24 diciembre 2020

Felicitación Navidad 2020

 


23 diciembre 2020

Cultos de Navidad

Jueves 24 de diciembre - Nochebuena
17:00 Misa de Vísperas
23:00 Misa del Gallo

Viernes 25 de diciembre - Navidad del Señor
12:00 Misa Solemne de Navidad

Domingo 27 de diciembre - La Sagrada Familia
12:00 Misa

Jueves 31 de diciembre - Nochevieja
17:30 Exposición del Santísimo
18:30 Misa

Viernes 1 de enero - Santa María, Madre de Dios
12:00 Misa Solemne

Sábado 2 de enero
18:30 Misa

Domingo 3 de enero
12:00 Misa

Miércoles 6 de enero - Epifanía del Señor
12:00 Misa Solemne

Oración de Nochebuena

Pinchando aquí podéis obtener la oración para hacer en casa, antes de la cena de Nochebuena.

20 diciembre 2020

Pregón de Navidad 2020

Este domingo 20 de diciembre tuvo lugar el VII Pregón de Navidad a cargo de Dª Pepi Sánchez Carreño y organizado por la Comisión Parroquial de la Divina Pastora.

14 diciembre 2020

Materiales para el Acto penitencial

Ponemos a vuestra disposición estos materiales para ayudar a realizar el sacramento del perdón.

En nuestra parroquia el viernes 18 de diciembre a las 18:00 horas tendrá lugar la exposición del Santísimo y Confesiones. 

 

1. Guía visual de la confesión

 

2. ¿Cómo confesarme? Es fácil

 

3. Ayuda para la confesión

 



12 diciembre 2020

Tercer Domingo de Adviento – 13/11/2020

 “la voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor”

1.- La figura de Juan bautista nos predispone a escuchar la voz de Jesús. Escuchando la voz de Dios, ¿cómo podemos mover y conmover el mundo en que vivimos? Sólo si esa voz nos ha seducido, si su tono, su melodía nos acompaña en cada momento habremos sintonizado con El para mover y conmover el mundo junto a El.

La voz de Jesús es portadora de buenas noticias, de alegría para todos. Su voz y su palabra venda los corazones desgarrados, proclama la amnistía a los cautivos y esclavos, la libertad para proclamar el año de gracia del Señor. Esta es la canción que no deberíamos haber olvidado, con este programa tomado del profeta Isaías se presentó la voz de Jesús ante su pueblo en Nazaret. Conocemos qué sucedió, fue rechazado por la mayoría. Pero nosotros le escuchamos y estamos aquí. Nunca tenemos bastante y queremos seguir escuchando y viviendo de sus palabras de vida.

Cristo ha pasado el testigo a su Iglesia derramando sobre ella desde el Padre el Espíritu Santo. Desde entonces la Iglesia tiene que encarnar profecía y sabiduría siguiendo los pasos del Señor. En nuestros días, la Iglesia es más fiel al Señor cuando da voz a los que no tienen voz... ¿Qué puedo hacer yo? ¿Cómo podemos profetizar como comunidad?

2.- Estad siempre alegres

Al mundo le sigue faltando luz, por eso se necesitan personas incandescentes esto es, transformadas al calor del mismo Espíritu que habitaba en Jesús. Capaces de cobijar a quienes no ven luz al final del túnel de la pandemia, de las crisis humanitarias, se su situación personal o comunitaria.

Estamos todos en la misma barca y nos necesitamos unos a otros para socorrernos y proveernos de motivos para la alegría y la confianza en el presente y el futuro. Dios necesita de todos para alumbrar un cielo nuevo y una tierra sin males. ¿A quién llamará? ¿a quién enviará? a nosotros.

Al mundo le faltas tú...por eso escucha lo que te dice Dios por medio del apóstol Pablo: “Estate siempre alegre. Se constante en orar. En toda ocasión da gracias, se agradecido: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de ti. No apagues el Espíritu Santo, no desprecies el don de profecía: sino examinándolo todo, quédate con lo bueno. Guárdate de toda forma de maldad”.

Lo sabemos, como si fuera tan fácil. S. Pablo no habla por hablar puesto que tuvo una vida difícil a causa del Evangelio. Sabe y transmite por experiencia que la alegría no se debe confundir con la euforia. El verdadero gozo se asienta en el interior del discípulo cuando vive en la confianza de la fe, sabe perdonar y pedir perdón, practica la justicia y la compasión. Es el gozo de quienes navegan por la vida teniendo un “puerto” al que dirigirse, un rumbo, una identidad, un proyecto y un mundo de relaciones visibles e invisibles. Hay un gozo en quien lucha por mantenerse fiel a su proyecto de vida encajando desafíos y sacrificios. Es el gozo aprendido junto al pesebre y la cruz, alegría que no es nunca soledad sino comunión con el Dios vivo.

Jesús, la Voz que mueve el mundo cuenta contigo, no valen excusas, ni lamentos… conmuévete con su misericordia porque tienes que salir a buscar quien te conmueva para dedicar tiempo y energías en vendar corazones desgarrados y ser buena noticia para los que sufren. Dejémonos conmover y actuemos.

3.- Para dar testimonio de la luz

El testimonio de Juan Bautista preparando la venida del Mesías nos confronta. ¿De qué manera nuestra vida puede adquirir una dimensión profética? Permaneciendo fieles a la causa que nos mueve; discerniendo con profundidad los acontecimientos; pronunciando una palabra lúcida que no pretenda ser en sí misma luz, sino testimonio de la luz que es Cristo Resucitado. Esa luz cuyos destellos brillan hoy como ayer, en el Evangelio leído con la Iglesia.

02 diciembre 2020

Triduo a la Inmaculada

 


Formación 3 diciembre

VIENE EL SEÑOR… anunciémoslo con OBRAS Y PALABRAS

La documentación disponible en este enlace es para para la formación del próximo jueves 3 de diciembre a las18:00 h.

- conclusiones personales del documento Fratelli Tutti, juntamente con las tareas pendientes.

- catequesis de Adviento, en el documento que adjunto en el enlace, leer desde la Página 25 hasta la 30.

- responder por escrito a las cuestiones de las páginas 29 y 30.

29 noviembre 2020

Primer Domingo de Adviento – 29/11/2020

"Anunciad a todos los pueblos y decidles:  Mirad, Dios viene, nuestro Salvador"

1.- Al inicio de un nuevo ciclo anual, la liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras:  "Dios viene". Esta expresión tan sintética contiene una fuerza de sugestión siempre nueva.

Detengámonos un momento a reflexionar:  no usa el pasado —Dios ha venido— ni el futuro, —Dios vendrá—, sino el presente:  "Dios viene". Como podemos comprobar, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que se realiza siempre:  está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo momento "Dios viene".

El verbo "venir" se presenta como un verbo "teológico", incluso "teologal", porque dice algo que atañe a la naturaleza misma de Dios. Por tanto, anunciar que "Dios viene" significa anunciar simplemente a Dios mismo, a través de uno de sus rasgos esenciales y característicos:  es el Dios-que-viene.

El Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar coherentemente. Resuena como un llamamiento saludable que se repite con el paso de los días, de las semanas, de los meses:  Despierta. Recuerda que Dios viene. No ayer, no mañana, sino hoy, ahora. El único verdadero Dios, "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene.

Es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.

2.- Los Padres de la Iglesia explican que la "venida" de Dios —continua y, por decirlo así, connatural con su mismo ser— se concentra en las dos principales venidas de Cristo, la de su encarnación y la de su vuelta gloriosa al fin de la historia (cf. San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 15, 1:  PG 33, 870). El tiempo de Adviento se desarrolla entre estos dos polos.

En los primeros días se subraya la espera de la última venida del Señor, como lo demuestran también los textos de la celebración vespertina de hoy.

En cambio, al acercarse la Navidad, prevalecerá la memoria del acontecimiento de Belén, para reconocer en él la "plenitud del tiempo".

Entre estas dos venidas, "manifiestas", hay una tercera, que san Bernardo llama "intermedia" y "oculta":  se realiza en el alma de los creyentes y es una especie de "puente" entre la primera y la última. "En la primera —escribe san Bernardo—, Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta es nuestro descanso y nuestro consuelo" (Discurso 5 sobre el Adviento, 1).

3.- Para la venida de Cristo que podríamos llamar "encarnación espiritual", el arquetipo siempre es María. Como la Virgen Madre llevó en su corazón al Verbo hecho carne, así cada una de las almas y toda la Iglesia están llamadas, en su peregrinación terrena, a esperar a Cristo que viene, y a acogerlo con fe y amor siempre renovados.

