29 noviembre 2020

Primer Domingo de Adviento – 29/11/2020

"Anunciad a todos los pueblos y decidles:  Mirad, Dios viene, nuestro Salvador"

1.- Al inicio de un nuevo ciclo anual, la liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras:  "Dios viene". Esta expresión tan sintética contiene una fuerza de sugestión siempre nueva.

Detengámonos un momento a reflexionar:  no usa el pasado —Dios ha venido— ni el futuro, —Dios vendrá—, sino el presente:  "Dios viene". Como podemos comprobar, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que se realiza siempre:  está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo momento "Dios viene".

El verbo "venir" se presenta como un verbo "teológico", incluso "teologal", porque dice algo que atañe a la naturaleza misma de Dios. Por tanto, anunciar que "Dios viene" significa anunciar simplemente a Dios mismo, a través de uno de sus rasgos esenciales y característicos:  es el Dios-que-viene.

El Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar coherentemente. Resuena como un llamamiento saludable que se repite con el paso de los días, de las semanas, de los meses:  Despierta. Recuerda que Dios viene. No ayer, no mañana, sino hoy, ahora. El único verdadero Dios, "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene.

Es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.

2.- Los Padres de la Iglesia explican que la "venida" de Dios —continua y, por decirlo así, connatural con su mismo ser— se concentra en las dos principales venidas de Cristo, la de su encarnación y la de su vuelta gloriosa al fin de la historia (cf. San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 15, 1:  PG 33, 870). El tiempo de Adviento se desarrolla entre estos dos polos.

En los primeros días se subraya la espera de la última venida del Señor, como lo demuestran también los textos de la celebración vespertina de hoy.

En cambio, al acercarse la Navidad, prevalecerá la memoria del acontecimiento de Belén, para reconocer en él la "plenitud del tiempo".

Entre estas dos venidas, "manifiestas", hay una tercera, que san Bernardo llama "intermedia" y "oculta":  se realiza en el alma de los creyentes y es una especie de "puente" entre la primera y la última. "En la primera —escribe san Bernardo—, Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta es nuestro descanso y nuestro consuelo" (Discurso 5 sobre el Adviento, 1).

3.- Para la venida de Cristo que podríamos llamar "encarnación espiritual", el arquetipo siempre es María. Como la Virgen Madre llevó en su corazón al Verbo hecho carne, así cada una de las almas y toda la Iglesia están llamadas, en su peregrinación terrena, a esperar a Cristo que viene, y a acogerlo con fe y amor siempre renovados.

Así la Liturgia del Adviento pone de relieve que la Iglesia da voz a esa espera de Dios profundamente inscrita en la historia de la humanidad, una espera a menudo sofocada y desviada hacia direcciones equivocadas. La Iglesia, cuerpo místicamente unido a Cristo cabeza, es sacramento, es decir, signo e instrumento eficaz también de esta espera de Dios.

De una forma que sólo él conoce, la comunidad cristiana puede apresurar la venida final, ayudando a la humanidad a salir al encuentro del Señor que viene.

Y lo hace ante todo, pero no sólo, con la oración. Las "obras buenas" son esenciales e inseparables de la oración, como recuerda la oración de este primer domingo de Adviento, con la que pedimos al Padre celestial que suscite en nosotros "el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras".

Desde esta perspectiva, el Adviento es un tiempo muy apto para vivirlo en comunión con todos los que esperan en un mundo más justo y más fraterno, y que gracias a Dios son numerosos. En este compromiso por la justicia pueden unirse de algún modo hombres de cualquier nacionalidad y cultura, creyentes y no creyentes, pues todos albergan el mismo anhelo, aunque con motivaciones distintas, de un futuro de justicia y de paz.

La paz es la meta a la que aspira la humanidad entera. Para los creyentes "paz" es uno de los nombres más bellos de Dios, que quiere el entendimiento entre todos sus hijos. Un canto de paz resonó en los cielos cuando Dios se hizo hombre y nació de una mujer, en la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4, 4).

Así pues, comencemos este nuevo Adviento —tiempo que nos regala el Señor del tiempo— despertando en nuestros corazones la espera del Dios-que-viene y la esperanza de que su nombre sea santificado, de que venga su reino de justicia y de paz, y de que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo.

