28 febrero 2021

II Domingo de Cuaresma – 28 de febrero de 2021

1. La prueba y el sacrificio. La primera lectura nos refiere el episodio en el que Dios pone a prueba a Abrahán (cf. Gn 22, 1-18). Abrahán tenía un hijo único, Isaac, que le nació en la vejez. Era el hijo de la promesa, el hijo que debería llevar luego la salvación también a los pueblos. Pero un día Abrahán recibe de Dios la orden de ofrecerlo en sacrificio. El anciano patriarca se encuentra ante la perspectiva de un sacrificio que para él, padre, es ciertamente el mayor que se pueda imaginar. Sin embargo, no duda ni siquiera un instante y, después de preparar lo necesario, parte junto con Isaac hacia el lugar establecido. Y podemos imaginar esta caminata hacia la cima del monte, lo que sucedió en su corazón y en el corazón de su hijo. Construye un altar, coloca la leña y, después de atar al muchacho, aferra el cuchillo para inmolarlo. Abrahán se fía de Dios hasta tal punto que está dispuesto incluso a sacrificar a su propio hijo y, juntamente con el hijo, su futuro, porque sin ese hijo la promesa de la tierra no servía para nada, acabaría en la nada. Y sacrificando a su hijo se sacrifica a sí mismo, todo su futuro, toda la promesa. Es realmente un acto de fe radicalísimo. En ese momento lo detiene una orden de lo alto: Dios no quiere la muerte, sino la vida; el verdadero sacrificio no da muerte, sino que es la vida, y la obediencia de Abrahán se convierte en fuente de una inmensa bendición hasta hoy. Dejemos esto, pero podemos meditar este misterio. ¿Qué te ha pedido Dios que sacrifiques en este tiempo de cuaresma? ¿Cómo ha sido tu respuesta? ¿Qué entiendes por prueba en tu vida? ¿Cuál fue tu último sacrifico?

2. En la segunda lectura, san Pablo afirma que Dios mismo realizó un sacrificio: nos dio a su propio Hijo, lo donó en la cruz para vencer el pecado y la muerte, para vencer al maligno y para superar toda la malicia que existe en el mundo. Y esta extraordinaria misericordia de Dios suscita la admiración del Apóstol y una profunda confianza en la fuerza del amor de Dios a nosotros; de hecho, san Pablo afirma: «[Dios], que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?» (Rm 8, 32). Si Dios se da a sí mismo en el Hijo, nos da todo. Y san Pablo insiste en la potencia del sacrificio redentor de Cristo contra cualquier otro poder que pueda amenazar nuestra vida. Se pregunta: «¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió; más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros?» (vv. 33-34). Nosotros estamos en el corazón de Dios; esta es nuestra gran confianza. Esto crea amor y en el amor vamos hacia Dios. Si Dios ha entregado a su propio Hijo por todos nosotros, nadie podrá acusarnos, nadie podrá condenarnos, nadie podrá separarnos de su inmenso amor. Precisamente el sacrificio supremo de amor en la cruz, que el Hijo de Dios aceptó y eligió voluntariamente, se convierte en fuente de nuestra justificación, de nuestra salvación. Y pensemos que en la Sagrada Eucaristía siempre está presente este acto del Señor, que en su corazón permanece por toda la eternidad, y este acto de su corazón nos atrae, nos une a él. ¿Confío en el Señor, plenamente? ¿Qué significa en mi vida la muerte y resurrección del Señor? ¿Cuáles son los efectos de esa confianza?

3. El Evangelio nos habla del episodio de la Transfiguración (cf. Mc 9, 2-10): Jesús se manifiesta en su gloria antes del sacrificio de la cruz y Dios Padre lo proclama su Hijo predilecto, el amado, e invita a los discípulos a escucharlo. Jesús sube a un monte alto y toma consigo a tres apóstoles —Pedro, Santiago y Juan—, que estarán especialmente cercanos a él en la agonía extrema, en otro monte, el de los Olivos. Poco tiempo antes el Señor había anunciado su pasión y Pedro no había logrado comprender por qué el Señor, el Hijo de Dios, hablaba de sufrimiento, de rechazo, de muerte, de cruz; más aún, se había opuesto decididamente a esta perspectiva. Ahora Jesús toma consigo a los tres discípulos para ayudarlos a comprender que el camino para llegar a la gloria, el camino del amor luminoso que vence las tinieblas, pasa por la entrega total de sí mismo, pasa por el escándalo de la cruz. Y el Señor debe tomar consigo, siempre de nuevo, también a nosotros, al menos para comenzar a comprender que este es el camino necesario. La transfiguración es un momento anticipado de luz que nos ayuda también a nosotros a contemplar la pasión de Jesús con una mirada de fe. La pasión de Jesús es un misterio de sufrimiento, pero también es la «bienaventurada pasión» porque en su núcleo es un misterio de amor extraordinario de Dios; es el éxodo definitivo que nos abre la puerta hacia la libertad y la novedad de la Resurrección, de la salvación del mal. Tenemos necesidad de ella en nuestro camino diario, a menudo marcado también por la oscuridad del mal. 

