30 mayo 2020

Solemnidad de Pentecostés

Vamos adelante a fuerza de empujes, con fatigas y sin grandes progresos. La presente fiesta de Pentecostés debiera ayudarnos a descubrir el motor, y cómo poner en marcha la presencia del Espíritu en nuestra vida.

En la primera lectura, se habla de la venida del Espíritu Santo cincuenta días después de la pascua, en el fragmento del Evangelio Juan nos presenta a Jesús que en la misma tarde de pascua se aparece a los apóstoles y les concede el Espíritu. ¿Hay dos Pentecostés distintos? Los dos relatos no se excluyen sino que se integran. Lucas, que ve al Espíritu como principio de unidad y de universalidad de la Iglesia y como potencia para la misión, da relieve a la manifestación del Espíritu Santo, la que tuvo lugar cincuenta días después de la Pascua en presencia de distintos pueblos y lenguas. Juan, que ve al Espíritu como el principio de la nueva vida, surgida de la muerte de Cristo, subraya la primera manifestación de lo que tuvo lugar el mismo día de Pascua. Podemos decir que Juan nos dice de dónde viene el Espíritu: del costado traspasado del Salvador; Lucas nos dice a dónde lleva el Espíritu: hasta los confines de la tierra.

¿Qué significa que el Espíritu Santo venga sobre la Iglesia el mismo día en que Israel celebra la fiesta de la alianza y la ley? Es para indicar que el Espíritu Santo es la nueva ley, la ley espiritual que sella la nueva y eterna alianza, y que consagra al pueblo real y sacerdotal que es la Iglesia. Una ley escrita ya no en tablas de piedra, sino sobre tablas de carne que son los corazones de los hombres.


¿Quién no permanecería impresionado, escribe san Agustín, por esta coincidencia y a la vez por esta diferencia? Cincuenta días se cuentan desde la celebración de la Pascua en Egipto hasta el día en que Moisés recibió la ley en las tablas escritas con el dedo de Dios; semejantemente, cumplido los cincuenta días de la inmolación del cordero, que es Cristo, el Espíritu Santo llenó de sí a los fieles reunidos juntos.

¿Nosotros vivimos bajo la ley vieja o bajo la nueva ley? ¿cumplimos nuestros deberes religiosos, por obligación, por temor o por costumbre? ¿o por el contrario con íntima convicción y casi por atracción? ¿sentimos a Dios como Padre o como jefe?

De la tristeza a la alegría
Para los discípulos habían sido tres años intensos de convivencia con Jesús. Dialogaron con Él, escucharon su predicación, presenciaron sus gestos, asistieron a sus milagros, compartieron ilusiones y desilusiones, le vieron orar, y al final, después de haber cenado juntos, se dispersaron. Humanamente hablando, todo había sido una bella historia de amistad y descubrimientos mutuos. Ahora todo les hacía pensar que había sido una aventura truncada por la muerte. De hecho, les costó creer a las mujeres y a los de Emaús, cuando les dijeron que habían visto resucitado al Señor. Cuando estamos tristes nos cuesta ver fuera de nosotros mismos. En la memoria dolorida de los discípulos no había lugar para la esperanza, solo para la tristeza y el miedo. Y cerraron las puertas. De pronto, la suerte cambia. El Resucitado se hace presente en medio de ellos. Comprende su turbación. Les desea paz. Les encomienda perdonarse unos a otros su desaliento y falta de fe. Y ellos se llenan de alegría. Posiblemente entendieron en ese momento las palabras de Jesús cuando les había anunciado su muerte de cruz. Y entendieron que en la vida de un seguidor de Jesús debe primar la alegría, porque Él está con nosotros, siempre y en toda ocasión, hasta el final de los siglos. No hay lugar para el miedo. Hay que abrir las puertas porque fuera de nuestra casa hay muchas personas que aún esperan palabras de vida. ¿Es nuestra Iglesia cerrada sobre sí misma? ¿Contemplamos lo que nos rodea como una realidad amenazante?

Sopló sobre ellos y les dio su Espíritu (Jn 20, 22)
Jesús les había prometido que no les dejaría solos: Él pediría al Padre que les enviara al Espíritu para que estuviese siempre con ellos. Es el Espíritu que crea y da vida, el Espíritu de la verdad, el Espíritu que consuela y que impulsa, el que renueva la faz de la tierra y los corazones de todos los humanos. Es el Espíritu que nos mueve a reconocer a Jesús como Señor.