En esta espera dejémonos guiar por la Virgen María, Madre del Dios-que-viene, Madre de la esperanza, a quien celebraremos dentro de unos días como Inmaculada. Que ella nos obtenga la gracia de ser santos e inmaculados en el amor cuando tenga lugar la venida de nuestro Señor Jesucristo, al cual, con el Padre y el Espíritu Santo, sea alabanza y gloria por los siglos de los siglos.

Amén.

21 noviembre 2020

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario – 22/11/2020

«Y de nuevo vendrá para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin»

Esta es la fe de la Iglesia, que proclama en el Credo cada domingo. ¡Qué diferencia entre la escena de que leemos este domingo en el Evangelio y la escena de Jesús ante Pilato, siendo juzgado, Jesús de pie y encadenado; y en el pasaje de hoy, al contrario, Jesús sentado y examinando y juzgando.

Parecía que eramos inmunes a todo, que nos adaptamos a todo... pero hay una cosa a la que el hombre no se ha acostumbrado y es la injusticia. Continúa sintiéndola intolerable. Nos rebelamos ante la idea del mal, del abuso, ser castigados... Es a esa sed de justicia a la que responderá el juicio. Sin la fe el juicio final, todo el mundo y la historia llegan a ser incomprensibles, escandalosos.

Sin lugar a dudas, una de las cuestiones más arduas que se plantea la teología (y el pensamiento en general) es la cuestión de la teodicea, esto es, el tratar de conciliar la idea de Dios (a quien definimos como único, bueno y todopoderoso) con la perenne presencia del mal y el dolor en la creación, que como dice San Pablo en Romanos, “gime, como con dolores de parto”.

Para algún teólogo, esta tarea, tanto desde una perspectiva más teísta como desde una perspectiva más racionalista, se torna un imposible, afectando negativamente a la fe en Dios, que queda cuestionado e injustificado.

Pero, inmediatamente, este cuestionamiento de Dios, que deja impasible a la experiencia del mal y el dolor, se metaboliza en una antropodicea, esto es, ahora a quien toca responder y justificarse es al hombre. En este sentido, Nieztsche declara la muerte de Dios y exalta al hombre (al superhombre) como ser fuerte y dominante ante la adversidad: el hombre se salva a sí mismo. A pesar de todo, al igual que ocurre con la teodicea, la antropodicea alcanza absurdos y callejones sin salida pues, al final, la experiencia del mal y el dolor permanece y el hombre no se puede salvar a sí mismo, cuanto menos pensando en el supremo mal de la muerte.

En vista de todo lo cual (tanto con la teodicea como con la antropodicea), sólo restaría, pues, quedarnos en un pensamiento paradójico. Pero merece tener en cuenta que “paradójico”, no significa “sin sentido”.

Así, el pensamiento cristiano primitivo, la teología de los grandes concilios, resultó necesariamente paradójico, precisamente para que no perdiéramos el sentido ante los dilemas teológicos. Las afirmaciones cristológicas de Nicea y Calcedonia no evitan la paradoja (diríamos que la buscan, precisamente) y sin embargo, son fuente de sentido, y en particular para nuestro caso: Jesucristo, Dios y hombre, dos naturalezas en una sola persona, sin división ni confusión es un lenguaje, sin duda, paradójico, pero que afirma el sentido soteriológico (de salvación) que ni la teodicea ni la antropodicea pueden racionalizar ni menos ofrecer más allá de lo especulativo.

Y es que, al fin, de lo que se trata  es, precisamente, de eso: de que la creación (en particular el hombre) experimenta el mal y el dolor y es consciente de su finitud y su muerte, y Nicea y Calcedonia responden (dan sentido) a esa experiencia; y lo más importante, lo hacen desde la propia experiencia del hombre acerca de Jesucristo. ¿Cómo? – nos preguntaremos. Pero este esta pregunta del “cómo” es la pregunta inadecuada (la paradoja no puede responder al “cómo”); por eso es importante escoger bien la pregunta y como sostiene Bonhoeffer, la pregunta que aquí cabe y da sentido no es “¿cómo?” sino “¿quién?”: ¿Quién es Jesucristo? Respondiendo a esta pregunta desde la experiencia personal, comunitaria e histórica, es como rompemos el círculo vicioso en que nos atrapan la teodicea y la antropodicea, y sobre todo, nos abrimos a la posibilidad de salvación ante el mal, el dolor y la muerte, que el mismo Dios experimenta en Jesucristo, Dios y hombre, hombre y Dios.