Meditemos todos la importancia y la centralidad de la Eucaristía en la vida personal y comunitaria. La santa misa debe estar en el centro de vuestro Domingo, que es preciso redescubrir y vivir como día de Dios y de la comunidad, día en el cual alabar y celebrar a Aquel que murió y resucitó por nuestra salvación, día en el cual vivir juntos en la alegría de una comunidad abierta y dispuesta a acoger a toda persona sola o en dificultades. Reunidos en torno a la Eucaristía, de hecho, percibimos más fácilmente que la misión de toda comunidad cristiana consiste en llevar el mensaje del amor de Dios a todos los hombres. Precisamente por eso es importante que la Eucaristía esté siempre en el corazón de la vida de los fieles, como lo está hoy. 

Asumiendo sobre sí todas las consecuencias del mal y del pecado, Jesús resucitó al tercer día como vencedor de la muerte y del Maligno. La Cuaresma nos prepara para participar personalmente en este gran misterio de la fe, que celebraremos en el Triduo de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. 

De la fe en Cristo, en su cruz y resurrección, nace la esperanza. ¡Gran confianza! Sea ésta nuestra fuerza, particularmente en los momentos difíciles de la vida.

¿Cuáles son mis dificultades?¿y las de mi comunidad? ¿y las de mi familia? Pensemos en los que se encuentran en dificultades de diverso género: a quienes sufren en el cuerpo y en el espíritu; a quienes sufren pruebas de carácter social, como experiencias negativas en el trabajo, o malentendidos de familia: a los jóvenes que acaso están pasando un momento de crisis…Todos tienen derecho a esperar.

En el Evangelio de hoy encontramos una manifestación especial de la esperanza que nace de la fe en Jesucristo. Precisamente en el tiempo de Cuaresma la Iglesia nos lee de nuevo el Evangelio de la Transfiguración del Señor. En efecto, este acontecimiento tuvo lugar a fin de preparar a los Apóstoles a las pruebas difíciles de Getsemaní, de la pasión, de la humillación de la flagelación, de la coronación de espinas, del vía crucis, del Calvario. En esta perspectiva Jesús quería demostrar a sus Apóstoles más íntimos el esplendor de la gloria que refulge en El, la que el Padre le confirma con la voz de lo alto, revelando su filiación divina y su misión: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: escuchadle» (Mt 17, 5).

El esplendor de la gloria de la Transfiguración abraza casi toda la Antigua Alianza y llega a los ojos llenos de estupor de los Apóstoles, que se convertirían en maestros de esa fe que hace nacer la esperanza: de aquellos Apóstoles que deberían anunciar todo el misterio de Cristo.

¡Qué bien estamos aquí: contigo! Aquí, en esta parroquia. Ante este sagrario. Y no sólo aquí, sino acaso en una cama de hospital; acaso en los puestos de trabajo; a la mesa en la comunidad de la familia. En todas partes.

Encomendemos a la Virgen María nuestro camino cuaresmal, así como el de toda la Iglesia. Ella, que siguió a su Hijo Jesús hasta la cruz, nos ayude a ser discípulos fieles de Cristo, cristianos maduros, para poder participar juntamente con ella en la plenitud de la alegría pascual. Amén.

24 febrero 2021

Primeras Comuniones 2021

Fechas y hora

Sábado 1 de Mayo – 13:00h (Grupo de Juani Gallardo)

Domingo 2 de Mayo- 13:00h (Grupo de Juani Gallardo)

Sábado 8 de Mayo – 13:00h (Grupo de Tere Bernal)


Reunión informativa para las familias: 

- Sábado 27 de febrero – 17:00 (antes de misa de 17:30)


Documentación:

- Solicitud (se entregará el impreso en la reunión del Sábado 27 de febrero)

- Partida de bautismo, aquellos que estén bautizados fuera de la Parroquia de El Coronil

- Donativo

Se entregará al Párroco, el sábado 6 de Marzo, en la misa de 18:30.


Aspectos a tener en cuenta:

1. Los niños/as que van a recibir la Primera Comunión, estarán sentados con los padres en el mismo banco (o dos familiares por banco).

2. Aforo limitado. Cada niños/as  dispondrá de dos bancos adicionales para 4 invitados por banco.(Serán 8 invitados más 2 del banco del niño/a, 10 personas por niño/a).

3. Esas 10 personas accederán con la invitación, que la Parroquia les facilitará el día del ensayo. (Sólo accederá quien tenga invitación) 

4. El acceso a la Parroquia se realizará por orden 15 minutos antes de comenzar la misa, a las 12:45. Comenzando la Misa puntual, a las 13:00.