Así la Liturgia del Adviento pone de relieve que la Iglesia da voz a esa espera de Dios profundamente inscrita en la historia de la humanidad, una espera a menudo sofocada y desviada hacia direcciones equivocadas. La Iglesia, cuerpo místicamente unido a Cristo cabeza, es sacramento, es decir, signo e instrumento eficaz también de esta espera de Dios.

De una forma que sólo él conoce, la comunidad cristiana puede apresurar la venida final, ayudando a la humanidad a salir al encuentro del Señor que viene.

Y lo hace ante todo, pero no sólo, con la oración. Las "obras buenas" son esenciales e inseparables de la oración, como recuerda la oración de este primer domingo de Adviento, con la que pedimos al Padre celestial que suscite en nosotros "el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras".

Desde esta perspectiva, el Adviento es un tiempo muy apto para vivirlo en comunión con todos los que esperan en un mundo más justo y más fraterno, y que gracias a Dios son numerosos. En este compromiso por la justicia pueden unirse de algún modo hombres de cualquier nacionalidad y cultura, creyentes y no creyentes, pues todos albergan el mismo anhelo, aunque con motivaciones distintas, de un futuro de justicia y de paz.

La paz es la meta a la que aspira la humanidad entera. Para los creyentes "paz" es uno de los nombres más bellos de Dios, que quiere el entendimiento entre todos sus hijos. Un canto de paz resonó en los cielos cuando Dios se hizo hombre y nació de una mujer, en la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4, 4).

Así pues, comencemos este nuevo Adviento —tiempo que nos regala el Señor del tiempo— despertando en nuestros corazones la espera del Dios-que-viene y la esperanza de que su nombre sea santificado, de que venga su reino de justicia y de paz, y de que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo.

En esta espera dejémonos guiar por la Virgen María, Madre del Dios-que-viene, Madre de la esperanza, a quien celebraremos dentro de unos días como Inmaculada. Que ella nos obtenga la gracia de ser santos e inmaculados en el amor cuando tenga lugar la venida de nuestro Señor Jesucristo, al cual, con el Padre y el Espíritu Santo, sea alabanza y gloria por los siglos de los siglos.

Amén.

21 noviembre 2020

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario – 22/11/2020

«Y de nuevo vendrá para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin»

Esta es la fe de la Iglesia, que proclama en el Credo cada domingo. ¡Qué diferencia entre la escena de que leemos este domingo en el Evangelio y la escena de Jesús ante Pilato, siendo juzgado, Jesús de pie y encadenado; y en el pasaje de hoy, al contrario, Jesús sentado y examinando y juzgando.

Parecía que eramos inmunes a todo, que nos adaptamos a todo... pero hay una cosa a la que el hombre no se ha acostumbrado y es la injusticia. Continúa sintiéndola intolerable. Nos rebelamos ante la idea del mal, del abuso, ser castigados... Es a esa sed de justicia a la que responderá el juicio. Sin la fe el juicio final, todo el mundo y la historia llegan a ser incomprensibles, escandalosos.

Sin lugar a dudas, una de las cuestiones más arduas que se plantea la teología (y el pensamiento en general) es la cuestión de la teodicea, esto es, el tratar de conciliar la idea de Dios (a quien definimos como único, bueno y todopoderoso) con la perenne presencia del mal y el dolor en la creación, que como dice San Pablo en Romanos, “gime, como con dolores de parto”.

Para algún teólogo, esta tarea, tanto desde una perspectiva más teísta como desde una perspectiva más racionalista, se torna un imposible, afectando negativamente a la fe en Dios, que queda cuestionado e injustificado.

Pero, inmediatamente, este cuestionamiento de Dios, que deja impasible a la experiencia del mal y el dolor, se metaboliza en una antropodicea, esto es, ahora a quien toca responder y justificarse es al hombre. En este sentido, Nieztsche declara la muerte de Dios y exalta al hombre (al superhombre) como ser fuerte y dominante ante la adversidad: el hombre se salva a sí mismo. A pesar de todo, al igual que ocurre con la teodicea, la antropodicea alcanza absurdos y callejones sin salida pues, al final, la experiencia del mal y el dolor permanece y el hombre no se puede salvar a sí mismo, cuanto menos pensando en el supremo mal de la muerte.

En vista de todo lo cual (tanto con la teodicea como con la antropodicea), sólo restaría, pues, quedarnos en un pensamiento paradójico. Pero merece tener en cuenta que “paradójico”, no significa “sin sentido”.

Así, el pensamiento cristiano primitivo, la teología de los grandes concilios, resultó necesariamente paradójico, precisamente para que no perdiéramos el sentido ante los dilemas teológicos. Las afirmaciones cristológicas de Nicea y Calcedonia no evitan la paradoja (diríamos que la buscan, precisamente) y sin embargo, son fuente de sentido, y en particular para nuestro caso: Jesucristo, Dios y hombre, dos naturalezas en una sola persona, sin división ni confusión es un lenguaje, sin duda, paradójico, pero que afirma el sentido soteriológico (de salvación) que ni la teodicea ni la antropodicea pueden racionalizar ni menos ofrecer más allá de lo especulativo.

Y es que, al fin, de lo que se trata  es, precisamente, de eso: de que la creación (en particular el hombre) experimenta el mal y el dolor y es consciente de su finitud y su muerte, y Nicea y Calcedonia responden (dan sentido) a esa experiencia; y lo más importante, lo hacen desde la propia experiencia del hombre acerca de Jesucristo. ¿Cómo? – nos preguntaremos. Pero este esta pregunta del “cómo” es la pregunta inadecuada (la paradoja no puede responder al “cómo”); por eso es importante escoger bien la pregunta y como sostiene Bonhoeffer, la pregunta que aquí cabe y da sentido no es “¿cómo?” sino “¿quién?”: ¿Quién es Jesucristo? Respondiendo a esta pregunta desde la experiencia personal, comunitaria e histórica, es como rompemos el círculo vicioso en que nos atrapan la teodicea y la antropodicea, y sobre todo, nos abrimos a la posibilidad de salvación ante el mal, el dolor y la muerte, que el mismo Dios experimenta en Jesucristo, Dios y hombre, hombre y Dios.

¿Quién es, pues, Jesucristo? La liturgia de hoy, en sus lecturas, nos presenta, a modo de respuesta, tres epítetos que califican y definen a Jesucristo, a saber, pastor, juez y rey.

Como pastor. ¿Quién sino un verdadero hombre, que ha transitado los caminos de este mundo con sus propios pies, que ha experimentado el itinerario del caminar humano en la tierra, que ha sufrido los rigores del clima, las piedras del camino, que ha conocido la sed del caminante, puede guiar a otros hombres por las vías que configuran la vida del hombre? Pero, ¿quién sino un verdadero Dios puede no sólo conocer y orientar sino ser el mismo camino que lleva a la Vida?

Como juez. ¿Quién sino un verdadero hombre, que ha experimentado en su ser, en su carne, el dolor y el sufrimiento de la carne, que ha vivido el mal como existencial, que ha sido tentado en su misma realidad, puede juzgar la existencia de un hombre? Pero, ¿quién sino un verdadero Dios, que conoce el espíritu de cada uno, puede dictar sentencia? Y ¿Quién sino un verdadero Dios puede juzgar y sentenciar al mal mismo y a la muerte misma? Y ¿quién sino un verdadero Dios puede salvar?

Como rey. ¿Quién sino un verdadero hombre, que sabe que ha de morir, que se sitúa en la ultimidad de sus posibilidades, que mira a su horizonte y se encuentra con la muerte, que él mismo se coloca el primero ante el enemigo, puede llevar animosamente a sus hombres a la batalla entre el bien y el mal, que no es sino la definitiva batalla del hombre, la de la vida frente a la muerte? Pero ¿quién sino un verdadero Dios, el Dios del Bien, el Dios de la Vida, puede asegurar la victoria frente al mal y  la muerte?