¿Quién es, pues, Jesucristo? La liturgia de hoy, en sus lecturas, nos presenta, a modo de respuesta, tres epítetos que califican y definen a Jesucristo, a saber, pastor, juez y rey.

Como pastor. ¿Quién sino un verdadero hombre, que ha transitado los caminos de este mundo con sus propios pies, que ha experimentado el itinerario del caminar humano en la tierra, que ha sufrido los rigores del clima, las piedras del camino, que ha conocido la sed del caminante, puede guiar a otros hombres por las vías que configuran la vida del hombre? Pero, ¿quién sino un verdadero Dios puede no sólo conocer y orientar sino ser el mismo camino que lleva a la Vida?

Como juez. ¿Quién sino un verdadero hombre, que ha experimentado en su ser, en su carne, el dolor y el sufrimiento de la carne, que ha vivido el mal como existencial, que ha sido tentado en su misma realidad, puede juzgar la existencia de un hombre? Pero, ¿quién sino un verdadero Dios, que conoce el espíritu de cada uno, puede dictar sentencia? Y ¿Quién sino un verdadero Dios puede juzgar y sentenciar al mal mismo y a la muerte misma? Y ¿quién sino un verdadero Dios puede salvar?

Como rey. ¿Quién sino un verdadero hombre, que sabe que ha de morir, que se sitúa en la ultimidad de sus posibilidades, que mira a su horizonte y se encuentra con la muerte, que él mismo se coloca el primero ante el enemigo, puede llevar animosamente a sus hombres a la batalla entre el bien y el mal, que no es sino la definitiva batalla del hombre, la de la vida frente a la muerte? Pero ¿quién sino un verdadero Dios, el Dios del Bien, el Dios de la Vida, puede asegurar la victoria frente al mal y  la muerte?

2. “El Señor es mi pastor; Nada me faltará" ¿Quién de nosotros quiere estar necesitado? Ciertamente, no una pareja joven que comienza su vida de casados, o un anciano o una mujer que enfrenta un futuro incierto o sin un ingreso fijo, o una familia que se arriesga a buscar una nueva vida en otro nuevo país. Aquellos que estamos enfermos quieren que se atienden nuestras necesidades, y aquellos que luchan con la depresión quieren creer que estamos seguros. Decir "no me faltará" es una cosa, pero conocer la fuente de esa seguridad es otra. Y de eso se trata precisamente esta solemnidad de Cristo Rey. Podemos tener la tendencia a pensar en Dios como una especie de tío rico que nos da golosinas o un juez solemne que nos amenaza. Pero nuestra lectura de hoy nos cuenta una historia diferente. Las lecturas describen a Dios como un pastor, y además bueno. La iglesia selecciona estas lecturas para esta fiesta para recordarnos que Jesús, el mismo Hijo de Dios, no es como los reyes sobre los que leemos en los libros de historia. Él no se mantiene al margen, sino como uno de los más bajos de los que sirven: los pastores que cuidan sus rebaños en las duras condiciones del desierto y son responsables de preservar sus rebaños, incluso de amarlos. En nuestra primera lectura, el profeta Ezequiel habla la palabra de Dios a Israel casi seis siglos antes de la época de Jesús. El mensaje de Ezequiel está dirigido a aquellos en el exilio de su tierra natal de Israel, y, hablando por Dios en primera persona, no dice nada en condenar su propia pecaminosidad que los llevó a una tierra extranjera. Son como ovejas, fácilmente guiadas por los pastores equivocados, en este caso dioses falsos. Pero Dios no los deja sin esperanza; Dios está atento con respecto al rebaño de Israel - rescatando, buscando, curando heridas para que estén sanos y prosperen. Estas son las mismas acciones decisivas que Jesús ejerce casi seis siglos después, al recibir a todos los pobres e indigentes, y a todos los que buscan perdón y curación. Incluso cuando se castiga a aquellos cuyo liderazgo es defectuoso y cuyas acciones son pecaminosas, siempre es con la esperanza de que incluso ellos se arrepientan y sean renovados. ¿Qué haremos, entonces, del relato evangélico en la lectura de hoy? ¿Cómo vamos a entender esta escena de juicio donde el Hijo del Hombre reúne a todas las naciones y separa las ovejas de las cabras? A primera vista suena como un rey que gobierna su real con mano de hierro, juzgando a su gente basándose únicamente en mantener su parte de un trato. Pero si miramos más de cerca, vemos que Jesús está haciendo un dibujo para que sus seguidores lo entiendan claramente. Él los está instruyendo a ellos, ya nosotros, como lo ha hecho a lo largo del Evangelio de Mateo sobre lo que significa ser ciudadanos del Reino de Dios donde Cristo es el Rey. Esta es una lección sobre cómo poner en acción las intenciones mismas de Dios en el mundo donde vivimos, una lección sobre cómo conocer la diferencia entre inseguridad y seguridad, y entre necesidades y deseos. Nuestro dar de comer y beber a los hambrientos y sedientos a la manera de Dios, de asegurarnos a todos, que nuestras necesidades están cubiertas. Dar la bienvenida al extraño, en Dios actúa en nosotros para brindar seguridad. Proporcionar ropa a los desnudos y cuidar a los enfermos es la manera en que Dios satisface las necesidades entre nosotros. Y visitar a los que están en prisión, es la provisión misma de Dios para las necesidades de la sociedad. Lo que hacemos por los más pequeños, como Jesús enseña en su escena del fin de los tiempos, es lo que hacemos por Jesús. De hecho, cuando establezcamos nuestras prioridades en línea con las prioridades divinas que Dios ha ilustrado a lo largo de la historia de la salvación, seamos instrumentos de su amor.