5. Los bancos se asignarán por orden alfabético de los niños/as que reciben la Comunión.

6. Se atenderán las medidas de seguridad Covid: mascarilla en todo momento, distancias de seguridad, gel hidroalcohólico.

7. El momento para la fotografía será antes de concluir la misa. Y una vez concluida la misa, nadie permanecerá en el interior del templo. 


Preparación:

1. Asistencia a Misa: los que van a recibir la Primera Comunión, todos los sábados, a las 18:30h

2. Primera Confesión y Ensayos.

Miércoles 28 de Abril a las 17:00 – Grupo del 1 de Mayo

Jueves 29 de Abril a las 17:00 – Grupo del 2 de Mayo

Miércoles 5 de Mayo a las 17:00 – Grupo del 8 de Mayo.

Ese día, se confesarán los niños/as y los familiares que lo deseen. Se les entregará la cruz y el Evangelio. También se les entregarán las entradas para que accedan los invitados a la Iglesia. 

21 febrero 2021

I Domingo de Cuaresma – 21 de febrero de 2021

Vivir solo de lo inmediato, puede distorsionar totalmente nuestra vida y también nuestra vida cristiana. Al comenzar la Cuaresma, si no queremos equivocarnos, más que pensar en ayunos y abstinencias, es bueno que pongamos los ojos en Jesús y tratemos de ajustar nuestra vida, nuestra manera de obrar y pensar y nuestras palabras a las suyas. Esta es la verdadera conversión y revisión de vida a la que nos llama la Cuaresma: tener a Cristo siempre como referencia. La tradición, el costumbrismo, el ambiente, “el siempre se ha hecho así” pesan tanto sobre nosotros que nos resulta difícil pensar y actuar de otra manera, pero la conversión auténtica es una conversión a la persona de Jesucristo y a recuperar nuestra conciencia de bautizados.  

Poniendo los ojos en Jesús, especialmente en este primer domingo de Cuaresma, encontramos que el texto evangélico nos lo presenta iniciando su vida pública. El mismo Espíritu, que se había manifestado en su Bautismo, lo empuja ahora al desierto donde será tentado. El desierto bíblicamente más que lugar geográfico es el momento de la prueba, de la dificultad, de la enfermedad, de la toma de decisiones, es el lugar o el momento en que se opta o por Dios o por el diablo.

S. Marcos no nos indica en qué consintieron las tentaciones de Jesús, pero con la expresión “siendo tentado por Satanás” (v.13) quiere indicarnos de una manera sintética y clara que la vida de Jesucristo estuvo sometida constantemente a la tentación. La última y mayor tentación sería que se bajara de la cruz (Cf. Mc 15,32).

Las tentaciones de Jesús están ligadas a su misión, y el intento de Satanás será desviarlo del camino marcado por Dios para que no lleve a cabo la Redención o al menos reducir su misión  a un plano meramente humano; es decir que renuncie a la cruz, pero Jesús se mantuvo vigilante en la oración para descubrir las sutilizas del diablo y para encontrar la fuerza que necesitaba en la oración y en el trato con el Padre. Jesús no se dejó engañar por las mentiras diabólicas disfrazadas de verdad.

Si volvemos los ojos ahora hacia nosotros, descubrimos que cada uno también ha recibido en el bautismo la misión de ser anunciador del evangelio, misión que constantemente se ve amenazada por la tentación y el pecado. El diablo intenta convertirnos en sus instrumentos para impedir que el reino de Dios sea una realidad.

Las tentaciones tendrán muchas formas, serán de tipo espiritual, social, económico, pero siempre atrayentes y disfrazadas de felicidad, como en el caso de Adán y Eva en el Paraíso terrenal (Cf Gn 3,6), pero en último término, todas intetan que la obra redentora de Cristo no llegue a nosotros y a que no seamos cauce para que llegue la misma obra a los demás.

Y junto a la tentación nos encontramos también con la fuerza del Espíritu Santo para ser fieles a Dios, para tomar con entera libertad las decisiones que valen la pena y tomarlas delante de Dios en oración y austeridad. Solamente con la fuerza del Espíritu Santo, la fuerza de la oración y la vigilancia, como nos indica S. Pedro (1P 5,8-9), imitaremos a Jesucristo, venceremos nuestras tentaciones y podremos decir que estamos en proceso de conversión.

La tentación suele además pasarnos por el desierto, por la humillación, del sin sentido de lo que hacemos o creemos, pero es precisamente ahí donde encontraremos el mejor espacio para la revelación y la intimidad con Dios, y este desierto lo podemos encontrar donde menos lo esperamos y donde menos nos gusta: en el vacío de la enfermedad y la vejez, en la desilusión, en un fracaso, en la soledad, lo podemos encontrar en esta situación problemática de coronavirus que estamos viviendo… ¡Cuantas personas han rehecho su vida o han descubierto al Dios de Jesucristo en situaciones semejantes! El desierto nos hará ver la autenticidad de nuestra vida cristiana.