Jesús actúa presentándose ante ellos y mostrandoles las manos y el costado. Las heridas siguen estando presentes en el resucitado, como lo están en nuestra vida y en nuestro mundo. La resurrección no borra los sinsentidos de la historia ni las oscuridades en nuestro camino de seguimiento. Jesús habla deseando la paz a aquellos que tienen miedo. La paz es lo contrario al miedo. La paz supone apertura al mundo.


Comunica a cada uno de nosotros el sentido que encierra el misterio de Jesús. Es el Espíritu que nos transforma interiormente y nos hace dignos y capaces de continuar su historia en nuestra historia. Son los dones y frutos del Espíritu que hemos aprendido en la tradición de nuestra Iglesia, las acciones de Dios en nuestras personas, que somos su templo, para vivir con sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de ofenderle. Un conjunto de actitudes que tienen como trasfondo el amor.


En la liturgia de hoy, la secuencia canta todas esas acciones de Dios en nuestras vidas. Nos hará mucho bien como cristianos recordar esa bellísima pieza y experimentar cada día el amor benévolo y cuidadoso del Dios padre del pobre (¿quién de nosotros no lo es de algún modo?) que nos otorga perdón, consuelo, descanso, gozo; y que nos cura de la indiferencia hacia los otros, de la insensibilidad ante la dolencia y la necesidad ajenas, de tanta puerta cerrada a lo nuevo y desconocido.


El Espíritu da en nuestro interior testimonio de nuestra auténtica y radical condición: somos hijos de Dios. Es el Espíritu quien le acerca y le une a las circunstancias concretas de nuestra vida y nuestro mundo. Estamos llamados a ser perfectos, como lo es el Padre. A ser santos, como Jesús es santo. No tenemos otro modelo de perfección y santidad que la persona de Jesús: sus valores, sus apuestas y su entrega sin condiciones. Una vida en la fe y una responsabilidad en el amor en las que nadie nos sustituye.

En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común (I Cor 12,7)
Sin embargo, el Espíritu no es derramado en nosotros como un don individual. El santo cristiano no es un asceta ni un místico solitario. El Espíritu anima a la comunidad cristiana, a la Iglesia enviada como Jesús al mundo para un servicio de amor.


El relato de los Hechos sobre lo que significó este día para los primeros cristianos es elocuente y está plagado de signos del vigor con el que el Espíritu se manifestó: el ruido del cielo, el viento recio, las llamaradas de fuego que se posaban en cada uno de ellos. Son signos de que la presencia prometida del Espíritu pone en marcha decididamente y con audacia alguno nuevo.


Hay tres acentos muy propios de este día. Uno primero: que las puertas de la casa se abrieron para que las maravillas de Dios sean oídas por todos. La Iglesia nace evangelizando. La evangelización es su denominación de origen. La Iglesia no se tiene como finalidad a sí misma, sino al mundo, donde se abre paso el Reino por la presencia activa del Resucitado. La Iglesia no es una organización sin más, sino el cuerpo de Cristo animado por el Espíritu. Se ha dicho que: “Sin el Espíritu Santo, Cristo pertenece al pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, mera organización más; la misión, simple propaganda; el culto, una evocación mágica; la moral, una disciplina de esclavos”.

En segundo lugar, que en esa comunidad nueva, cada uno conserva su personalidad y sus dones. La riqueza de la Iglesia es la riqueza de sus miembros. No todos hacemos lo mismo, ni pensamos o sentimos por igual, pero todos servimos a lo mismo. Pablo nos decía en su carta a los Corintios que: “en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”. Esto exige el respeto de cada uno al don de los otros, sin recelos, envidias, imposiciones o avasallamientos. La pluralidad interna de la Iglesia no es una amenaza, sino un obsequio de Dios. La unidad, tampoco en esto, es uniformidad.

Por último, la comunidad de Hechos es una comunidad que se hace entender en diversas lenguas. La lengua expresa un modo de ser. Ninguna de ellas puede erigirse en vehículo privilegiado y único de evangelización. La Iglesia es una comunidad enviada a todos los pueblos y a todas las culturas. La evangelización no es tanto un ejercicio de elocuencia, para convencer de lo nuestro, cuanto de humildad dialogante, para avanzar con todos. Todo un programa para una Iglesia, la nuestra, necesitada de un renovado espíritu evangelizador que la saque de sus pequeñas y altivas seguridades y la resitúe en el mundo al que ha sido enviado por amor.