19 noviembre 2020

Triduo de la Milagrosa


Miércoles 25
de noviembre
🕒18:30 Misa 


Jueves 26
🕒17:00 Formación: Fratelli Tutti
🕒18:30 Misa 


Viernes 27 
🕒18:00 Exposición del Santísimo 
🕒18:30 Misa

14 noviembre 2020

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario – 15/11/2020

1. “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra”.

Estas palabras del tercer criado de la parábola reflejan bien la actitud de muchos cristianos ante  Dios y su responsabilidad en el Reino de Dios a favor de la humanidad. Para ellos, el Señor es un amo exigente, que exige agobiantemente y sin medida, y nos hace sentir esclavos uncidos a un yugo insoportable de mandatos y culpabilidad.

Sin embargo, según la Biblia, Dios no quiere esclavos, sino colaboradores libres y responsables que se comprometen con el plan de promoción y salvación de lo humano, con su ser y su hacer, porque, en definitiva, no se trata de un capricho suyo, sino del propio beneficio de la humanidad.

Ya desde la imagen de Adán en el Génesis (Gen 1,26.28; 2,15), este aparece como persona que cuida la tierra, su tierra. Y esto corresponde a la realidad y vocación más profunda del ser humano: se hace, haciendo –porque no nace “hecho”-. Se reconoce, tiene conciencia de su identidad, haciendo, a través de su actividad consciente y efectiva. Se encuentra pleno, útil,  realizado, haciendo. Y en su hacer, “da de sí”, es decir: se descubre más grande que sus propios límites o miedos, y “se da”, porque al hacer, se entrega a sí mismo en beneficio de los demás.

Ser llamado, pues, a la colaboración con Dios en la obra de la creación y la salvación es un privilegio para el ser humano: encuentra en ello, su dignidad (colaborador de Dios), su contribución al bien de las personas y de la creación, su vocación y puesto en la vida.

Quien no vive así, en laboriosidad consciente, filial y fraterna, es, como dice la segunda lectura, un “ser durmiente”, una vida vegetativa.

Los talentos son nuestras cualidades, habilidades, experiencias… pero sobre todo, nuestra propia persona como creyentes. Por lo cual, incluso en las circunstancias de enfermedad o disminución, cuando parece que ya no podemos aportar nada práctico, nuestra manera de ser en fe, esperanza y amor, es una contribución esencial y necesaria.