Al contemplar a Jesús luchando y venciendo la tentación, el creyente encuentra abierta una ventana de esperanza: es posible vencer el mal. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo (Jn 16,33).

2. Empujar es mover algo o a alguien con fuerza, pero también es motivar o influir para que alguien lleve a cabo una decisión, una iniciativa, una acción. Y este primer domingo de Cuaresma hemos visto que el Espíritu empujó a Jesús. El Espíritu Santo siempre está presente en la vida de Jesús, desde su concepción (El ángel dijo a María: El Espíritu Santo vendrá sobre ti…), pasando por su Bautismo (el Espíritu bajó sobre Él) hasta su resurrección, como hemos escuchado en la 2ª lectura: Como era hombre lo mataron, pero como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Y como también hemos escuchado, con este Espíritu fue a proclamar su mensaje…

Jesús, ya adulto, comienza su “vida pública”. Lo lógico, lo esperable, hubiera sido que Jesús empezase cuanto antes a proclamar el Evangelio a la gente, convocando a multitudes. Pero sorprendentemente el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días.

¿Por qué el Espíritu empujó a Jesús al desierto? El desierto es una zona inhóspita y muy poco habitada, pero en la Biblia también es lugar de prueba, de corrección, de reflexión y de encuentro con Dios. Todavía podríamos admitir que Jesús se había tomado un tiempo de retiro y tranquilidad antes de iniciar su vida pública, pero de nuevo nos sorprende: se quedó en el desierto dejándose tentar por Satanás. Y de nuevo nos preguntamos: ¿Por qué, qué le empujó a eso?

La tentación es una prueba para comprobar la calidad de nuestra fe, y Satanás es lo opuesto a Dios. Precisamente en los “desiertos” de la vida, en las dificultades, en las circunstancias y ambientes opuestos a Dios, es donde se pone a prueba nuestra fe. Y ante la tentación, ante la prueba, podemos salir fortalecidos, o sucumbir a la tentación.

Jesús se quedó en el desierto dejándose tentar porque así, como diremos después en el Prefacio, “al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado”. Jesús se dejó empujar por el Espíritu a la tentación para que, como Él, con la fuerza del Espíritu, sepamos cómo vencerla y salir fortalecidos.

Entonces estaremos en condiciones de proclamar el Evangelio de Dios de forma creíble: porque sabemos lo que es la tentación, lo opuesto a Dios, pero cuando quien nos empuja es el Espíritu, podemos superar las pruebas.

3. Este primer domingo de Cuaresma, para iniciar la conversión a la que Jesús nos llama, nos invita a preguntarnos: ¿Qué o quién nos empuja en nuestra vida, qué o quién nos mueve, nos motiva? ¿Es conforme al Evangelio, o contrario a él? ¿Me dejo empujar por el Espíritu a la hora de tomar decisiones? ¿Qué tentaciones, qué pruebas he tenido? ¿Supe rechazarlas desde la fe?

La Cuaresma es una oportunidad para dar un giro a nuestra vida, no porque cambien nuestras circunstancias externas, sino porque estamos convirtiéndonos mejor al Evangelio y eso se nos nota en el día a día. Y, como dijo el Papa San Pablo VI en Evangelii nuntiandi 21: “A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira?”. Así tendremos ocasión de mostrar que Quien nos empuja es el Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo y la Confirmación.

Esta Cuaresma el Señor nos llama de nuevo a convertirnos mejor al Evangelio y a proclamarlo. Dejémonos empujar por el Espíritu con confianza, como Jesús, aunque sea en medio de desiertos y tentaciones, porque “el Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos. Sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca”.

17 febrero 2021

Vive la Cuaresma

14 febrero 2021

VI Domingo del Tiempo Ordinario – 14 de febrero de 2021

1. La Curación y la Penitencia. En este pasaje del Evangelio se nos presenta una nueva curación milagrosa llevada a cabo por Jesús que, además, está cargada de un gran contenido simbólico.

Según las prescripciones del Levítico la lepra no era considerada sólo como una enfermedad, sino también como un grave tipo de impureza ritual que lleva consigo la obligación de estar aislado mientras perdurase (Lv 13,1-59). Correspondía a los sacerdotes diagnosticar a quienes presentaban los síntomas, así como certificar la curación, si es que llegaba a producirse.

Es fácil hacerse cargo de los sufrimientos que implicaba a las personas que la contraían, ya que, además de las graves molestias propias de la enfermedad, debían abandonar sus casas y sus pueblos y vagar por lugares deshabitados, lejos del contacto con otras personas. Tener lepra era como estar muerto en vida, alejado tanto de la vida civil como de la religiosa. Por eso, también su curación es como una resurrección.