A comienzos de siglo, una familia emigra a los EE.UU. Lleva consigo el alimento para el viaje, pan y queso, no teniendo ya más dinero para poder pagar el restaurante. Pero, con el pasar de los días y de las semanas, el pan llega a estar duro y el queso mohoso. El hijo ya no puede aguantar más y no hace más que llorar, los padres le dan unas monedillas para que coma en un restaurante. El hijo va come y vuelve llorando. ¿lo hemos gastado todo y tú vuelves llorando? Lloró porque en el precio del viaje estaba incluida la comida del restaurante y nosotros hemos estado comiendo pan y queso.

Muchos cristianos hacen la travesía de la vida a pan y queso, sin alegría sin entusiasmo, cuando podrían tener cada día todo el bien de Dios, la certeza de su amor, la a valentía de su palabra, la alegría de la experiencia del Espíritu, la comunión con los hermanos, todo resumido y ofrecido para nosotros en el banquete eucaristíco.

25 mayo 2020

Séptimo Domingo de Pascua, Ascensión del Señor

Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo. En la primera lectura, oímos a un ángel que le dice a los discípulos: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?

Es ocasión apropiada para preguntarnos, ¿qué entendemos por cielo?

-El Cielo se identifica con la morada de Dios. “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres”. A diferencia de Dios, que está en el cielo. El hombre está en la tierra, después de la muerte, baja bajo tierra en el reino de la muerte. Con Jesús, que resucita de entre los muertos y sube al cielo, esta separación está rota. Con Él el primer hombre ha subido al cielo y con Él le ha sido dada una esperanza y una garantía de subir al cielo toda la humanidad.

-El cielo es un espacio dentro del que se mueve nuestro planeta y el sistema solar, nada más. Esta es una visión puramente científica.

-Debemos esclarecer que entendemos nosotros cuando decimos: “Padre nuestro que estás en el cielo” o cuando decimos que “alguno ha ido al cielo”. Que Dios esté en el cielo significa que habita en una luz inaccesible, que dicta de nosotros cuando el cielo está sobre la tierra. Que es infinitamente distinto a nosotros.

-El cielo es más un estado que un lugar. Dios está fuera del espacio, del tiempo y así es su paraíso. Cuando se habla de Él, no tiene sentido alguno decir que está sobre, arriba o abajo. Pero con ello no afirmamos que Dios no exista o que el paraíso no exista, solo constatamos que nos faltan categorías para explicarlo.

Cojamos a una persona ciega y pidámosle que describa que son los colores. No podría decir absolutamente nada, ni nadie estará a disposición de explicárselo porque los colores se perciben con el ojo. Así nos sucede a nosotros con relación con el más allá que están fuera del tiempo y del espacio. Esto no afecta solo a las cosas de Dios, el científico se encuentra en la misma postura, sólo que no reflexiona.

A la luz de lo que hemos dicho, ¿qué significa proclamar que Jesús ha ascendido a los cielos? La respuesta la encontramos en el credo. “Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso”, esto es, que también como hombre Él ha entrado en el mundo de Dios, que ha sido constituido Señor y cabeza de todas las cosas.

Las palabras del ángel contienen por tanto una advertencia, no es necesario estar mirando arriba al cielo, para descubrir dónde podrá estar Cristo, sino más bien vivir en la espera de su retorno, proseguir su misión, llevar su evangelio y mejorar la vida en la tierra. Él ha ido al cielo pero sin dejar la tierra. Sólo ha salido de nuestro campo visual: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

¿Qué significa ir al cielo?, significa ir a estar con Cristo, Flp 1.

El cielo entendido como lugar de reposo, como premio eterno para los buenos se forma en el momento que Cristo resucita y sube al cielo. Nuestro verdadero cielo es Cristo resucitado. Jesús no ha ascendido a un cielo ya existente que le esperaba sino que ha ido a formar o crear el cielo para nosotros.

Alguno se pregunta, ¿qué haremos en el cielo con Cristo toda la eternidad?, ¿no nos aburriremos?

Respondo: Quizás. Pregunta: ¿nos aburrimos por estar bien y tener óptima salud? Cuando nos acontece vivir un momento de alegría, ¿no nace en nosotros el deseo de que dure para siempre?

Aquí en la tierra no duran para siempre, porque no hay un objeto al que se pueda satisfacer infinitamente. Con Dios es distinto.