Esta colaboración responsable e ilusionante, a pesar de las dificultades, no conoce el fracaso. Puede ser que no consigamos resultados visibles, pero sí frutos. El resultado es exterior al trabajador y depende mucho de las circunstancias sobre las que no tiene ningún control. El fruto, nace de dentro, tiene una eficacia misteriosa y transforma, en primer lugar, al que se ha entregado personalmente, a través de su labor, su ingenio y su tiempo. Lo ha hecho más persona y más hermano; más imagen e un Dios “que está siempre obrando” (Jn 5, 17) en favor nuestro.

Esta llamada se dirige a todos y no solo a los que tienen grandes responsabilidades. Es en lo gris de lo cotidiano, donde hay que invertir los talentos. Incluso cuando Dios parezca estar, como el señor de la parábola, tan lejos, que nos ha dejado solos e indefensos en nuestros riesgos.

Por ejemplo, en la primera lectura se nos habla de un modelo de mujer que emplea sus talentos. No se puede quedar en referente de la esposa y madre. Abarca a toda actividad realizada por mujeres (y también por varones): el rasgo más importante es que  “sabe hacer hogar”, con los de dentro y los de fuera. Igualmente, el salmo nos habla de un modelo masculino (que sirve también para las mujeres), de un hombre que ha sabido hacer familia, hogar y ciudad. Necesitamos de hombres y mujeres así: contemplativos (“los que “temen” a Dios”), que en la acción cotidiana van trasformando nuestro mundo en hogar con Dios en el centro, como Dios mismo lo hace, y gracias a Dios, que nos da recursos, horizontes y ganas para hacerlo.

2. Llama la atención la actitud del amo cuando considera “poco” cinco o dos talentos, un dinero que ninguno de sus siervos sería capaz de ganar aun trabajando toda la vida. «Como has sido fiel en lo poco…». Lo importante parece estar en “ser fiel”, pero ¿a quién?, ¿al señor que nos mira orgulloso de nuestra capacidad, en la cual se confía plenamente, o al señor a quien no gustamos, que sabemos nos mira siempre “en lo que nos falta”, exigiéndonos y llevándonos a vivir en el miedo, el miedo a perder?

Con otras palabras, puede ser que Jesús, con esta parábola, nos invite a preguntarnos cómo es el Dios de nuestras vidas. Porque, ¿cómo es que, ante el mismo “señor”, pueda haber conocimientos tan distorsionados?: unos, que le vean como aquel que les confía sin miedo todas sus propiedades; y otros, como aquel que les exprime más y más, no solo velando por lo suyo, sino también por los intereses… ¡Qué drama desconocer a aquel a quien uno dice amar! ¡Y qué tesoro -como muestra Proverbios- encontrar con quien compartir toda la vida juntos, alguien de fiar en cuyas obras y acciones se refrenda el amor por su amado!

3. Hace dos domingos nos preguntábamos si sentíamos nuestra vida atravesada del regalo que Dios nos hace a cada uno: nuestro ser más auténtico, nuestra santidad. Hoy el evangelio nos impulsa a poner ese don creativamente en juego, y la Jornada de los Pobres, que hoy celebramos, nos provoca a hacerlo con cierta urgencia. Creatividad, audacia y valentía quizá sean regalos preciosos y necesarios más que nunca en nuestra vida personal, social y eclesial. ¿Brotarán en la medida en que miremos al Dios real que muestra Jesús? No estamos hechos para vivir afuera, en el rechinar por la angustia y el miedo “al ladrón que viene en medio de la noche”. Somos creados para vivir en la luz, en el día, capaces de ver las cosas en su realidad, de modo que la ruina no se abata de repente sobre nosotros porque vivíamos en una mera ilusión o sueño, ni se cuele tóxicamente en distorsiones cotidianas –incluso en nuestra religiosidad- de aparente “paz y seguridad”.

11 noviembre 2020

Dulces de las Clarisas de Morón

Aquellos que deseéis comprar dulces para estos días, podéis colaborar con el convento de Santa Clara de Morón.

Se encargarán y se traerán aquellos que deseéis.

¡Son deliciosos!




07 noviembre 2020

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario – 08/11/2020

“Mi alma está sedienta de ti, Dios mio” - “Velad porque no sabéis el día ni la hora”

En la parábola de las diez vírgenes no se quiere hablar de muerte, sino de la vuelta del Señor.  Las dos cosas coinciden en la práctica para cada creyente. Reflexionamos sobre el tema de la muerte.