Aquel hombre leproso, al ver desde lejos que Jesús pasaba con sus discípulos por algún camino de la zona en la que estaba, sentiría removerse su corazón con la esperanza de que pudiera hacer algo por él. Por eso se acerca al Maestro y, todavía lejos, arrodillado en su presencia, le habla lleno de confianza en que Jesús tenía poder para hacerlo. A la vez se dirige al Señor de modo muy respetuoso con lo que decidiera hacer finalmente: “Si quieres, puedes limpiarme”.

Jesús se compadeció al instante de este hombre, se acercó a él, extendió su mano para tocarlo y le dijo: “Quiero, queda limpio”. E inmediatamente se produjo su curación. El hecho de extender la mano y tocar el cuerpo llagado del leproso, pone de manifiesto que Dios, de ordinario, se quiere servir de gestos, de signos sensibles, que por la acción divina son eficaces. El simple hecho de tocar no cura, pero el poder de Dios a través de ese gesto, sana en profundidad a aquella persona.

Es algo análogo a lo que sucede en los sacramentos, que fueron instituidos por nuestro Señor Jesucristo. Sin signos sensibles que, por la acción divina que actúa en ellos, producen eficazmente la gracia que significan.

En la lepra se puede ver un símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del corazón, que lleva consigo un alejamiento de Dios. A diferencia de lo que establecían las antiguas normas rituales del Levítico la enfermedad física no nos separa de Dios, sino la culpa, las manchas morales y espirituales del alma.

También en ocasiones podemos sentirnos manchados por nuestras faltas y pecados, e incapaces de salir con nuestras propias fuerzas de esa situación. Entonces es el momento de dirigirnos a Jesús con la misma fe fuerte de aquel hombre: “Si quieres, puedes limpiarme”. Y, si nuestro corazón está decidido a apartarse del mal con la ayuda del Señor y acudimos al sacramento de la Reconciliación, también podremos experimentar la eficacia de sus palabras: “Quiero, queda limpio”.

Los pecados que hayamos podido cometer -aunque hayan llegado a producir la muerte del alma, como las manchas en la piel de aquel leproso lo habían hecho morir en cierto modo- quedan limpios cuando los confesamos humildemente. En este sacramento, Jesucristo, con infinita misericordia, nos renueva y reconforta por medio de sus ministros, permitiéndonos recomenzar una nueva vida llena de paz y alegría.

2. ¿Cuál es mi actitud?  

·      Destaca la actitud humilde del leproso, con una súplica que manifiesta únicamente su absoluta confianza en el poder de Jesús. Es un modelo para nuestro acercamiento a Jesús. 

·      El gesto de “tocar”, entrar en contacto físico con el leproso, que estaba prohibido por la Ley, niega que Dios excluya de su favor al leproso. Jesús “toca” lo intocable (la Ley) y al intocable (el leproso); el leproso, al acercarse a Jesús, viola la Ley, y Jesús, al tocarlo, también. La Ley, al imponer la marginación, no expresa el ser ni la voluntad de Dios. ¿Qué mensaje nos comunica el evangelio y qué consecuencias para nuestra vida creyente? 

·      Es muy llamativa la contradicción entre el silencio impuesto y el testimonio del leproso. La prohibición de hablar puede deberse al llamado “secreto mesiánico”, el propósito de Jesús de mantener oculto su mesianismo

hasta no llegar a conocerse y asumir todo su reco- rrido; pero la experiencia del amor de Dios, del que pensaba estar excluido, y la libertad adquirida, causan en el hombre una alegría incontenible que tiene que proclamar. ¿Es así de expansiva nuestra experiencia creyente? 

·      El que elimina la lepra, el que saca de la marginación, se convierte en un “marginado” para la religión y la sociedad. Jesús tiene que quedarse fuera (adverbio de gran significado religioso), en lugar desértico, como antes le pasaba al leproso. ¿Nos dice algo? 

3.- Resulta inevitable la comparación entre la situación del Coronavirus y la que vivían antiguamente los enfermos de lepra, como hemos escuchado en la 1ª lectura. Era una enfermedad contagiosa, no había tratamiento y, por tanto, había que aislar a los leprosos para proteger al resto de la población: Mientras le dure la lepra, seguirá impuro; vivirá solo, algo similar a quienes hoy deben ser confinados. 

Pero como no se ve el final de la pandemia, también inevitablemente surgen preguntas: “¿Es que el Señor no siente lástima ante tanto sufrimiento? ¿Será que no quiere curarnos?” Unas preguntas humanamente muy lógicas, pero cuya respuesta va más allá de nuestra lógica y nos invitan a entrar en el misterio de Dios manifestado en Jesús. 

Como escuchábamos el domingo pasado, le llevaron los todos enfermos, pero Él curó a muchos, no a todos, porque las curaciones y otros milagros que Jesús realizó fueron para manifestar que Dios estaba presente en Él, que el Reino de Dios había llegado. 