Se cierra el círculo con una promesa
Parece que el final del texto del evangelio de hoy y el de la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos sitúan en una escena parecida. Los discípulos están viviendo los últimos momentos junto al Maestro, ya resucitado y recibiendo sus últimas promesas y enseñanzas.

Según Mateo, han regresado a su Galilea natal y allí, donde el Resucitado, por medio de las mujeres, les mandó que regresaran, se vuelven a topar con él. Jesús se reencuentra con los suyos en lo cotidiano, en un lugar cercano a aquel donde lo encontraron por primera vez, donde “primerearon”, como diría Francisco, donde escucharon por primera vez su voz y su llamada.

Jesús ha querido que regresen a ese contexto para volver a verlos y hacerse presente en sus vidas aparentemente normales: aunque ya no son normales, no pueden serlo porque Él ha pasado por ellas y las ha transformado. Algo así nos sucede a nosotros ahora.

Nuestras vidas ya no pueden ser como eran, después de haber vivido estas situaciones tan extrañas y, sin embargo, esta Pascua hemos sido invitados a seguir reconociendo al Resucitado y sus signos en nuestra “cotidianeidad extraña”, casi convulsa; a descubrirlo en los pequeños gestos de vida que han ocurrido a nuestro alrededor en estos días confinados, a seguir encontrándolo donde él quiere estar, entre la gente sencilla, en la vida “normal”, entre quienes trabajan y se entregan para que salgamos adelante y entre quienes más están sufriendo los embates de esta nueva crisis que, como todas, daña más a quien es más débil.

En el texto de Hechos se nos dice que cuando Jesús se aparece vuelven a estar comiendo. De nuevo en el banquete, en la comida fraterna se manifiesta, como tantas veces hizo durante su vida. Nos llama la atención que los discípulos parece que no se han enterado de nada, pero, en el fondo actúan como nosotros mismos, queriendo comprender, deseando que las cosas vuelvan a ser como las habían imaginado: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?». Y Cristo, que ya es otro tras su resurrección se preguntará si era posible que después de todo ese tiempo no se hubieran enterado de nada…

Aún así, les promete: «recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”».

En ese reencuentro, según nos lo cuenta Mateo, que suena a despedida, Cristo les deja un mensaje que es doble. Les hace, y por tanto, nos hace, una invitación, a contar lo que han/hemos visto y oído y a vivir lo que les/nos ha enseñado y les/nos entrega una promesa: no les/nos abandona. Ese es su legado, porque al fin y al cabo, este mensaje, el último del evangelio, es en resumen el testamento de Jesús: ser sus testigos, vivir como le hemos visto hacer a Él y, siempre, sintiéndolo a nuestro lado, que es donde promete quedarse.

El anuncio del que está por venir
Pablo pide para los de Éfeso un don: «El Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis…». Espíritu de sabiduría y revelación, iluminación, para comprender. En el fondo, una suerte de concentración, de estar donde estamos para saber y poder hallarlo en nuestro alrededor. Una vuelta, otra vez, a la cotidianeidad para poder descubrir allí: «cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes». Será el Espíritu, ese a quien celebraremos la semana que viene, pero que está entre nosotros desde el inicio, quien nos enseñe y nos muestre la Vida en su plenitud.

La Pascua llega a su fin y la promesa del Espíritu se va haciendo más visible y más necesaria. La presencia de Jesús hasta el final de los tiempos, una vez lo vemos alejarse entre las nubes, es en la forma en la que el Espíritu hace las cosas: sin atosigamientos, sin manifestaciones escandalosas, sin imposiciones. Como una brisa suave, que intuyó Elías. La forma de comprender su presencia en nuestras vidas sigue siendo mirando y escudriñando bien a nuestro alrededor para ver dónde despunta, dónde se deja ver sin grandes aspavientos. Y es, como deja claro Pablo un don, así que, pidámoslo sin descanso.

¿No es suficiente para celebrar, cada día, una gran fiesta?

17 mayo 2020

Sexto Domingo de Pascua

1.- Los discípulos de Jesús se sienten apesadumbrados por la inminente partida del Maestro, el futuro se presenta sombrío pues su voz y su presencia dejarán de ser visibles y audibles. ¿Cómo afrontar la vida de la comunidad sin Él? ¿El proyecto del Reino quedará frustrado por su ausencia? ¿Se cumplirá la profecía de que las ovejas se dispersarán cuando se hiera al pastor? Estos sentimientos, sin lugar a duda comprensibles, son apaciguados por el anuncio del envío de otro defensor, del Paráclito que les enseñará la verdad y por medio del cual Jesús cumplirá su promesa de no dejarlos solos.