2. “El Señor es mi pastor; Nada me faltará" ¿Quién de nosotros quiere estar necesitado? Ciertamente, no una pareja joven que comienza su vida de casados, o un anciano o una mujer que enfrenta un futuro incierto o sin un ingreso fijo, o una familia que se arriesga a buscar una nueva vida en otro nuevo país. Aquellos que estamos enfermos quieren que se atienden nuestras necesidades, y aquellos que luchan con la depresión quieren creer que estamos seguros. Decir "no me faltará" es una cosa, pero conocer la fuente de esa seguridad es otra. Y de eso se trata precisamente esta solemnidad de Cristo Rey. Podemos tener la tendencia a pensar en Dios como una especie de tío rico que nos da golosinas o un juez solemne que nos amenaza. Pero nuestra lectura de hoy nos cuenta una historia diferente. Las lecturas describen a Dios como un pastor, y además bueno. La iglesia selecciona estas lecturas para esta fiesta para recordarnos que Jesús, el mismo Hijo de Dios, no es como los reyes sobre los que leemos en los libros de historia. Él no se mantiene al margen, sino como uno de los más bajos de los que sirven: los pastores que cuidan sus rebaños en las duras condiciones del desierto y son responsables de preservar sus rebaños, incluso de amarlos. En nuestra primera lectura, el profeta Ezequiel habla la palabra de Dios a Israel casi seis siglos antes de la época de Jesús. El mensaje de Ezequiel está dirigido a aquellos en el exilio de su tierra natal de Israel, y, hablando por Dios en primera persona, no dice nada en condenar su propia pecaminosidad que los llevó a una tierra extranjera. Son como ovejas, fácilmente guiadas por los pastores equivocados, en este caso dioses falsos. Pero Dios no los deja sin esperanza; Dios está atento con respecto al rebaño de Israel - rescatando, buscando, curando heridas para que estén sanos y prosperen. Estas son las mismas acciones decisivas que Jesús ejerce casi seis siglos después, al recibir a todos los pobres e indigentes, y a todos los que buscan perdón y curación. Incluso cuando se castiga a aquellos cuyo liderazgo es defectuoso y cuyas acciones son pecaminosas, siempre es con la esperanza de que incluso ellos se arrepientan y sean renovados. ¿Qué haremos, entonces, del relato evangélico en la lectura de hoy? ¿Cómo vamos a entender esta escena de juicio donde el Hijo del Hombre reúne a todas las naciones y separa las ovejas de las cabras? A primera vista suena como un rey que gobierna su real con mano de hierro, juzgando a su gente basándose únicamente en mantener su parte de un trato. Pero si miramos más de cerca, vemos que Jesús está haciendo un dibujo para que sus seguidores lo entiendan claramente. Él los está instruyendo a ellos, ya nosotros, como lo ha hecho a lo largo del Evangelio de Mateo sobre lo que significa ser ciudadanos del Reino de Dios donde Cristo es el Rey. Esta es una lección sobre cómo poner en acción las intenciones mismas de Dios en el mundo donde vivimos, una lección sobre cómo conocer la diferencia entre inseguridad y seguridad, y entre necesidades y deseos. Nuestro dar de comer y beber a los hambrientos y sedientos a la manera de Dios, de asegurarnos a todos, que nuestras necesidades están cubiertas. Dar la bienvenida al extraño, en Dios actúa en nosotros para brindar seguridad. Proporcionar ropa a los desnudos y cuidar a los enfermos es la manera en que Dios satisface las necesidades entre nosotros. Y visitar a los que están en prisión, es la provisión misma de Dios para las necesidades de la sociedad. Lo que hacemos por los más pequeños, como Jesús enseña en su escena del fin de los tiempos, es lo que hacemos por Jesús. De hecho, cuando establezcamos nuestras prioridades en línea con las prioridades divinas que Dios ha ilustrado a lo largo de la historia de la salvación, seamos instrumentos de su amor.

19 noviembre 2020

Triduo de la Milagrosa


Miércoles 25
de noviembre
🕒18:30 Misa 


Jueves 26
🕒17:00 Formación: Fratelli Tutti
🕒18:30 Misa 


Viernes 27 
🕒18:00 Exposición del Santísimo 
🕒18:30 Misa

14 noviembre 2020

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario – 15/11/2020

1. “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra”.

Estas palabras del tercer criado de la parábola reflejan bien la actitud de muchos cristianos ante  Dios y su responsabilidad en el Reino de Dios a favor de la humanidad. Para ellos, el Señor es un amo exigente, que exige agobiantemente y sin medida, y nos hace sentir esclavos uncidos a un yugo insoportable de mandatos y culpabilidad.

Sin embargo, según la Biblia, Dios no quiere esclavos, sino colaboradores libres y responsables que se comprometen con el plan de promoción y salvación de lo humano, con su ser y su hacer, porque, en definitiva, no se trata de un capricho suyo, sino del propio beneficio de la humanidad.

Ya desde la imagen de Adán en el Génesis (Gen 1,26.28; 2,15), este aparece como persona que cuida la tierra, su tierra. Y esto corresponde a la realidad y vocación más profunda del ser humano: se hace, haciendo –porque no nace “hecho”-. Se reconoce, tiene conciencia de su identidad, haciendo, a través de su actividad consciente y efectiva. Se encuentra pleno, útil,  realizado, haciendo. Y en su hacer, “da de sí”, es decir: se descubre más grande que sus propios límites o miedos, y “se da”, porque al hacer, se entrega a sí mismo en beneficio de los demás.

Ser llamado, pues, a la colaboración con Dios en la obra de la creación y la salvación es un privilegio para el ser humano: encuentra en ello, su dignidad (colaborador de Dios), su contribución al bien de las personas y de la creación, su vocación y puesto en la vida.

Quien no vive así, en laboriosidad consciente, filial y fraterna, es, como dice la segunda lectura, un “ser durmiente”, una vida vegetativa.

Los talentos son nuestras cualidades, habilidades, experiencias… pero sobre todo, nuestra propia persona como creyentes. Por lo cual, incluso en las circunstancias de enfermedad o disminución, cuando parece que ya no podemos aportar nada práctico, nuestra manera de ser en fe, esperanza y amor, es una contribución esencial y necesaria.

Esta colaboración responsable e ilusionante, a pesar de las dificultades, no conoce el fracaso. Puede ser que no consigamos resultados visibles, pero sí frutos. El resultado es exterior al trabajador y depende mucho de las circunstancias sobre las que no tiene ningún control. El fruto, nace de dentro, tiene una eficacia misteriosa y transforma, en primer lugar, al que se ha entregado personalmente, a través de su labor, su ingenio y su tiempo. Lo ha hecho más persona y más hermano; más imagen e un Dios “que está siempre obrando” (Jn 5, 17) en favor nuestro.

Esta llamada se dirige a todos y no solo a los que tienen grandes responsabilidades. Es en lo gris de lo cotidiano, donde hay que invertir los talentos. Incluso cuando Dios parezca estar, como el señor de la parábola, tan lejos, que nos ha dejado solos e indefensos en nuestros riesgos.

Por ejemplo, en la primera lectura se nos habla de un modelo de mujer que emplea sus talentos. No se puede quedar en referente de la esposa y madre. Abarca a toda actividad realizada por mujeres (y también por varones): el rasgo más importante es que  “sabe hacer hogar”, con los de dentro y los de fuera. Igualmente, el salmo nos habla de un modelo masculino (que sirve también para las mujeres), de un hombre que ha sabido hacer familia, hogar y ciudad. Necesitamos de hombres y mujeres así: contemplativos (“los que “temen” a Dios”), que en la acción cotidiana van trasformando nuestro mundo en hogar con Dios en el centro, como Dios mismo lo hace, y gracias a Dios, que nos da recursos, horizontes y ganas para hacerlo.

2. Llama la atención la actitud del amo cuando considera “poco” cinco o dos talentos, un dinero que ninguno de sus siervos sería capaz de ganar aun trabajando toda la vida. «Como has sido fiel en lo poco…». Lo importante parece estar en “ser fiel”, pero ¿a quién?, ¿al señor que nos mira orgulloso de nuestra capacidad, en la cual se confía plenamente, o al señor a quien no gustamos, que sabemos nos mira siempre “en lo que nos falta”, exigiéndonos y llevándonos a vivir en el miedo, el miedo a perder?

Con otras palabras, puede ser que Jesús, con esta parábola, nos invite a preguntarnos cómo es el Dios de nuestras vidas. Porque, ¿cómo es que, ante el mismo “señor”, pueda haber conocimientos tan distorsionados?: unos, que le vean como aquel que les confía sin miedo todas sus propiedades; y otros, como aquel que les exprime más y más, no solo velando por lo suyo, sino también por los intereses… ¡Qué drama desconocer a aquel a quien uno dice amar! ¡Y qué tesoro -como muestra Proverbios- encontrar con quien compartir toda la vida juntos, alguien de fiar en cuyas obras y acciones se refrenda el amor por su amado!