Por eso Jesús pide al leproso: No se lo digas a nadie… porque no quiere aparecer como un “milagrero” y que la gente acuda a Él buscando sólo el bienestar físico sin buscar el bien del alma ni el Reino de Dios.

No es que Jesús “no quiera” hacer hoy el milagro. Es que, hoy también, lo que quiere es que creamos en Él y descubramos el verdadero rostro de Dios que, más allá de nuestra lógica y de nuestras expectativas, no elimina la cruz sino que pasa por ella para vencerla, solidarizándose con nuestra situación de dolor y sufrimiento para sanar también nuestra alma.

Por eso, antes de curar al leproso, Jesús hizo un gesto clave: extendió la mano y lo tocó, algo impensable, contrario a la Ley, pero está manifestando la cercanía de Dios ante quienes por cualquier causa están marginados, descartados. Y hoy sigue “tocando” de muchas formas y a través de muchas personas a quienes por cualquier causa sufren en su cuerpo o en su espíritu.    

Muchas personas, entonces y hoy, acuden a Jesús buscando sólo salir de su situación de necesidad, pero no tienen interés ni en su Evangelio ni en el Reino. Otras personas sí que buscan su Reino, pero sufren el aparente silencio de Dios ante su oración y se preguntan: “¿Será que no quiere?”

A veces parece que Dios no nos escucha, pero su silencio es también una respuesta. Por eso, sea cual sea nuestra situación, la Palabra de Dios hoy nos recuerda que no es que el Señor “no quiera” nuestra curación, sino que hoy como entonces nos invita a descubrir los signos de su cercanía, para que creamos en Él y le sigamos, también cuando sufrimos cualquier forma de cruz.

07 febrero 2021

V Domingo del Tiempo Ordinario – 7 de febrero de 2021

1.- ¿Tiene sentido la historia? ¿Y la vida humana? Contemplar el discurrir de las cosas en el escenario de la vida real produce escalofríos. Con frecuencia, nos sentimos débiles e impotentes. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? No es sencillo. Tampoco lo es para el creyente en el Dios de Jesús. Cuando se pasa mal, cuando lo pasamos mal: ¿dónde está Dios? ¿es compatible la fe en un Dios bueno y salvador con la desgracia, con el mal, con el sufrimiento de tanta gente y, sobre todo, con el de personas inocentes?

El dramatismo de estas preguntas nos ubican ante la situación que plantea la primera lectura en la persona de Job. El mal padecido injustamente le lleva a cuestionarse el sentido de las cosas. También el proceder de Dios. ¿Cómo no sentirse identificado con sus reflexiones? Sus preguntas son las de cualquier hombre angustiado y asediado por el dolor. Sus dificultades son también las nuestras. La Palabra de este domingo es valiente y nos coloca frente al misterio del mal y su difícil relación con la fe en Dios.

Lo interesante de las lecturas que se nos ofrecen en este domingo es que no intentan dar clases teóricas en torno al problema del dolor o del sufrimiento. Manifiestan con toda naturalidad la conexión de esa realidad con el Dios de la encarnación y, como consecuencia, con la misión eclesial.

La pista de esa conexión la hallamos en el evangelio. Jesús sale de la sinagoga y sana a cuantas personas encuentra en su camino. La primera la suegra de Simón, que le acoge en su casa. Después a las multitudes que acuden a la puerta (“curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”). El Nazareno no especula ante el sufrimiento, sencillamente intenta aliviarlo o hacerlo desaparecer. Expresado en otros términos: el Dios revelado por Jesucristo no quiere que la gente padezca el mal. Por eso hace todo lo posible por evitarlo. La misión del Hijo de Dios, el servicio del Reino, es la prueba palmaria de este hecho. La palabra y la actuación del Maestro de Nazaret son, por así decirlo, una especie de cruzada contra el mal, sea cual sea su causa.

Es relevante subrayar que este camino práctico contra el mal de Jesús solo se entiende desde la experiencia de Dios. Y hay aquí un dato que no se debe olvidar. Jesús, antes de curar, viene del encuentro con Dios en la sinagoga (en la Palabra) y, después, se retira a solas a orar. Lo que Jesús dice o hace para romper la experiencia del dolor de los hermanos brota de su relación con Dios (con el Padre). La auténtica experiencia de Dios no aleja, sino que acerca al mundo del dolor.