En Samaría muchos han acogido el mensaje cristiano. Dos Apóstoles vienen de Jerusalén para confirmarles en la fe y no tardan en darse cuenta de una cosa: las personas han sido regularmente bautizadas; pero no muestran ninguno de los signos que solían acompañar a la venido del Espíritu Santo: alegría, entusiasmo, hechos prodigiosos... Entonces los Apóstoles realizaron un gesto que pronunciaban nuestro actual sacramento de la confirmación: “les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo”

En el Evangelio, Jesús hablo a los discípulos del Espíritu con el término característico del Paráclito: “yo le pediré al Padre que os de otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad”.

Paráclito es un término griego que significa: o bien consolador o bien defensor o bien ambas cosas a la vez.

La Iglesia después de la Pascua ha hecho una experiencia viva y fuerte del Espíritu como consolador, defensor y aliado en las dificultades externas e internas, en las persecuciones, en los procesos y en la vida de cada día.

Paráclito, puede significar: defensor y consolador. En los primeros siglos, cuando la iglesia estaba siendo perseguida, se ve en el Paráclito sobre todo el abogado y el defensor divino contra los acusadores humanos. Él se ha ejercitado como el que asiste a los mártires y ante los jueces en los tribunales; el que pone en la boca la palabra que nadie está a disposición de contradecir.
Después de las persecuciones significará consuelo en las tribulaciones y en las angustias de la vida.

Debemos sacar en nuestra contemplación del Paráclito una consecuencia práctica y operativa. No basta sólo conocer el término, ¡es necesario que nosotros lleguemos a ser paráclitos.!
Si es verdad que el cristiano debe ser un alter Chritus u otro Cristo, es asimismo verdadero que debe ser otro Paráclito. Este es un título para imitar y para vivir, no sólo para comprender.

Mediante el Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones (Rom 5,5), bien sea el amor con que somos amados por Dios, o bien sea el amor por el que somos hemos capaces, de amar a Dios y al prójimo. Aplicada a la consolación la palabra del Apóstol viene a decirnos una cosa importantísima: que el Paráclito no se limita a darnos algo de consuelo, como un deleite, sino que nos enseña el arte de consolar. No sólo nos consuela sino que también por nuestra parte nos hace capaces de consolar.

Pero, ¿Cómo consolar? Aquí esta lo importante. Con la consolación misma con que él ha sdio consolado por Dios; con un consuelo divino, no humano. No contentándose con repetir inútiles palabras de circunstancias, que pronto abandonan el terreno que encuentran (¡ánimo, no te desanimes; verás que todo se resolverá según lo mejor!), sino “para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza” (Rom 15, 4). Así se explican los milagros que una sencilla palabra o un gesto, puesto en un clima de oración, son capaces de realizar junto a la cabecera de un enfermo con la fe en la presencia del Espíritu. Es Dios el que está consolando a través de tí.

El Espíritu Santo tiene la necesidad de nosotros para ser Paráclito. Él quiere consolar, defender, exhortar; pero no tiene boca, ni manos,ni ojos, para “dar cuerpo” a su consuelo. O mejor tiene nuestras manos, nuestros ojos y nuestra boca. Como el alma actúa, se mueve, sonríe, a través de los miembros de nuestro cuerpo, así es el Espíritu Santo actúa con los miembros de “su” cuerpo, que es la Iglesia.


2.- Jesús, hoy como ayer, vive y está en la comunidad a través de su Espíritu:

Como aliento para la esperanza…
Como la luz que disipa nuestras dudas y nos aclara el camino que estamos llamados a recorrer para llevar a buen término la misión que se nos ha encomendado...
Como fuerza que nos levanta en los momentos de dificultad o cuando las adversidades de la vida hacen que flaquee nuestra ilusión y se desmoronen nuestras utopías…
Como aire que nos mueve a un mayor compromiso con la causa del Reino, a optar sin miedo por los valores del Evangelio, aunque éstos sean entendidos como una fuerza contracultural…
Como fuego que nos hace arder de un entusiasmo renovado por hacer presente, a tiempo y a destiempo, el modelo de humanidad y de sociedad del Evangelio…
Como lazo de amor que nos hace salir de nuestro propio amor, querer e interés para construir un “nosotros”, una comunidad que sea signo de que hoy es posible ser y estar en el mundo viviendo relaciones de igualdad, fraternidad, comensalía, solidaridad y libertad…