3. Hace dos domingos nos preguntábamos si sentíamos nuestra vida atravesada del regalo que Dios nos hace a cada uno: nuestro ser más auténtico, nuestra santidad. Hoy el evangelio nos impulsa a poner ese don creativamente en juego, y la Jornada de los Pobres, que hoy celebramos, nos provoca a hacerlo con cierta urgencia. Creatividad, audacia y valentía quizá sean regalos preciosos y necesarios más que nunca en nuestra vida personal, social y eclesial. ¿Brotarán en la medida en que miremos al Dios real que muestra Jesús? No estamos hechos para vivir afuera, en el rechinar por la angustia y el miedo “al ladrón que viene en medio de la noche”. Somos creados para vivir en la luz, en el día, capaces de ver las cosas en su realidad, de modo que la ruina no se abata de repente sobre nosotros porque vivíamos en una mera ilusión o sueño, ni se cuele tóxicamente en distorsiones cotidianas –incluso en nuestra religiosidad- de aparente “paz y seguridad”.

11 noviembre 2020

Dulces de las Clarisas de Morón

Aquellos que deseéis comprar dulces para estos días, podéis colaborar con el convento de Santa Clara de Morón.

Se encargarán y se traerán aquellos que deseéis.

¡Son deliciosos!




07 noviembre 2020

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario – 08/11/2020

“Mi alma está sedienta de ti, Dios mio” - “Velad porque no sabéis el día ni la hora”

En la parábola de las diez vírgenes no se quiere hablar de muerte, sino de la vuelta del Señor.  Las dos cosas coinciden en la práctica para cada creyente. Reflexionamos sobre el tema de la muerte.

¿Qué tiene que decirnos la fe sobre la muerte?
Que la muerte existe, que es el más grande de nuestros problemas, pero Cristo ha vencido a la muerte. La muerte ha perdido su aguijón, como la serpiente cuyo veneno es ahora solo capaz de adormecer a la víctima durante unas horas, pero no de matarla. 

¿Cómo Jesús ha vencido a la muerte? 
La ha vencido sufriéndola, viviendo su amargura. La ha vencido desde el interior. Tres veces se lee en el Evangelio que Cristo lloró y, de éstas, dos fueron ante la pena por un muerto. En Getsemaní, Jesús ha vivido hasta el fondo nuestra experiencia humana frente a la muerte. Jesús no se ha introducido en la muerte como quién ya conocía el final, la resurrección. El grito sobre la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, indica que Jesús se ha adentrado en la muerte como nosotros. Sólo lo sostenía una plena confianza en el Padre, que le hizo exclamar: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”

La muerte ya no es un muro ante el que todo se quebranta, es un paso, es la Pascua. Cuando se trata de la muerte en el cristianismo, lo más importante no es el hecho de que nosotros tengamos que morir sino el hecho de que Cristo ha muerto. El cristianismo no se hace camino con el miedo a la muerte, se ha camino con la muerte de Cristo.  Jesús ha venido a liberar a los hombres del miedo a la muerte, no para acrecentar el miedo.
Quizás lo que mas nos asusta sea la soledad con la que debemos afrontar la muerte. El único remedio a la muerte, es la victoria de Cristo sobre la muerte. Para avisarnos contra la muerte, ahora no debemos hacer otra cosa que abrazarnos a Cristo. Anclarse a Él, mediante la fe. El grado de unión con Él será el grado de nuestra seguridad ante la muerte. 

Estas disposiciones no se improvisan.  Es necesario tener aceite de reserva en la lámpara, por lo tanto, alimentar la fe con las buenas obras y la oración, de modo que ante la venida de Cristo podamos como vírgenes sensatas, entrar con él a la boda. 

1.     La imagen de la primera lectura de dos novios que se aman y se desean. No se trata del miedo ante la venida del Señor, sino de preguntarnos: ¿desprecio su amor? ¿Estoy distraído y no estoy preparado para encontrarme con Él? Como aquella pareja que después de meses separada, cuando uno de ellos llega al aeropuerto para su ansiado reencuentro, ve que la otra persona no le está esperando, entretenida en excusas sin importancia. ¿Sentimos ese amor que nos sostiene? ¿Siento la cercanía del Señor que me sacia y es la fuente de mi alegría?

2.     Preciosa comparación la del deseo como aceite que alimenta el fuego del amor, del encuentro. Un aceite que no se compra en ningún lugar, de ahí lo absurdo de la búsqueda del que pretende conseguirlo en la noche. Porque nuestro Dios no escatima, nos espera “sentado a nuestra puerta”, nos sale al paso constantemente, “en cada pensamiento”, como hemos leído en el libro de la Sabiduría. Que no lo percibamos, no quiere decir que no esté. ¿Es así el Dios en quien creemos?

3.     Reconocer a ese Dios que va “de un lado para otro”, “abordándonos por los caminos” para aliviar nuestra preocupaciones. Que tranquilidad descubrir a Dios preocupado por nosotros. ¿Cómo podemos conciliar el sueño cada uno de las noches en que ansiamos su venida? “En el lecho me acuerdo de ti y no puedo dormirme pensándote”.

4.     ¿Cómo me preparo en la vida diaria para el encuentro con el Señor? Quizás se refiere el Evangelio al encuentro del final, pero reflexiona en tu oración personal, ¿Cómo te preparas cada día para encontrarte con el Señor? Ser prudente significa en la vida diaria corresponder al amor del Señor.  Debemos colaborar desde ahora con su gracia y realizar buenas acciones inspiradas en su amor. No basta con tener el candil. La fe, por sí sola no basta. La fe acompañada de la vida cristiana, es un vida de amor, repleta de buenas obras. ¿tenemos reserva de aceite?
Otra forma de estar vigilantes, es respondiendo a la voluntad de Dios.
Otra forma es la sabiduría, que ilumina nuestra vida, nos muestra el camino seguro y nos capacita para abrirnos a Cristo cuando se presenta en nuestra vida. 

01 noviembre 2020

Solemnidad de Todos los Santos – 01/11/2020

Los santos, no son sólo los canonizados por la Iglesia y que encontramos mencionados en nuestros calendarios. Son todos los salvados, que forman la así llamada Iglesia triunfante, la Jerusalén del cielo.

Cuando se habla de la santidad, es necesario eliminar de esta palabra del miedo que ella inspira a causa de ciertas representaciones erróneas. Si todos estamos llamados a la santidad, es porque está a disposición de todos, forma parte de la vida normal de cristiano.
La motivación de fondo de la santidad es, desde el principio, Dios es santo, es la síntesis de todos los adjetivos de Dios.

En el Antiguo Testamento
, las vías de la santidad son objetos, lugares, ritos, prescripciones. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? (Sal 24), El hombre de manos inocentes y puro corazón.
En el Nuevo Testamento, los bautizados son santos por vocación. San Pablo designa a los bautizados con el término, santo. La santidad no es un hecho ritual o legal, sino moral; no reside en las manos sino en el corazón, no se decide fuera sino dentro del hombre, y se resume en la caridad. Los mediadores de la santidad de Dios no son ya los lugares (el templo), los ritos, los objetos y las leyes sino una persona, Jesucristo. Ser santo no consiste tanto en ser un separado de esto o de aquello, sino estar unido a Jesucristo.

De dos formas entramos nosotros en contacto con la santidad de Cristo: por apropiación o por imitación.
La santidad es ante todo, es don y gracia y obra de la Trinidad. Dado que nosotros pertenecemos a Cristo, la santidad de Cristo nos pertenece a nosotros. Junto a este medio fundamental de la fe y de los sacramentos, también debe encontrar lugar la imitación, el esfuerzo personal y las buenas obras.  En el Nuevo Testamento aparecen dos verbos a propósito de la santidad, uno en indicativo y el otro en imperativo, “sois santos” “sed santos”. Los cristianos son santificados y se han de santificar.

El concilio Vaticano II ha puesto claramente en realce dos aspectos de la santidad basados en la fe y en las obras: “los seguidores de Cristo, llamados por Dios, no en virtud de sus propios méritos, sino por designio y gracia de Él, y justificados por Cristo Nuestro Señor, en la fe del bautismo han sido hechos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo santos, conviene que es santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su vida con la ayuda de Dios” Lumen Gentium, 

La santidad no es una imposición, un honor, que se nos impone, sino un privilegio, un don y un honor sumo.