En este sentido, el Dios de Jesús es un Dios compasivo y cercano que se identifica con el doliente y hace lo posible por amainar su dolor. Esta cercanía es fruto del amor y llega, como sabemos, hasta el extremo de cargar con el sufrimiento de los demás. Hay aquí una enseñanza a retener. Dios no quiere el mal, como el ser humano no quiere el mal. La única receta es el amor, vía práctica que lo combate en términos de caridad y cercanía, de entrega generosa y ofrecimiento, de asunción en la propia carne…

2. La universalidad de la lucha contra el mal de Jesús. Los discípulos encuentran a Jesús, que está en oración, y le dicen: “todo el mundo te busca”. Él responde: “Vámonos a otra parte para predicar también allí, que para eso he venido”. La misión del Maestro de Nazaret es una misión abierta. Tan abierta como los horizontes de lo humano y del mundo. Se trata de una misión universal. Ha de llegar a todos. Y esto porque el dolor y el mal, en la forma que sea, afectan a todos los hombres y mujeres del mundo.

En clara correspondencia, la universalidad de la misión de Jesús conecta con la misión de sus discípulos enviados al mundo entero, como él, a anunciar la buena noticia y a sanar a los enfermos. En la segunda lectura, Pablo da cuenta de ese ministerio, que es el que da sentido a su vida. Ministerio sostenido por la clave del amor y del servicio que brota del camino abierto por Jesucristo: “me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todos a todos para ganar, sea como sea, a a algunos. Y lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes”. En este sentido, la Iglesia, como dice el papa Francisco es (o ha de ser) “un hospital de campaña”, “una Iglesia samaritana”. Su labor es la de luchar con las armas del evangelio contra el mal.

¿Tiene sentido la vida si hay mal? Según lo que la Palabra nos enseña en este quinto domingo del tiempo ordinario, desde la fe en el Dios encarnado, el sentido de la vida es, con y por Jesús, a través de la palabra y la acción movidas por el amor, tratar de acabar con el mal y el sufrimiento. ¡Todo un desafío!

3.-“Atrapados en el tiempo”. Pensemos, por ejemplo, en un día laborable cualquiera: levantarse, trabajo o tareas de casa, las noticias del día, la comida, la compra, más trabajo, los niños o nietos, quizá alguna actividad, cena, un rato de lectura o televisión, y a la cama. Y al día siguiente, más de lo mismo.
La mayoría de los días son prácticamente “iguales” y así van pasando las semanas, los meses... y acabamos experimentado lo mismo que Job, y que hemos escuchado en la 1ª lectura: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo… Mis días se consumen sin esperanza. Nos sentimos “atrapados en el tiempo” y sin que nuestra vida tenga una meta o sentido.

Pero la Palabra de Dios de este domingo nos indica cómo podemos romper, como cristianos, ese “bucle temporal” en el que podemos sentirnos inmersos. En el Evangelio hemos escuchado lo que sería un día cualquiera en la vida de Jesús: enseñanza, curaciones, atención a las personas... Es lo que se repetía más o menos cada día. Pero Jesús nos enseña cómo hacer que cada día sea único, que cada día sea diferente al anterior, que la actividad de cada día nos haga avanzar y tenga un sentido: Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Jesús, cada jornada, tenía su tiempo de oración, aunque tuviera que levantarse de madrugada para ello. Las cosas de cada día, la preocupación por los demás, no le impedían su encuentro a solas con el Padre. Y si tenía que madrugar para orar, lo hacía, porque necesitaba alimentar su relación con el Padre, porque así sabía que su acción de cada día tenía una dirección y un sentido porque estaba cumpliendo la voluntad del Padre.

Pero, aunque oremos, también podemos llegar a sentirnos “atrapados en el tiempo”, en el estancamiento y la pérdida de sentido, y nos surge la pregunta de san Pablo en la 2ª lectura: Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío… ¿cuál es la paga? La oración, como encuentro con Dios, nos debe llevar a descubrir la motivación, el sentido de nuestra actividad como discípulos y apóstoles: Precisamente dar a conocer el Evangelio, porque ése es el camino de la santidad. Esos días prácticamente “iguales” no son para sentirnos “atrapados en el tiempo”: cada día, da igual lo que hagamos, es una oportunidad para dar a conocer el Evangelio: Siendo libre… me he hecho esclavo. Me he hecho débil con los débiles. Me he hecho todo a todos… Cualquier actividad que hagamos un día cualquiera, si lo hacemos movidos desde nuestro encuentro con Dios, tiene sentido y nos hace avanzar porque hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes. Cuando anunciamos el Evangelio a otros, también nosotros nos beneficiamos de ese anuncio.      

¿Me siento “atrapado en el tiempo”, sin avanzar ni crecer? ¿No encuentro sentido a mi actividad cotidiana? ¿Cuido mi encuentro con Dios, en la oración, en la Eucaristía, en la reconciliación, en la formación… aunque me suponga un esfuerzo? ¿Soy consciente de que cada día es una oportunidad para anunciar el Evangelio? ¿“Me hago todo a todos”, hago cercano y comprensible mi testimonio de fe? ¿Experimento que así yo también participo del Evangelio, que me hace bien?