¿Qué tiene que decirnos la fe sobre la muerte?
Que la muerte existe, que es el más grande de nuestros problemas, pero Cristo ha vencido a la muerte. La muerte ha perdido su aguijón, como la serpiente cuyo veneno es ahora solo capaz de adormecer a la víctima durante unas horas, pero no de matarla. 

¿Cómo Jesús ha vencido a la muerte? 
La ha vencido sufriéndola, viviendo su amargura. La ha vencido desde el interior. Tres veces se lee en el Evangelio que Cristo lloró y, de éstas, dos fueron ante la pena por un muerto. En Getsemaní, Jesús ha vivido hasta el fondo nuestra experiencia humana frente a la muerte. Jesús no se ha introducido en la muerte como quién ya conocía el final, la resurrección. El grito sobre la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, indica que Jesús se ha adentrado en la muerte como nosotros. Sólo lo sostenía una plena confianza en el Padre, que le hizo exclamar: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”

La muerte ya no es un muro ante el que todo se quebranta, es un paso, es la Pascua. Cuando se trata de la muerte en el cristianismo, lo más importante no es el hecho de que nosotros tengamos que morir sino el hecho de que Cristo ha muerto. El cristianismo no se hace camino con el miedo a la muerte, se ha camino con la muerte de Cristo.  Jesús ha venido a liberar a los hombres del miedo a la muerte, no para acrecentar el miedo.
Quizás lo que mas nos asusta sea la soledad con la que debemos afrontar la muerte. El único remedio a la muerte, es la victoria de Cristo sobre la muerte. Para avisarnos contra la muerte, ahora no debemos hacer otra cosa que abrazarnos a Cristo. Anclarse a Él, mediante la fe. El grado de unión con Él será el grado de nuestra seguridad ante la muerte. 

Estas disposiciones no se improvisan.  Es necesario tener aceite de reserva en la lámpara, por lo tanto, alimentar la fe con las buenas obras y la oración, de modo que ante la venida de Cristo podamos como vírgenes sensatas, entrar con él a la boda. 

1.     La imagen de la primera lectura de dos novios que se aman y se desean. No se trata del miedo ante la venida del Señor, sino de preguntarnos: ¿desprecio su amor? ¿Estoy distraído y no estoy preparado para encontrarme con Él? Como aquella pareja que después de meses separada, cuando uno de ellos llega al aeropuerto para su ansiado reencuentro, ve que la otra persona no le está esperando, entretenida en excusas sin importancia. ¿Sentimos ese amor que nos sostiene? ¿Siento la cercanía del Señor que me sacia y es la fuente de mi alegría?

2.     Preciosa comparación la del deseo como aceite que alimenta el fuego del amor, del encuentro. Un aceite que no se compra en ningún lugar, de ahí lo absurdo de la búsqueda del que pretende conseguirlo en la noche. Porque nuestro Dios no escatima, nos espera “sentado a nuestra puerta”, nos sale al paso constantemente, “en cada pensamiento”, como hemos leído en el libro de la Sabiduría. Que no lo percibamos, no quiere decir que no esté. ¿Es así el Dios en quien creemos?

3.     Reconocer a ese Dios que va “de un lado para otro”, “abordándonos por los caminos” para aliviar nuestra preocupaciones. Que tranquilidad descubrir a Dios preocupado por nosotros. ¿Cómo podemos conciliar el sueño cada uno de las noches en que ansiamos su venida? “En el lecho me acuerdo de ti y no puedo dormirme pensándote”.

4.     ¿Cómo me preparo en la vida diaria para el encuentro con el Señor? Quizás se refiere el Evangelio al encuentro del final, pero reflexiona en tu oración personal, ¿Cómo te preparas cada día para encontrarte con el Señor? Ser prudente significa en la vida diaria corresponder al amor del Señor.  Debemos colaborar desde ahora con su gracia y realizar buenas acciones inspiradas en su amor. No basta con tener el candil. La fe, por sí sola no basta. La fe acompañada de la vida cristiana, es un vida de amor, repleta de buenas obras. ¿tenemos reserva de aceite?
Otra forma de estar vigilantes, es respondiendo a la voluntad de Dios.
Otra forma es la sabiduría, que ilumina nuestra vida, nos muestra el camino seguro y nos capacita para abrirnos a Cristo cuando se presenta en nuestra vida. 

