dios pone para demostrarte su amor? ¿Estás viviendo ese amor durante esta Cuaresma?

2. La cruz. El apóstol san Pablo, recordándonos que "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo" (Ef 2, 4-5). Para expresar esta realidad de salvación, el Apóstol, además del término "misericordia", eleos, utiliza también la palabra "amor", agape, recogida y amplificada ulteriormente en la bellísima afirmación que hemos en el Evangelio: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3, 16). 

Sabemos que esa "entrega" por parte del Padre tuvo un desenlace dramático: llegó hasta el sacrificio de su Hijo en la cruz. Si toda la misión histórica de Jesús es signo del amor de Dios, lo es de modo muy singular su muerte, en la que se manifestó plenamente la ternura redentora de Dios. Por consiguiente, siempre, pero especialmente en este tiempo cuaresmal, la cruz debe estar en el centro de nuestra meditación; en ella contemplamos la gloria del Señor que resplandece en el cuerpo martirizado de Jesús. Precisamente en esta entrega total de sí se manifiesta la grandeza de Dios, que es amor. 

Todo cristiano debe comprender, vivir y testimoniar con su existencia, la gloria del Crucificado. La cruz —la entrega de sí mismo del Hijo de Dios— es, en definitiva, el "signo" que se nos ha dado para comprender la verdad del hombre y la verdad de Dios: todos hemos sido creados y redimidos por un Dios que por amor inmoló a su Hijo único. Por eso, en la encíclica Deus caritas est, el Papa Benedicto XVI dice: en la cruz "se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical" (n. 12). ¿Entiendo el signo de amor de la cruz? ¿Sigo pidiendo signos de amor a Dios? ¿Comprendo la cruz?

¿Qué es la gracia? «Es un don de Dios». El don que se explica con su amor. El don está allí donde está el amor. Y el amor se revela mediante la cruz. Así dijo Jesús a Nicodemo. El amor, que se revela mediante la cruz, es precisamente la gracia. En ella se desvela el más profundo rostro de Dios. El no es sólo el juez. Es Padre, que quiere que el mundo se salve; que entienda el significado de la cruz. Es la palabra que habla de modo diverso a las conciencias humanas. Para entender esta palabra es preciso ser un hombre transformado. El de la gracia y de la verdad. ¡La gracia es un don que compromete! ¡El don de Dios vivo, que compromete al hombre para la vida nueva! Y precisamente en esto consiste ese juicio del que habla también Cristo a Nicodemo: la cruz salva y, al mismo tiempo, juzga. Juzga diversamente. Juzga más profundamente. «Porque todo el que obra el mal, aborrece la luz»... —¡precisamente esta luz estupenda que emana de la cruz!—. «Pero el que obra la verdad viene a la luz» (Jn 3, 20-21). Viene a la cruz. Se somete a las exigencias de la gracia. Quiere que lo comprometa ese inefable don de Dios. Que forje toda su vida. Este hombre oye en la cruz la voz de Dios, que dirige la palabra a los hijos de esta tierra nuestra, del mismo modo que habló una vez a los desterrados de Israel mediante Ciro, rey de Persia, con la invocación de esperanza. La cruz es invocación de esperanza.

3.- ¿Cómo responder a este amor radical del Señor? Nicodemo, miembro del Sanedrín de Jerusalén, que de noche va a buscar a Jesús. Se trata de un hombre de bien, atraído por las palabras y el ejemplo del Señor, pero que tiene miedo de los demás, duda en dar el salto de la fe. Siente la fascinación de este Rabbí, tan diferente de los demás, pero no logra superar los condicionamientos del ambiente contrario a Jesús y titubea en el umbral de la fe. 

¿Buscas a Dios? ¿buscas a Jesús y a su Iglesia? ¿buscas la misericordia divina? ¿esperas un "signo" que toque tu mente y tu corazón?  El evangelista nos recuerda que el único "signo" es Jesús elevado en la cruz: Jesús muerto y resucitado es el signo absolutamente suficiente. En él podemos comprender la verdad de la vida y obtener la salvación. Este es el anuncio central de la Iglesia, que no cambia a lo largo de los siglos. Por tanto, la fe cristiana no es ideología, sino encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado. De esta experiencia, que es individual y comunitaria, surge un nuevo modo de pensar y de actuar: como testimonian los santos, nace una existencia marcada por el amor. 

12 marzo 2021

Bautizos 2021

Aquí tienes toda la información sobre los nuevos bautismos en la Parroquia durante este año.

Documentación a presentar:

·      Impreso de solicitud del sacramento cumplimentado.

·      Fotocopia del DNI de padres y padrinos.

·      Partida de Nacimiento de quien solicita el sacramento.