06 febrero 2021

La Parroquia y su sostenimiento

La Parroquia Nuestra Señora de Consolación de El Coronil, realiza su misión de ser el corazón de Cristo Resucitado, en medio de nuestro pueblo. Su misión nace del encuentro comunitario con el Señor en la Eucaristía y en los Sacramentos. 

La vida de la Parroquia gira en torno:

1. Sacramentos (Liturgia)
  • Eucaristía, Penitencia, Bautizos, Matrimonios y Unción de los Enfermos
  • Sacramentales: Liturgias Exequiales.
  • Oración personal y comunitaria (Adoración del Santísimo)
2. Servicio (Diaconía)

  • Cáritas Parroquial (Atención a los mas necesitados)
  • Colaboración con tareas de misión y desarrollo en otros lugares del mundo (Manos Unidas, Domund, Tierra Santa, Venezuela…)

3. Misión (Kerigma-anuncio)

  • Catequesis
  • Formación
  • Retiros 

Además de cumplir con esta misión urgente, la Parroquia custodia y protege un basto patrimonio histórico-artístico, que es utilizado en su misión evangelizadora. 

1. Conservación del edificio de la Parroquia y la Capilla de los Remedios.

  • La limpieza y desinfección es permanente para cumplir con los protocolos de seguridad del Covid19. El presupuesto que se está dedicando a esto es mayúsculo.
  • El mantenimiento de unos edificios tan antiguos es permanente (limpieza de los tejados, por el elevado número de palomas, se hace varias veces al año, por poner un ejemplo)
  • Pago de suministros: luz, agua, teléfono, alarma…
  • Urge la pintura de las bóvedas (techo interior, lleva varias décadas sin pintar y se esta quebrando)
  • Urge el saneado y pintura de las puertas de acceso: plaza y calle San Francisco.
  • Pintura de la fachada trasera de la Parroquia.

2. Conservación de los bienes muebles del extenso inventario de la parroquia.

  • Restauración de las imágenes pendientes del retablo mayor y en peligro: San Roque, San Pedro y San Pablo.

Todo esto se financia con las colectas, donativos, cuotas parroquiales y lotería.

Se va a proceder a cobrar la cuota parroquial 2021, que será de 15€
     
Normalmente se hacía por las casas, os pedimos que domiciliéis el recibo en el banco.

Se puede colaborar por transferencia bancaria:
     ES58 2100 4410 5401 0019 8935 (Cuenta de Cáritas Parroquial)
     ES91 2100 8095 9021 0021 1788 (Cuenta de la Parroquia) 

- Puede ser un donativo anual, mensual o trimestral.
- Todos los donativos desgravan en la Declaración de la Renta, presentando el recibo de la Parroquia. 

01 febrero 2021

«Amaos como yo os he amado»

Comunicado de Cáritas Parroquial de El Coronil

El trabajo que realiza nuestro equipo de Cáritas Parroquial, encabezado por nuestro Director, Juan Manuel Maneses y ayudado por María Dolores Benítez, María Luisa Muñoz y Juani Álvarez, juntamente con el acompañamiento del Técnico de Cáritas Diocesana de Sevilla, José, es una labor insustituible e impagable. ¡Dios os lo pague!

Ellos de manera cariñosa, atenta, discreta, callada... atienden a los que llaman a la puerta de la Parroquia, para ser atendidos. Los atienden en nombre de nuestra comunidad. Son las manos, los pies, el corazón de Cristo, cuidando de sus pobres.

¿Con qué ayuda contamos? ¿De dónde sale lo material que tenemos para ayudar?

De dos fuentes: la colecta de cada domingo primero de mes, que la colecta de las misas es íntegra, para nuestra Cáritas, y los donativos que se le suman puntualmente y en segundo lugar los alimentos que recibimos del Banco de Alimentos de Sevilla.

Con esto se ayuda a las familias que acuden a la Parroquia. 

Hay excepciones, en función del dinero con el que contamos, por ejemplo, con los donativos y la colecta de diciembre que fueron muy generosos; se pagaron “vales” por valor de 1000€ para comprar en el supermercado alimentos de primera necesidad.

¿Cuántas familias son beneficiarias? Desde el comienzo de la pandemia, se ha agravado la situación. 

-Se atiende a 27 familias. Unas 71 personas. 

El próximo domingo, primero del mes de febrero, os pido que seáis muy generosos y colaboréis.  La media de la colecta de caritas es de 250€/mes, si la colecta se mantiene estaríamos ayudando a cada persona con unos 10€/mes. Os pido que si podéis os esforcéis en ayudar. 

Nos han llegado necesidades como el pago de un alquiler,... y es muy necesario el fondo...

Aquellos que no podáis acudir a la parroquia por la Pandemia, podéis colaborar con una transferencia bancaria.

ES58 2100 4410 5401 0019 8935 (La Caixa) 

Un fuerte abrazo y Dios os lo pague.