 1.- SANTIDAD es aprender a ser Hijos felices de Dios, acogiendo su Obra en nosotros

Sed santos (buenos), como vuestro Padre, que hacer salir el sol sobre buenos y malos(Mt, 5, 48;Lev 19,2). No es tanto lo que yo hago o tengo que hacer, sino lo que El hace, y de lo que yo me puedo hacer consciente. Pero, ¿cómo es esa Obra de Dios en mí?
a) Por Amor, Dios crea un ser con capacidad de ser bueno y feliz con É
l. El amor de Dios comienza a manifestarse en la creación. El Dios que es Amor, Comunión, y Entrega, encuentra su reflejo e imagen, en la apertura y receptividad, capacidad del ser humano. Por eso dice Santo Tomás: Por ser imagen de Dios, el hombre tiene capacidad para la gracia, o sea, para acoger el Amor de Dios, y al acogerlo, realizar el encuentro que nos transforma-
b) Por Amor Dios crea un ser que no puede estar sin Él, y sin los demás. Eso es santidad. Desde siempre, Dios ha creado al ser humano como ser de comunión y le ha llamado a responder al amor que le ha otorgado Desde siempre hay en el hombre una “capacidad de Dios” y un “deseo natural de ver a Dios. Fue Dios quien sembró en el corazón humano el anhelo del Infinito de amarlo y contemplarlo cara a cara. Por eso hay en el hombre un vacío que sólo se colma cuando se encuentra con Dios.
c) Por amor Dios va más allá de la justicia. En Dios, la bondad es lo condicionante de todo su ser y obrar. Dios manifiesta su justicia no condenando, sino salvando. Dios manifiesta su justicia, (Rm 3, 24-26) justificando, o sea, haciendo justo al pecador y teniendo misericordia de todos. Esta justicia es una buena noticia, pues no se trata de la justicia retributiva, por la que Dios premia o castiga según los merecimientos de cada uno, sino de la justicia que justifica (hace justo) al impío.
d) Por amor Dios perdona y no condena. “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón” (Juan Pablo II). Mostrar misericordia significa vivir plenamente la verdad de nuestra vida”. “El Dios que nos redime es un Dios de misericordia y de perdón; “el perdón podría parecer una debilidad; en realidad, tanto para concederlo como para aceptarlo, hace falta una gran fuerza espiritual y una valentía moral a toda prueba. Lejos de ser menoscabo para la persona, el perdón lleva a una humanidad más plena, capaz de reflejar en sí misma un rayo del esplendor del Creador.
f) La verdadera santidad es una gracia, es la obra que Dios hace gratuitamente en mí. Una existencia vivida con mucha fe y mucha humanidad. Una vida que expresa sentimientos y actitudes de bondad y compasión, que se concreta en obras de justicia, caridad y solidaridad. Porque así es el Dios cristiano, así actúa Dios y así quiere que sean y actúen sus hijos. Así es la santidad de Dios y así se refleja en sus santos. A estas personas están dirigidas las bienaventuranzas. Para que esta acción gratuita de Dios opere la santidad en nosotros, es preciso acogerla agradecidamente y ejercitarla responsablemente. La santidad de Dios es ser bueno con todas sus criaturas y hacerlas buenas. Nuestra santidad es el resultado de la benevolencia de Dios hacia nosotros. No hallamos gracia a sus ojos por nuestros méritos, sino por su benevolencia y mirada misericordiosa. Esta mirada es lo que pone en nosotros santidad Y. lo más que nosotros podemos hacer es dejar que esa bondad de Dios se refleje y actúe en nosotros. Pero en todo caso, la santidad es gratuita, como don de Dios, y obra del Espíritu Santo en las personas.

2.- ¡SANTOS, SÍ!, y por ello, “Buenos” y  “Felices”

Podemos decir, pues, que la santidad es Un camino de Bondad, Felicidad y Comunión que Dios realiza en nosotros.  En realidad, un santo no es otra cosa que una buena persona. Porque ser santo no es más que ser lo que tenemos que ser, pero siempre con la ayuda de la gracia.
El Papa Francisco, en su exhortación sobre la Santidad en el momento actual, “Alegraos y regocijaos”, pone la santidad en el horizonte de la bondad (Mt 25) y la Felicidad (Mt 5, 5-15)
Las Bienaventuranzas son como el carnet de identidad del cristiano. ¿Cómo se hace para llegar a ser buen cristiano?'. Es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en las Bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro que estamos llamados a transparentar en la vida cotidiana. (.G.E. 63). ¡Feliz o bienaventurado es sinónimo de santo!  
Por eso, la Santidad es un proyecto de felicidad y a la vez un programa de cómo ser lo que debemos ser. Con deficiencias y pecados, muchos han buscado la felicidad en la santidad. Estas confesiones de hombres buenos y felices pueden acercarnos a la santidad de Jesús, y hacer más humana la nuestra.
“En la vida existe una sola tristeza, la de no ser santos”. (Leon Bloy)
«Ser bueno es hacerse divino, porque sólo Dios es bueno.» (Unamuno)
“En todo hombre bueno habita Dios.» (L A. Séneca)
«No denomino héroes a aquellos que han triunfado por sus ideas o por la fuerza. Sólo considero héroes a aquellos que fueron grandes por su bondad (Tolstoi)
«Sólo los que son verdaderamente buenos y santos son felices.»(Pablo VI).
“La bondad es el único Evangelio que muchos leerán.»(Helder Cámara)
“Mi única misión en la vida era ser bueno.(C. Foucauld)


Conclusión

Ahora puedo aportar yo mi propia experiencia de Santidad por la Bondad, Felicidad y Comunión, preguntándome: ¿Cómo es la obra que Dios viene realizando en mi según su propia Santidad Bondadosa?

28 octubre 2020

Formación parroquial

El próximo jueves 29 de octubre tendrá lugar un encuentro de formación parroquial en torno a la Carta «Fratelli Tutti» (Hermanos todos), tecera Encíclica del Papa Francisco, firmada el pasado día 3 de este mes.

Este es el esquema que se seguirá (descargar).

27 octubre 2020

Cultos puente de Todos los Santos

Sábado 31 de octubre
18:30 Misa

Domingo 1 de noviembre
Solemnidad de Todos los Santos

11:00 Misa
13:00 Misa

Lunes 2 de noviembre
Conmemoración de los Fieles Difuntos

11:00 Misa
13:00 Misa
18:30 Misa

El aforo de la Parroquia en estas celebraciones será de 35 personas de acuerdo con las directrices del Arzobispado.

 

24 octubre 2020

XXX Domingo del Tiempo Ordinario – 25/10/2020

¿Cuál es el mandamiento principal? “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este es el mandamiento principal”. Hay un segundo mandamiento, semejante e inseparable de éste: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Jesús nos ha puesto delante de un espejo, delante del cual no podemos mentir, nos ha dado la medida para saber y descubrir si amamos o no al prójimo. “por lo tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos” (Mt 7, 12). No dice, si te va bien: “lo que el otro hace contigo, hazlo tu también” dice: lo que tu quieras que te hiciese el otro a ti, hazlo tu a él, que es muy distinto. 

¿Si yo estuviese en tu sitio y él en el mío, cómo quisiera yo que él se comportarse conmigo?

Jesús considera el amor al prójimo como “su mandamiento” aquel en el que se resume toda la Ley. Este es el mandamiento mío: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12)

Cuando se habla de amor al prójimo, buscamos las obras de caridad, las cosas que podemos hacer con el prójimo: darles de comer, de beber, visitarles, ayudarles. Pero esto es un efecto del amor, no es todavía el mismo amor. Antes de la beneficiencia viene la benevolencia, antes de hacer el bien, viene el querer bien.

La caridad dice San Pablo debe ser sin fingimiento, debe ser sincera. Se debe amar sinceramente como hermanos.

Se puede hacer caridad y dar limosna por muchos motivos, que no tienen nada que ver con el amor, para hacerse agradables, para pasar como benefactores, para ganarse el paraíso, por remordimiento de conciencia. ¿Se puede faltar a la caridad, incluso haciendo el ejercicio de la caridad? “la caridad es paciente, es amable, la caridad no es envidiosa… no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad… 1Cor 13” nada hay en este texto que nos hable de las obras externas de caridad, se refiere a las disposiciones interiores. Llega a decirnos que el mayor acto de caridad externa, repartir los propios bienes a los pobres, no valdría de nada, sino tengo amor.

Es un error contraponer el amor de corazón y la caridad, o refugiarse en las buenas disposiciones interiores hacia los demás para encontrar con ello una excusa a la propia falta de caridad efectiva y concreta. Decía el Apóstol Santiago: “si tu encuentras a un pobre con hambre y frío, qué le vas a decir: Id en paz, calentaos y comed, pero no le dais lo necesario para el cuerpo, ¿De qué sirve? (St 2, 16)

El amor es la solución universal. San Agustín ha escrito: “ama y haz lo que quieras”. Es imposible descubrir en cada momento cuál es lo justo, lo que hay que hacer en cada circunstancia. Si calla, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corrige, corrige por amor. Preocúpate de que en tu corazón haya un verdadero amor para cada persona, porque después, cualquier cosa que hagas, será justa. 