·      Partida de bautismo, con nota de confirmación, de quienes se presentan como padrinos

·      Resguardo de la tasa, abonado en la Caixa ES91 2100 8095 9021 0021 1788 

·      Asistencia a la catequesis preparatoria en la Parroquia (o certificado de otra Parroquia)


Medidas de seguridad Covid

·      Asistencia al sacramento: padres, padrinos, abuelos y allegados (en torno a 14 personas).

·      Se sentarán en los primeros bancos de la Parroquia, atendiendo a la normativa vigente (uso de mascarilla, distancias…).

·      Al concluir el sacramento, y tras la fotografía de familia, se deberá abandonar el templo en orden y respetando que estamos en un lugar de oración. (se procederá a la limpieza, desinfección y preparación de la siguiente celebración)


Preparación al Sacramento.

·      Catequesis pre-bautismal-  (para padres y padrinos)

   Viernes 9 de Abril a las 20:00 

   Viernes 7 de Mayo a las 20:00

   Viernes 4 de Junio a las 20:00

Los meses de julio y agosto no habrá catequesis


Sacramento.

·      Sábado 17 de Abril a las 12:00 - 13:00

·      Sábado 15 de Mayo a las 12:00 – 13:00

·      Sábado 12 de Junio a las 12:00 – 13:00 

·      Sábado 10 de julio a las 12:00 – 13:00

En el mes de agosto no habrá Bautizos. 

08 marzo 2021

Mensaje de Cáritas. Marzo 2021

Queridos hermanos y hermanas:

No os voy a revelar nada nuevo sobre la labor que hacemos el equipo de Cáritas, con la inestimable ayuda y colaboración de Mª Dolores, de Juani, de Mª Luisa y de nuestro párroco, Pedro. Lo que sí voy a insistir es en el situación tan vulnerable en que se encuentran las familias a las que atendemos, muchas recién llegadas pero con larga raigambre en nuestra Comunidad. Necesitamos más que nunca vuestra aportación económica para no sólo proveerles de alimento sino para facilitarles las vías hacia una inserción laboral. Si tienen que viajar a Sevilla para una entrevista de trabajo, que el importe del transporte no sea un impedimento. Si necesitan prepararse para sacar un título oficial, que el dinero no sea un impedimento para la compra de material escolar. Que la falta de dinero no sea obstáculo para comprar alimentos frescos o alimentos especiales, pañales, ropa de bebé u otro material para aquellas familias con bebés, personas mayores o con alergias alimenticias. No todo es dar bolsas de comida. Nuestras familias necesitan cauces para buscar una salida a su situación laboral precaria, y sin vosotros no lo podemos hacer, ya que la aportación semanal de la misa es insuficiente.

Por eso, y para terminar, os animo encarecidamente a que hagáis una generosa donación. Ellos os lo agradecerán, aunque sea en silencio desde su corazón. Vuestra ayuda, pues, hará el cambio que necesitamos. Dios os bendiga.

07 marzo 2021

III Domingo de Cuaresma – 7 de marzo de 2021

Lecturas del día

1 . En este pasaje del Evangelio que hemos escuchado, hay dos cosas que impresionan: una imagen y una palabra.

La imagen es la de Jesús con el látigo en la mano que echa fuera a todos los que aprovechaban el Templo para hacer negocios. Estos comerciantes que vendían los animales para los sacrificios, cambiaban las monedas... Estaba lo sagrado —el templo, sagrado— y esto sucio, afuera. Esta es la imagen. Y Jesús toma el látigo y procede, para limpiar un poco el Templo.

Y la palabra, está ahí donde se dice que mucha gente creía en Él, una frase terrible: «Pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos, y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque Él sabía lo que hay dentro de cada hombre» (Jn 2, 24-25).

Nosotros no podemos engañar a Jesús: Él nos conoce por dentro. No se fiaba. Él, Jesús, no se fiaba. Y esta puede ser una buena pregunta en la mitad de la Cuaresma: ¿Puede fiarse Jesús de mí? ¿Puede fiarse Jesús de mí, o tengo una doble cara? ¿Me presento como católico, como uno cercano a la Iglesia, y luego vivo como un pagano? «Pero Jesús no lo sabe, nadie va a contárselo». Él lo sabe. «Él no tenía necesidad de que alguien diese testimonio; Él, en efecto, conocía lo que había en el hombre». Jesús conoce todo lo que está dentro de nuestro corazón: no podemos engañar a Jesús. No podemos, ante Él, aparentar ser santos, y cerrar los ojos, actuar así, y luego llevar una vida que no es la que Él quiere. Y Él lo sabe. Y todos sabemos el nombre que Jesús daba a estos con doble cara: hipócritas.