La lista de características de la nueva presencia de Jesús a través de su Espíritu seguro que es más amplia y cada uno de vosotros, desde vuestra propia experiencia de encuentro y relación con Él, podrá agregar unas cuantas. Una llamada final para los navegantes de la historia: es importante, como vía segura para percibir, vibrar y dejarnos tocar por esta nueva presencia de Jesús, abrir la mirada y la mente; no permitir que se encasille el Espíritu y dejarlo fluir con sus nuevos lenguajes y sus nuevas expresiones de manera que, a diferencia del “mundo”, que no lo vio y no lo conoció, podamos ser testigos de aquél que no nos dejó huérfanos y sigue siendo la razón de nuestra vida.


3.- “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”

El amor auténtico no es solo efectivo, compuesto sólo de sentimientos, sino efectivo, hecho a base de actos generosos.

Cuando amamos verdaderamente a una persona, deseamos su bien y hacer lo que ella desea. De otro modo, el amor no es verdadero, sino unicamente una búsqueda de satisfacción sentimental. El amor es una realidad mucho mas profunda que una simple satisfacción sentimental: es la entrega de nosotros mismos al otro, y esto se lleva a cabo con actos que corresponden a los deseos de la persona amada. Si amamos a Jesús debemos desear complacerle, honrarle con nuestra vida, observando sus mandamientos.

Reflexiona ¿Cómo es tu amor?


4.- Pedro invita a los creyentes a que estén dispuestos a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que habita en ellos. Vemos aquí que la actitud y el comportamiento de los cristianos revelaba una gran esperanza.

La gente quería saber la razón de tal esperanza, de la alegría que sentían incluso cuando les perseguían. Nosotros debemos difundir esperanza a nuestro al rededor.

¿Cuáles son las razones de tu fe? ¿las explicas con paciencia? ¿Contagias esperanza?


16 mayo 2020

Volvemos a celebrar juntos

Video:

En un rato comienza la primera misa comunitaria tras el decreto del estado de alarma. Lo tenemos todo preparado ¡Volvemos a celebrar juntos!

Publicada por Parroquia N. S. de Consolación en Sábado, 16 de mayo de 2020

10 mayo 2020

Quinto Domingo de Pascua

1. “Nos hiciste, Señor, para tí, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí” San Agustín. Esta es nuestra continua aspiración en la vida.

Lo primero que podemos admirar en el Evangelio es la delicadeza de Jesús.

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* “No estéis turbados. Creed en Dios y creed en mi”. Se preocupa de que no se turbe el corazón de los discípulos. La Pasión estaba cerca. Jesús sabe que este acontecimiento será causa de gran desconcierto para los discípulos y se preocupa de ellos.

* “Voy a prepararos sitio en la casa del Padre...” Muestra delicadeza en el modo de hablar del misterio Pascual. Se trata de un misterio trágico, pero el lo presenta con imágenes familiares y sencillas.

* ¿Cómo se prepara el sitio? Mediante su sufrimiento, su pasión y su resurrección.

El sitio que Jesús nos prepara está en su cuerpo martirizado y después resucitado. Ahora todos somos miembros de su cuerpo, porque nos ha preparado un sitio en Él. Podemos decir que el sitio que nos ha preparado está en su corazón. Él no permitió que su corazón fuera traspasado para que, en cierto sentido, pudiéramos entrar en Él, para darnos este corazón suyo.

* Delicadeza y generosidad, para la preparación del sitio, a través de una acción que ha sido muy costosa. Pero es una acción realizada con un inmenso amor: “los amó hasta el extremo”


2. Jesús se presenta como el camino para llegar al Padre, Jesús es todo para nosotros, es el camino, es el sitio adonde vamos. Debemos seguirle como se sigue un camino; debemos imitarle. Y le imitamos si vivimos su amor, porque Jesús es camino por el hecho de que nos amó hasta el extremo. Reconociendo a Jesús como el camino ¿habrá quien no encuentre la ruta hasta el Padre?. Sabiendo que Jesús es Verdad, ¿habrá quien la busque en otro lugar?. Teniéndolo como Vida, ¿habrá quien deje a la muerte la última palabra?