La caridad del corazón es la caridad de todos, la podemos ejercer siempre, es universal. Es una caridad concreta. Se trata de mirar con una mirada nueva las situaciones y las personas con las que nos encontramos para vivir. ¿Qué mirada? La mirada con que quisierámos que Dios nos mirase. 

A veces nos refugiamos en el amor de Dios y nos consolamos de nuestras dificultades. Pero a Dios no se le ve, «nadie le ha visto nunca» (1Jn 4,12) y si no amamos al hermano «al que ve- mos”, ¿cómo vamos a mar a Dios al que no vemos» (1Jn 4,20)? Amar a Dios no es, ni puede ser, olvidar “lo que vemos”: a nuestros hermanos necesitados. Ellos nos inquietan, nos urgen, incluso nos llegan a molestar. No nos provocan, naturalmente el amor. «Si amáis a los que os aman, ¿qué hacéis de particular?» (Mt 5,46). No ama a Dios quien no ama, con obras y de verdad, al hermano.

La primera lectura, tomada del libro del Éxodo es muy explícita: «no oprimir ni vejar al emigrante», «no explotar a las viudas ni a los huérfanos», «no ser usurero al prestar dinero a un pobre...» Y todo ello porque no hemos caído en la cuenta de que somos nosotros también los forasteros, las mujeres maltratadas por la vida, los niños de la calle, los que necesitamos préstamos de los demás... Forman parte de nuestra propia

carne, ¡y nadie desprecia su propia carne! Esta es la enseñanza: el amor al otro es amor a nosotros mismos, ¡porque todos formamos un solo vínculo de humanidad! 

No hay un mandamiento principal de la Alianza de Dios con su pueblo, sino el amor. Amor al Señor y amor al hermano. Y con una medida bien concreta: «como yo os he amado» (Jn 15,12). El propio amor con el que amamos al hermano es el mismo amor con que Dios nos ama. No puede haber dos amores, ¡porque solo tenemos un corazón! Somos amados y aprendemos, dócilmente, a amar con ese amor con el que somos creados: el de nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros amigos... ¡y hasta del que no nos quiere bien! 

Abandonar los ídolos, como nos recuerda Pablo en su carta a los tesalonicenses, es dejar- nos de sentir el centro del mundo, de hacer, del nuestro, la medida del amor. No somos nosotros los que podemos convertir nuestro amor en medida para amar a los demás, sino amarlos, como somos amados, sin medida. “La medida del amor es amar sin medida” (San Juan de la Cruz). Volvernos y servir al Dios vivo es amar con el mismo corazón, la misma mente y las mismas fuerzas, con todo nuestro ser, a nuestros hermanos y hermanas. Este es el sentido de “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,40). 

La Eucaristía nos exilia de nuestro propio amor, para regalarnos la medida de amor de Jesús, que, resucitado de entre los muertos, nos libra del mal amor de nuestro corazón (1Tes, 1,10). Porque vivimos aguardando la vuelta de Jesús, y al hacer memoria de su muerte, anunciamos su resurrección y suspiramos por su venida: ¡Ven, Señor Jesús! 

De este modo, vamos haciendo posible un amor al mundo que nos preserva del mal y que nos pone en el deseo del Creador y Redentor: ser el fundamento de todo este entero mundo, amado por Dios hasta entregarle a su Hijo único (cfr. Jn 3,16). Si Dios ha amado así al mundo, con un amor extremo, también nosotros debemos, como miembros de su Alianza nueva y eterna, cuidarnos y amarnos mutuamente entre nosotros. 

17 octubre 2020

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario – 18/10/2020

¿Es lícito pagar el impuesto al César o no? El Evangelio puntualiza que querían poner una trampa a Jesús y Jesús les responde: “Hipócritas, ¿Por qué me tentáis?

¿Dónde está el engaño? Los fariseos, eran secretamente contrarios al poder romano; los herodianos apoyaban al poder romano. Si, por tanto respondiera: “si es lícito pagar el tributo” podría alinearse de parte de unos o contrario a los otros. Palestina formaba parte del imperio romano en tiempos de Jesús. Esta obligación era una humillación para los judíos, ¿Cómo pagar el tributo a un emperador pagano? Parece anómalo, pero es necesario y nos se puede actuar de otro modo.

Jesús pone el problema en un nivel infinitamente mas profundo y universal. Ya no más o César o Dios sino uno y otro, cada uno en su plano. Es el inicio de la separación entre religión y política, hasta entonces inseparable entre los pueblos y regímenes. Los hebreros estaban acostumbrados a concebir el futuro reino de Dios, instaurado por el Mesías, como una teocracia, como el gobierno sobre la tierra, dirigido por Dios a través de su pueblo. Ahora por el contrario, la palabra de Cristo revela un reino de Dios, que está en este mundo, pero no es de este mundo; que puede existir con cualquier régimen.

Se revela así dos tipos de soberanía de Dios en el mundo: la soberanía espiritual, que constituye  el reino de Dios y que él ejerce en Cristo, y la soberanía temporal o política, que Dios ejerce indirectamente, confiándola a la libre elección de las personas.

César y Dios no están puestos en un mismo plano, porque también el César depende de Dios y debe rendirle cuentas a él (Sb 6, 1). Decimos que amamos a Dios sobre todas las cosas. ¿Hay “cosas” en tu vida mas importantes que Dios?

“Dad al Cesar lo que es del Cesar” Es Dios el soberano de todos. Nosotros no estamos divididos entre dos pertenencias, no estamos obligados a servir a dos señores. El cristiano es libre de obedecer al estado; pero también de resistir cuándo éste se opone contra Dios y su ley. 

Carta a Diogneto en el Siglo II «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto... Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble... Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes... Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. 

Tres temas aparecen como trasfondo del evangelio de hoy, contraponiendo a Dios y al César: Dios y el dinero; Dios y la política; Dios y la acción humana en la sociedad. 

Dios y el dinero. 

No es Jesús ni el evangelio quienes nos ponen en el dilema de elegir a Dios o al dinero, Dios y la moneda del Imperio. Es el mundo el que nos coloca en esa tesitura. El mundo se desenvuelve en una continua tensión y conflicto entre el desarrollo económico y el desarrollo de las personas en todas sus dimensiones. Para Jesús, el dinero no deja de ser una herramienta útil para la vida y sus menesteres cotidianos como el trabajo, los impuestos, los negocios, la compra, el ocio... Ni Dios ni el mundo son tan simples como para dicotomizar las cosas entre buenos y malos. Ni solo Dios es lo bueno, ni el dinero en sí mismo es lo malo. Lo que sí es cierto es que el dinero no se puede divinizar ni absolutizar, como si fuese el César, y que el evangelio de Dios puede dar sentido a cualquier opción por la vida y sus actividades. La caridad, por ejemplo, pone el dinero al servicio de los demás y lo convierte en oro más luminoso que la moneda del Emperador. ¿Adoramos el dinero? ¿Adoramos a Dios? ¿Qué relación tengo con el dinero? ¿Cómo lo utilizo? ¿lo comparto? ¿Tenemos que elegir entre Dios y el dinero?

Política y encarnación. 

La encarnación de Jesús ocurrió en una sociedad concreta, en un momento definido de la historia, durante el dominio del Imperio Romano, y en una provincia muy alejada de la capital. La política que se hacía entonces estaba basada en la esclavitud y en la imposición por la fuerza y el poder militar. Ante esta forma política de negación de los derechos humanos, Jesús propone los valores del Reino de Dios. Y esta propuesta le acaba llevando a la cruz. No hay oposición entre Dios y el mundo, pero sí entre Dios y en un determinado “mundo”. La muerte de Jesús fue cruel e inhumana, sin embargo, la sobrellevó con tal dignidad que el mismo instrumento de tortura a la que fue sometido acabó convirtiéndose en símbolo de soberana libertad y de entrega de amor hasta el extremo. El poder, como el dinero, es ante todo servicio y nunca imposición. La cruz, en el servicio ciudadano, a veces es inevitable, pero pude transformarse en amor. 