Nos hará bien, hoy, entrar en nuestro corazón y mirar a Jesús. Decirle: «Señor, mira, hay cosas buenas, pero también hay cosas no buenas. Jesús, ¿te fías de mí? Soy pecador...». Esto no asusta a Jesús. Si tú le dices: «Soy un pecador», no se asusta. Lo que a Él lo aleja es la doble cara: mostrarse justo para cubrir el pecado oculto. «Pero yo voy a la iglesia, todos los domingos, y yo...». Sí, podemos decir todo esto. Pero si tu corazón no es justo, si tú no vives la justicia, si tú no amas a los que necesitan amor, si tú no vives según el espíritu de las bienaventuranzas, no eres católico. Eres hipócrita. Primero: ¿Puede Jesús fiarse de mí? En la oración, preguntémosle: Señor, ¿Tú te fías de mí?

Segundo, el gesto. Cuando entramos en nuestro corazón, encontramos cosas que no funcionan, que no están bien, como Jesús encontró en el Templo esa suciedad del comercio, de los vendedores. También dentro de nosotros hay suciedad, hay pecados de egoísmo, de soberbia, de orgullo, de codicia, de envidia, de celos... ¡tantos pecados! Podemos incluso continuar el diálogo con Jesús: «Jesús, ¿Tú te fías de mí? Yo quiero que Tú te fíes de mí. Entonces te abro la puerta y tú limpia mi alma». Y pedir al Señor que así como limpió el Templo, venga a limpiar el alma. E imaginamos que Él viene con un látigo de cuerdas... No, con eso no limpia el alma. ¿Vosotros sabéis cuál es el látigo de Jesús para limpiar nuestra alma? La misericordia. Abrid el corazón a la misericordia de Jesús. Decid: «Jesús, mira cuánta suciedad. Ven, limpia. Limpia con tu misericordia, con tus palabras dulces; limpia con tus caricias». Y si abrimos nuestro corazón a la misericordia de Jesús, para que limpie nuestro corazón, nuestra alma, Jesús se fiará de nosotros.

2. Los presentes le preguntaron a Jesús: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» (v. 18), ¿quién eres para hacer estas cosas? Muéstranos una señal de que tienes realmente autoridad para hacerlas. Buscaban una señal divina, prodigiosa, que acreditara a Jesús como enviado de Dios. Y Él les respondió: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (v. 19). Le replicaron: «Cuarenta y seis años se ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» (v. 20). No habían comprendido que el Señor se refería al templo vivo de su cuerpo, que sería destruido con la muerte en la cruz, pero que resucitaría al tercer día. Por eso, «en tres días». «Cuando resucitó de entre los muertos —comenta el evangelista—, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús» (v. 22).

En efecto, este gesto de Jesús y su mensaje profético se comprenden plenamente a la luz de su Pascua. Según el evangelista Juan, este es el primer anuncio de la muerte y resurrección de Cristo: su cuerpo, destruido en la cruz por la violencia del pecado, se convertirá con la Resurrección en lugar de la cita universal entre Dios y los hombres. Cristo resucitado es precisamente el lugar de la cita universal —de todos— entre Dios y los hombres. Por eso su humanidad es el verdadero templo en el que Dios se revela, habla, se lo puede encontrar; y los verdaderos adoradores de Dios no son los custodios del templo material, los detentadores del poder o del saber religioso, sino los que adoran a Dios «en espíritu y verdad» (Jn 4, 23).

En este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua, en la que renovaremos las promesas de nuestro bautismo. Caminemos en el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra existencia un signo de su amor para nuestros hermanos, especialmente para los más débiles y los más pobres, construyamos para Dios un templo en nuestra vida. Y así lo hacemos «encontrable» para muchas personas que encontramos en nuestro camino. Si somos testigos de este Cristo vivo, mucha gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro testimonio. Pero —nos preguntamos, y cada uno de nosotros puede preguntarse—, ¿se siente el Señor verdaderamente como en su casa en mi vida? ¿Le permitimos que haga «limpieza» en nuestro corazón y expulse a los ídolos, es decir, las actitudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, la costumbre de murmurar y «despellejar» a los demás? ¿Le permito que haga limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos, como hemos escuchado hoy en la primera lectura? Cada uno puede responder a sí mismo, en silencio, en su corazón. «¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón?». «Oh padre, tengo miedo de que me reprenda». Pero Jesús no reprende jamás. Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su modo de hacer limpieza. Dejemos —cada uno de nosotros—, dejemos que el Señor entre con su misericordia —no con el látigo, no, sino con su misericordia— para hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús para nosotros es su misericordia. Abrámosle la puerta, para que haga un poco de limpieza.

Cada Eucaristía que celebramos con fe nos hace crecer como templo vivo del Señor, gracias a la comunión con su Cuerpo crucificado y resucitado. Jesús conoce lo que hay en cada uno de nosotros, y también conoce nuestro deseo más ardiente: el de ser habitados por Él, sólo por Él. Dejémoslo entrar en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro corazón. Que María santísima, morada privilegiada del Hijo de Dios, nos acompañe y nos sostenga en el itinerario cuaresmal, para que redescubramos la belleza del encuentro con Cristo, que nos libera y nos salva.