* Jesús es un camino de amor generoso. Este tipo de amor no es fácil de realizar. El amor nos atrae, pero el amor generoso nos da miedo, porque es costoso.

* Si queremos contemplar al Padre, debemos contemplar a Jesús, escucharle y después seguirle. Así conocemos mejor a Dios, y así se nos ha revelado Dios en sus gloria, que es una gloria de amor. El misterio Pascual y el rostro de Jesús nos han revelado la grandeza y la bondad de Dios.

* “Quien cree en mí, hará las obras que yo hago, e incluso mayores, porque yo me voy al Padre” la obra de la Iglesia es obra del mismo Jesús, del Jesús resucitado. Nosotros estamos llamados a realizar la obra de Dios, de una manera mas modesta, pero real, en nuestra vida. Cada cristiano tiene la vocación de realizar la obra de Cristo, en unión con él por medio de la oración y del amor.

En nuestra vida debemos transformar poco a poco el mundo según el designio del Padre, gracias a nuestra oración y a nuestra unión con Jesús en el amor generoso.

3. “El es la piedra viva, desechada por los hombres, escogida y estimada por Dios, por eso, acercándoos a él, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de un templo espiritual y formáis un sacerdocio santo, que ofrece sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. Tenemos aquí en la segunda lectura una presentación espléndida de la vida cristiana.

* Cristo es la piedra Viva, es el fundamento de todo el edificio.

* El que cree en Cristo se transforma en piedra viva, para la construcción de un templo espiritual, animado por el Espíritu Santo.

* En esto consiste nuestra vocación en ofrecer sacrificios espirituales, actividades normales de nuestra vida, que se transforman gracias a la unión con Cristo muerto y resucitado.

* En la primera lectura leemos que las circunstancias difíciles contribuyeron al progreso de la construcción. En la iglesia primitiva había judíos de lengua hebrea y otros judios de lengua griega. Existía rivalidad entre ellos. Nos cuenta la lectura como unos se quejan de los otros. El descontento era porque según los de lengua griega sus viudas no eran atendidas en el reparto diario. Frente a esta situación, los Doce convocan al grupo de los discípulos y distribuyen el trabajo apostólico. En nuestra iglesia actual también hay problemas, ¿Cuáles? Demos hacer un reparto de tareas para atenderlo todo: lo espiritual y lo material. Todos debemos contribuir en la construcción de la Iglesia. De modo que la paz y la alegría de Cristo resucitado llenen nuestros corazones.

09 mayo 2020

Vuelta a las celebraciones comunitarias

03 mayo 2020

Cuarto Domingo de Pascua

Celebramos el cuarto Domingo de Pascua, mientras el mundo entero se va replegando de distintas formas ante la realidad de un virus que nos ha descolocado por completo a todos los niveles: sociales, sanitarios, laborales, familiares y personales, y también de fe. Apenas vamos siendo capaces de articular palabra ante una experiencia que no alcanzamos a comprender del todo. Llegan a nuestros oídos cifras de muertos e informaciones siempre incompletas, mientras en muchos hogares se llora con dolor la pérdida de seres queridos.

Es Pascua. El Señor Resucitado nos visita en este Domingo del Buen Pastor. Él nos recuerda que no estamos abandonados ni caminamos errantes: tenemos un pastor que nos conoce, para el que somos importantes, que se sabe nuestros nombres y al que le importa profundamente todo lo nuestro. Tampoco somos ovejas descarriadas, condenadas a vivir confinadas o en solitario: pertenecemos a un rebaño, al grupo de aquellos que “quieren seguir las huellas” del Pastor.

“Jesús vive y te quiere vivo”: con este lema (comienzo de la Exhortación del Papa Francisco a los jóvenes) celebramos, también hoy, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y el día de las Vocaciones Nativas. ¡Buen y esperanzador mensaje para estos momentos difíciles!