Cristianos en el mundo

A nosotros nos toca, dos mil años después, observar, analizar y vivir en el mundo actual. No se trata de repetir modelos añejos, sino de traer a los tiempos presentes los parámetros de Jesús, que no han cambiado sustancialmente con el paso de los siglos, poniendo la dignidad de la persona siempre en primer lugar, por encima de alternativas políticas y de sistemas económicos; o, mejor aún, poniendo esas políticas y economías al servicio de la digni- dad de la persona. También la economía, como el poder y el dinero, pueden ponerse al servicio del bien común y la persona. Jesús nunca se desdijo del sueño y la utopía, pero siempre tuvo los pies en la tierra y el sueño en su Padre del cielo. 

“y a Dios lo que es de Dios” ¿Qué le damos a Dios?

13 octubre 2020

Domund 2020

Este 18 de octubre es el Domingo Mundial de las Misiones. Por tal motivo, el jueves 15 a las 6 de la tarde habrá una jornada de formación en la parroquia.

Para prepararla, se recomienda leer los siguientes documentos:

-Presentación Domund

-Mensaje del Santo Padre

-Reflexión Pastoral

10 octubre 2020

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario – 11/10/2020

 1.     Invitación rechazada.

¿Por qué los primeros invitados rechazaron ir al banquete? San Mateo dice que “no hicieron caso” de la invitación y “uno se marcho a sus tierras, otro a sus negocios”.

¿Te sientes invitado al banquete? ¿Rechazas participar del banquete? ¿Por qué? Dios nos propone un montón de dones, mucha alegría, pero nosotros despreciamos esta oferta, mostrando mas interés por otras cosas.

Todos ellos tienen algo urgente que hacer, algo que no puede esperar, que reclama de inmediato su presencia. ¿Y qué representa, por el contrario el banquete nuncial? Indica los bienes mesiánicos, la participación en la salvación aportada por Cristo, y por tanto, la posibilidad de vivir para siempre. El banquete representa en consecuencia lo más importante en la vida; es más, la única cosa importante, porque ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? (Mt 16, 26).

¿En qué consiste el error cometido por los invitados? En dejar los importante por lo urgente, lo esencial por lo contingente. Ahora bien, esto es un riesgo tan difundido y tan desleal que vale la pena reflexionar sobre ello.

++Dejar lo importante por lo urgente en el plano espiritual significa dejar los deberes religiosos, cada vez que se nos presenta algo urgente que hacer.  Haz una lista de tus deberes religiosos y cuales son las cosas que impiden que cumplas con ellos.

     o   Es domingo y es hora de ir a misa, pero hay que hacer aquella visita, aquel trabajo en casa, la comida que hay que preparar… la misa puede esperar, la comida no; entonces se deja de ir a misa para otra ocasión y nos situamos junto a los utensilios de cocina.

    o   Para otros sucede cuando tiene lugar la oración. Oyen que debieran dedicarse con calma un tiempo a la oración, pero se acuerdan que está aquella cosas que preparar, aquella llamada que hacer, y así la posponen para otro tiempo. La desgracia es que las cosas urgentes a hacer, hacen que no cumplamos nuestras obligaciones espirituales y nos dediquemos a las cosas materiales.

El Evangelio nos ofrece el ejemplo, la visita de Jesús a sus amigos de Betania. María entiende de inmediato qué lo más importante a hacer: estar con Jesús, escucharle, hacerle compañía. Marta por el contrario “estaba atareada con los quehaceres de la casa”

Una cosa es importante y necesaria: ganarse a Dios y con él la vida eterna, dejar esto por pequeñas cosas, aun cuanto urgentes que sean, es un error. En la vida se puede fallar de muchos modos: como marido o como esposa, como padre o como madre, como hombre de negocios o como artista… pero, todos estos fallos son relativos. Hay santos que fueron en la vida un fallo continuo o único. No es así cuando se pierde a Dios. Aquí el fallo es sin apelación.

El Evangelio nos enseña a establecer prioridades, a buscar lo esencial.  En una palabra, a no perder lo importante por lo urgente, como le sucedió a los invitados de la parábola. El banquete del que nos habla el Evangelio se renueva cada domingo en la Iglesia, es el banquete de la eucaristía. Intentemos no ser de los de las excusas… 


Busca ejemplos en tu vida en los que dejas para más tarde lo importante por lo urgente.

++ En el ámbito humano ocurre igual que el espiritual:

     o   Dedicar tiempo a la familia, pero aparecen necesidades extraordinarias en el trabajo… terminando tarde para volver a casa y demasiado cansancio para dedicar tiempo al otro.

     o   Visitar a un enfermo en el hospital o residencia para mostrarle nuestro cariño y quizás hacerle algún servicio. Pero se deja para más tarde porque no es urgente…

     o   El cuidado de la propia salud… y no se encuentra tiempo…

2.     Llamada General

La fiesta no se anula, al contrario, amplía sus dimensiones más allá de lo previsto. Si en la historia de la salvación, Dios se dirige a un “pueblo escogido” como testimonio de su alianza, la perspectiva se hace universal, sin limitaciones ni discriminaciones. Nos lo recuerda la primera lectura que hemos proclamado: “el festín de manjares suculentos está preparado por Dios para todos los pueblos”.

La parábola sigue teniendo actualidad: ¿Somos capaces de responder a la llamada que el Evangelio nos hace, con toda su fuerza y o nos distraemos? ¿nos dejamos afectar por el testimonio de tanta gente, que “no son de los nuestros” pero se comprometen por valores que han nacido de nuestro patrimonio evangélico?

El proyecto de Dios sobre el hombre es un proyecto generoso de amor y comunión, que se expresa a través de la imagen del banquete, indica alegría en la comunión y en la abundancia de los dones de Dios.

3.     Acoger la invitación dignamente.

Para entrar en el banquete es necesario ir vestido de manera adecuada. El rey había puesto, trajes nupciales a disposición de los invitados. Sin embargo, un invitado se ha negado a ponerse uno. ¿Cómo has entrado sin el traje apropiado?. Pero el no responde. 

Dios nos hace la invitación, nosotros no la merecemos. Trae consigue el don de la gracia, que nos hace dignos de participar en el banquete. Debemos acoger no sólo la invitación, sino también la gracia que nos hace dignos. La gracia, nos purifica, nos santifica, nos pone verdaderamente en la condiciones necesarias para participar en la comunión divina con alegría y felicidad. Si la rechazamos, la invitación no podrá cumplirse plenamente. Seremos excluidos del banquete por la fuerza.

La generosidad divina tiene necesidad de nuestra colaboración. Dios no puede purificar a una persona que rechaza la gracia, que se complace en el mal, que sigue siendo rebelde. Dios necesita nuestra fidelidad y nuestra docilidad para poder colmar nuestro corazón. 

Pidamos al Señor que nos ayude a ponernos a ponernos el traje de fiesta, el traje de la gracia. Debemos llevarlo puesto para recibir la comunión. La Iglesia nos recuerda que si hemos cometido alguna falta grave, debemos purificarnos con el sacramento de la Penitencia antes de comulgar. Debemos estar en gracia de Dios para poder recibir todo el amor del Señor.

03 octubre 2020

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario – 04/10/2020

Se os quitará vosotros el reino de Dios.

Un hombre tenía una viña, que había plantado el mismo, y a la que le dedicaba sus cuidados. En la época de la vendimia envió sus trabajadores a recoger los frutos. ¿Qué sucedió? Los viñadores mataron a algunos de los siervos y los otros los apalearon. Mandó a otros que terminaron lo mismo. Le faltaba solo su hijo, pensó tendrán respeto de mi hijo. 

Jesús nos deja que obtengamos nuestras conclusiones: “y ahora cuando vuelva el dueño de la viña, ¿Qué hará con los labradores?”

La parábola está preparada en la primera lectura, por el canto del Profeta Isaías sobre la viña del Señor. La primera lectura y el Evangelio hablan de una viña, con una diferencia, en la parábola se avisan a las autoridades y en la canto de Isaías se avisa a todo el pueblo.

El canto de Isaías habla de la tristeza de Dios, presenta a Dios como el dueño de una viña: “mi amigo tenía una viña en fértil collado” El dueño tiene mucha dedicación: la plantó, construyó, cavó…la viña debía producir una uva excelente. Pero en realidad produjo uvas que no se podían consumir. ¿Sientes como Dios dedica tiempo a tu vida? ¿Sientes el cuidado de Dios? ¿te imaginas la tristeza de Dios, cuando ve que tu vida no va bien?