01 noviembre 2020

Solemnidad de Todos los Santos – 01/11/2020

Los santos, no son sólo los canonizados por la Iglesia y que encontramos mencionados en nuestros calendarios. Son todos los salvados, que forman la así llamada Iglesia triunfante, la Jerusalén del cielo.

Cuando se habla de la santidad, es necesario eliminar de esta palabra del miedo que ella inspira a causa de ciertas representaciones erróneas. Si todos estamos llamados a la santidad, es porque está a disposición de todos, forma parte de la vida normal de cristiano.
La motivación de fondo de la santidad es, desde el principio, Dios es santo, es la síntesis de todos los adjetivos de Dios.

En el Antiguo Testamento
, las vías de la santidad son objetos, lugares, ritos, prescripciones. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? (Sal 24), El hombre de manos inocentes y puro corazón.
En el Nuevo Testamento, los bautizados son santos por vocación. San Pablo designa a los bautizados con el término, santo. La santidad no es un hecho ritual o legal, sino moral; no reside en las manos sino en el corazón, no se decide fuera sino dentro del hombre, y se resume en la caridad. Los mediadores de la santidad de Dios no son ya los lugares (el templo), los ritos, los objetos y las leyes sino una persona, Jesucristo. Ser santo no consiste tanto en ser un separado de esto o de aquello, sino estar unido a Jesucristo.

De dos formas entramos nosotros en contacto con la santidad de Cristo: por apropiación o por imitación.
La santidad es ante todo, es don y gracia y obra de la Trinidad. Dado que nosotros pertenecemos a Cristo, la santidad de Cristo nos pertenece a nosotros. Junto a este medio fundamental de la fe y de los sacramentos, también debe encontrar lugar la imitación, el esfuerzo personal y las buenas obras.  En el Nuevo Testamento aparecen dos verbos a propósito de la santidad, uno en indicativo y el otro en imperativo, “sois santos” “sed santos”. Los cristianos son santificados y se han de santificar.

El concilio Vaticano II ha puesto claramente en realce dos aspectos de la santidad basados en la fe y en las obras: “los seguidores de Cristo, llamados por Dios, no en virtud de sus propios méritos, sino por designio y gracia de Él, y justificados por Cristo Nuestro Señor, en la fe del bautismo han sido hechos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo santos, conviene que es santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su vida con la ayuda de Dios” Lumen Gentium, 

La santidad no es una imposición, un honor, que se nos impone, sino un privilegio, un don y un honor sumo.

 1.- SANTIDAD es aprender a ser Hijos felices de Dios, acogiendo su Obra en nosotros