https://www.facebook.com/parroquiade.elcoronil/videos/2598231760432196/¿Qué tenemos que hacer?
Es la pregunta que también nosotros nos hacemos en estos momentos de incertidumbre e inseguridad, cuando nos sentimos especialmente frágiles. Ahora que no hay respuestas para ninguna de nuestras cuestiones, al menos de forma inmediata. Se nos invita a convivir con interrogantes y dudas, a asumir que no lo podemos saber ni controlar todo. A adentrarnos en el silencio, puerta del Misterio, que acoge, acepta, contempla y deja a Dios seguir trabajando. A Pedro le preguntaban desde el descontento y la culpabilidad (“vosotros le crucificasteis”) y el fracaso de experiencias religiosas frustrantes. El apóstol no tiene una receta mágica. Sólo invita al cambio de vida y a la acogida de un Dios que se vive, no que se conoce intelectualmente (“convertíos y bautizaos”). ¿No seguirá siendo actual la invitación en esta realidad presente? Cuando todo nos empuja a dar un giro a nuestros hábitos diarios y a buscar lo más auténtico y real de la vida humana…

Sus heridas nos han curado
La muerte, la enfermedad y el dolor nos han visitado, nos han herido y aún sangran en muchas de nuestras familias. La herida desconcierta y urge a defenderse de ella. ¡Es una pelea frustrante! Y solemos perder en el intento. Vivir con heridas es propio de lo humano. En la Pascua se nos permite ver a un Resucitado con heridas aún calientes, que no lucha contra ellas, sino que las muestra victorioso, como la marca de su triunfo, la señal de una vida fuerte e inmortal. A nuestras heridas, que tenemos el derecho a llorarlas, les quiere hablar un Dios herido. Él nos entiende, nos escucha, nos puede abrazar con autoridad en nuestro dolor. ¿Cuáles son tus heridas y cómo Cristo puede hablarles?

Habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas
Muchos, en este deseo de cambiar de hábitos y de estilos de comportamiento, se plantean volver. ¿A dónde? A lo real, a lo que es humano y humaniza, a lo que toca el encuentro, lo profundo, lo auténtico. Volver al espacio en el que ya estuvimos porque fuimos engendrados. En ese regreso, la experiencia de fe, que toca con lo más sagrado de la persona, tiene mucho que aportar. Volver es el verbo de la conversión, de la experiencia esencial cristiana. Volver a Cristo es urgencia para nosotros, creyentes, en todo tiempo. Y acompañar a los que quieren volver parece una misión de auténtica evangelización en este momento. ¿Cómo, a quién podemos acompañar hacia Cristo en estas circunstancias?

Hay una puerta
Los pastores que trashumaban con los rebaños buscaban, para pasar la noche y recogerlos, espacios naturales más o menos protegidos. Sin puerta física que sirviera de protección, el pastor a quien le tocaba velar por la noche, se acurrucaba en la entrada, vigilando y defendiendo frente a las fieras. ¡Él era la puerta! No era entonces un instrumento de paso, sino de defensa. Frente al ladrón que solo quiere hacer daño o los rapaces que buscan su alimento… ¿Quién nos defiende ahora? El Resucitado vigila y cuida de los suyos. No estamos a merced de la incertidumbre y la inseguridad. Él tiene en sus manos nuestro destino, y eso es consolador… ¡Cristo no es puerta que cierra, limita o separa, sino guarda que protege, cuida y prepara para un futuro mejor!

Tenemos un pastor
Estamos cuidados. No vivimos desamparados o a merced de repentinos brotes (o rebrotes) víricos. Sentir esa sensación desde lo profundo nos fortalece y empuja a vivir con sentido todo lo que nos pasa. El pastor conoce a las ovejas y ellas se sienten seguras ante su voz; las saca, camina delante de ellas, las llama, le siguen… ¡Qué sensación de acompañamiento y de seguridad! Estamos cuidados, protegidos. O lo que es lo mismo: en medio de este caos somos conocidos, somos amados. ¿Lo experimentamos así? ¿Damos a conocer que éste es el núcleo de nuestra fe?

Jesús vive y te quiere vivo
En estas semanas estamos reconociendo a los “nuevos héroes”: los que realizan a conciencia su trabajo, incluso jugándose la salud en él. ¡Lo hacen por vocación, nos dicen ellos! Porque se han sentido llamados y han encontrado su sitio en un servicio que viven con pasión. Estos “héroes” de ahora viven en plenitud y contagian vida… En este Domingo oramos para que, como ellos, muchos encuentren su vocación en el servicio. A cualquier estado de vida, pero desde Cristo Servidor. Pedimos que ellos, los jóvenes y todos, no nos quedemos a medias en la vida. Pedimos que se despierte en nosotros, como nos invita el Papa Francisco, ánimo frente a la fatiga; gratitud porque no estamos solos y alabanza porque el Señor calma nuestras tempestades.