Sed santos (buenos), como vuestro Padre, que hacer salir el sol sobre buenos y malos(Mt, 5, 48;Lev 19,2). No es tanto lo que yo hago o tengo que hacer, sino lo que El hace, y de lo que yo me puedo hacer consciente. Pero, ¿cómo es esa Obra de Dios en mí?
a) Por Amor, Dios crea un ser con capacidad de ser bueno y feliz con É
l. El amor de Dios comienza a manifestarse en la creación. El Dios que es Amor, Comunión, y Entrega, encuentra su reflejo e imagen, en la apertura y receptividad, capacidad del ser humano. Por eso dice Santo Tomás: Por ser imagen de Dios, el hombre tiene capacidad para la gracia, o sea, para acoger el Amor de Dios, y al acogerlo, realizar el encuentro que nos transforma-
b) Por Amor Dios crea un ser que no puede estar sin Él, y sin los demás. Eso es santidad. Desde siempre, Dios ha creado al ser humano como ser de comunión y le ha llamado a responder al amor que le ha otorgado Desde siempre hay en el hombre una “capacidad de Dios” y un “deseo natural de ver a Dios. Fue Dios quien sembró en el corazón humano el anhelo del Infinito de amarlo y contemplarlo cara a cara. Por eso hay en el hombre un vacío que sólo se colma cuando se encuentra con Dios.
c) Por amor Dios va más allá de la justicia. En Dios, la bondad es lo condicionante de todo su ser y obrar. Dios manifiesta su justicia no condenando, sino salvando. Dios manifiesta su justicia, (Rm 3, 24-26) justificando, o sea, haciendo justo al pecador y teniendo misericordia de todos. Esta justicia es una buena noticia, pues no se trata de la justicia retributiva, por la que Dios premia o castiga según los merecimientos de cada uno, sino de la justicia que justifica (hace justo) al impío.
d) Por amor Dios perdona y no condena. “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón” (Juan Pablo II). Mostrar misericordia significa vivir plenamente la verdad de nuestra vida”. “El Dios que nos redime es un Dios de misericordia y de perdón; “el perdón podría parecer una debilidad; en realidad, tanto para concederlo como para aceptarlo, hace falta una gran fuerza espiritual y una valentía moral a toda prueba. Lejos de ser menoscabo para la persona, el perdón lleva a una humanidad más plena, capaz de reflejar en sí misma un rayo del esplendor del Creador.
f) La verdadera santidad es una gracia, es la obra que Dios hace gratuitamente en mí. Una existencia vivida con mucha fe y mucha humanidad. Una vida que expresa sentimientos y actitudes de bondad y compasión, que se concreta en obras de justicia, caridad y solidaridad. Porque así es el Dios cristiano, así actúa Dios y así quiere que sean y actúen sus hijos. Así es la santidad de Dios y así se refleja en sus santos. A estas personas están dirigidas las bienaventuranzas. Para que esta acción gratuita de Dios opere la santidad en nosotros, es preciso acogerla agradecidamente y ejercitarla responsablemente. La santidad de Dios es ser bueno con todas sus criaturas y hacerlas buenas. Nuestra santidad es el resultado de la benevolencia de Dios hacia nosotros. No hallamos gracia a sus ojos por nuestros méritos, sino por su benevolencia y mirada misericordiosa. Esta mirada es lo que pone en nosotros santidad Y. lo más que nosotros podemos hacer es dejar que esa bondad de Dios se refleje y actúe en nosotros. Pero en todo caso, la santidad es gratuita, como don de Dios, y obra del Espíritu Santo en las personas.

2.- ¡SANTOS, SÍ!, y por ello, “Buenos” y  “Felices”

Podemos decir, pues, que la santidad es Un camino de Bondad, Felicidad y Comunión que Dios realiza en nosotros.  En realidad, un santo no es otra cosa que una buena persona. Porque ser santo no es más que ser lo que tenemos que ser, pero siempre con la ayuda de la gracia.
El Papa Francisco, en su exhortación sobre la Santidad en el momento actual, “Alegraos y regocijaos”, pone la santidad en el horizonte de la bondad (Mt 25) y la Felicidad (Mt 5, 5-15)
Las Bienaventuranzas son como el carnet de identidad del cristiano. ¿Cómo se hace para llegar a ser buen cristiano?'. Es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en las Bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro que estamos llamados a transparentar en la vida cotidiana. (.G.E. 63). ¡Feliz o bienaventurado es sinónimo de santo!  
Por eso, la Santidad es un proyecto de felicidad y a la vez un programa de cómo ser lo que debemos ser. Con deficiencias y pecados, muchos han buscado la felicidad en la santidad. Estas confesiones de hombres buenos y felices pueden acercarnos a la santidad de Jesús, y hacer más humana la nuestra.
“En la vida existe una sola tristeza, la de no ser santos”. (Leon Bloy)
«Ser bueno es hacerse divino, porque sólo Dios es bueno.» (Unamuno)
“En todo hombre bueno habita Dios.» (L A. Séneca)
«No denomino héroes a aquellos que han triunfado por sus ideas o por la fuerza. Sólo considero héroes a aquellos que fueron grandes por su bondad (Tolstoi)
«Sólo los que son verdaderamente buenos y santos son felices.»(Pablo VI).
“La bondad es el único Evangelio que muchos leerán.»(Helder Cámara)
“Mi única misión en la vida era ser bueno.(C. Foucauld)


Conclusión

Ahora puedo aportar yo mi propia experiencia de Santidad por la Bondad, Felicidad y Comunión, preguntándome: ¿Cómo es la obra que Dios viene realizando en mi según su propia Santidad Bondadosa?