El profeta dirige su palabra a los habitantes de Jerusalén y les pregunta  en nombre de Dios, ¿Qué mas cabía hacer por mi viña que yo no haya hecho? En realidad, ha hecho todo lo posible, no ha descuidado nada.  De ahí que la reacción negativa del pueblo de Israel merezca un castigo: “quitaré la valla, la dejaré arrasada…” la viña quedará completamente desolada. ¿podrías responder a la pregunta anterior? ¿Qué más podría hacer Dios por ti?

Estas amenazas iban destinadas a una conversión y evitar el castigo.  Sin embargo esa conversión no se produjo y en consecuencia las amenazas se cumplieron como dice el salmo responsorial. En él el salmista se queja al Señor no sólo por haber abandonado la viña, sino también por haberla hecho devastar. ¿Tienes la experiencia del Salmista? ¿Eres capaz de buscar la conversión? ¿te quejas pensando que Dios te ha abandonado? 

En la parábola aparece una prefiguración de su misterio Pascual y de sus consecuencias. Jesús es consciente del destino de sus adversarios, pero intenta evitarles, las desgracias y las catástrofes que les amenazan.

Esta parábola debe ser una llamada de atención contra la actitud posesiva. Todos tenemos responsabilidades. Para todos es decisiva la actitud que asumamos respecto a estas responsabilidades. La tentación es tener una actitud posesiva, diciendo: “Dios me ha dado unos dones, soy su propietario, hago con ellos lo que quiero”. De este modo asumimos una actitud posesiva, en vez de ejercer la autoridad en bien de todos.

La actitud posesiva está en la base de muchísimo pecados y de muchísimas injusticias. Con ella querríamos alcanzar la felicidad, pero en realidad, no es eso lo que conseguimos. La verdadera felicidad sólo se encuentra en el amor y el servicio. Todos los dones, todos los talentos que Dios nos ha dado y nos da, son instrumentos para poder amar y servir a los demás. Si los usamos de una manera egoísta para buscar nuestro propio interés, nos parecemos a los labradores rebeldes de la parábola. Y las consecuencias serán desastrosas para nosotros.

Debemos pedirle al Señor que podamos adoptar su misma actitud. “Él no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” no quiso aprovecharse de los dones del Padre en su propio beneficio. Jesús siguió siempre su camino de amor y de servicio.

Este es el camino que Jesús nos ofrece y podemos recorrerlo gracias a la Eucaristía, donde se nos ofrece de una manera total y completa posible. Jesús asume en la Eucaristía una actitud completamente opuesta a la posesiva: Toma el pan y se lo da a los discípulos, diciendo: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”

Los cristianos estamos llamados a vivir de manera generosa con este espíritu de amor y de servicio. En él encontramos la alegría perfecta, la alegría divina, que el Señor quiere comunicarnos.

En resumen:

1.     Don ¿Reconoces el don de Dios?

El mundo, don de Dios para el hombre. Es la viña que Él ha plantado y cuidado paciente- mente con mimo de jardinero; lo ama y lo deja, sin desentenderse de él, en manos de unos labradores para que lo cultiven en libertad, desarrollen sus capacidades y den frutos abundantes. 

No son jornaleros de temporada ni trabajadores que tengan que sacar el máximo provecho en el menor tiempo posible.

Dios ama a la creación y a los hombres y los hace colaboradores de su obra. En ellos está acoger el don y agradecer esa elección para hacer posible el proyecto del Dios, Señor de la creación.   

2.     Amor no correspondido ¿Correspondes a este amor?

Ese proyecto de Dios de hacer del mundo una mesa común se ve frustrado. La parábola habla de violencias en cadena. Llamados a ser cuidadores y cultivadores, los hombres se confabulan y se convierten en cómplices de secuestro y asesinato. Quieren ser dueños y propietarios. Sabemos que el sentido de propiedad excluye y elimina. Con este título no tendrán  que dar cuenta ante nadie. «Venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia». Muy fuerte. Jesús encarna la lógica del Padre, la lógica del amor. No es sólo el Señor de la creación y de la historia sino el Padre. “Enviaré a mi hijo”. 

26 septiembre 2020

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario – 27/09/2020

¿Qué os parece? ¿Quién cumplió la voluntad del padre?

En el Evangelio de este domingo, Jesús nos habla mediante parábolas, otra vez. Es un modo sencillo pero lleno de sabiduría y fácil de entender. 

La parábola del domingo pasado, los jornaleros enviados a trabajar en la viña, era una enseñanza a los discípulos sobre el Reino; la de este domingo está dirigida a las autoridades (sumos sacerdotes y ancianos).

Esto explica la diferencia de forma y de fondo de cada parábola. 

-En la parábola del domingo pasado quiere que sus discípulos entiendan las actitudes que hay que vivir en su Reino: los últimos serán los primeros. Todo es don gratuito de Dios. 

-En la parábola de hoy, les hace una pregunta: ¿Qué os parece? ¿Quién cumplió la voluntad del padre? Hoy reflexionamos acerca de nuestra coherencia de vida. Mi vida y mi fe, ¿están unidas? ¿están desconectadas?

La respuesta de los sumos sacerdotes es clara: el primero. El que después de haber dicho no a su padre, va a trabajar. Entonces Jesús recoge la respuesta y les interpela con sus vidas, en concreto, con su actuación respecto a la predicación de Juan el Bautista y cómo han actuado las prostitutas y los publicanos. Ellos han dicho que no a Juan el Bautista, son semejantes al segundo hijo, que no cumple la voluntad del padre, no van a trabajar. Los pecadores públicos, semejantes al primer hijo, han pecado, han dicho que no, pero se han arrepentido y han creído por la predicación de Juan de el Bautista. 

El hijo que dice que sí y no va, representa a los que conocían a Dios y seguían su ley; pero después en el momento práctico, cuando se trata de aceptar a Cristo, que era el fin de la ley, se han vuelta atrás.

El hijo que dice que no va y va, representa a los que en un tiempo vivían fuera de la ley y de la voluntad de Dios; pero después, ante Jesús han recapacitado y han acogido el Evangelio.

¿Qué nos dice hoy a nosotros estas páginas del Evangelio?

-      Que las palabras y las promesas no sirven, sino van acompañadas de obras. 

¿Qué esperan de ti? ¿Qué esperas tu de los demás? ¿Coincide lo que dices con lo que haces? ¿Coincide tu pensamiento con tus acción? A veces hay una fractura entre nuestro pensamiento, nuestras palabras y nuestras acciones, y esto genera una incoherencia. La incoherencia es un pecado permanente de nuestra Iglesia y de nosotros en ella. 

La incoherencia resulta odiosa en la vida cristiana, lo que hay entre lo que se profesa o promete en la iglesia o cuando se ora y lo que después es y hace fuera, en el trabajo o en casa. Hacer la parte del hermano que dice sí en la iglesia y la parte del hermano que dice no en la vida. El mundo nos juzga por los hechos y no por las palabras. “Es mejor ser cristiano sin decirlo, que decirlo sin serlo” decía San Ignacio de Antioquía.

Pero también de este principio de puede abusar, hay personas no creyentes o no practicantes, que están siempre dispuestas a aportar una excusa: “los que van a la iglesia son peores que los demás”, creyéndose así justificados, porque ellos no van a la iglesia y no rezan. El bien y el mal son determinados sólo según su gusto y su interés. Si la mujer va a la iglesia, entonces debe callar y no responder, sin tener en cuenta que también quien reza y se esfuerza por vivir el Evangelio es una persona humana y puede tener su luchas y límites. Y después si se tratase de una incoherencia, ésta no es nunca una excusa para nadie: cada uno debe responder delante de Dios y ante su propia incoherencia de lo que él hace, no de la que hacen los demás.

Jesús nos dice a nosotros que lo importante no son las apariencias sino el interior del corazón. El que honra a Dios no es el que cumple los ritos externos, el cumplidor de muchas normas… sino el que cumple su voluntad: la de ir a trabajar en la viña. Estos son los trabajadores auténticos.

¿Te gusta el sí fácil, sin compromiso? ¿usas muchas palabras, pero no tienes compromiso?

¿Simplifico mi cristianismo a un “sí” que luego no tiene un compromiso?

Revisa si tu vivencia de la fe, se reduce a unos ritos externos, que no se traducen en detalles de cada día, que expresen el mandato del amor? ¿Responden tus palabras a la voluntad de Dios? 

¿Qué podemos hacer?  Porque no hacer nada, es como decir que sí y luego no ir a la viña. Intentemos hacer algo.  El Papa nos propone cuatro verbos:

-Conocer ¿los conocemos?

-Escuchar ¿Los escuchamos? ¿cuándo?

-Compartir ¿Compartimos? ¿Cómo?

-Colaboramos ¿puedo colaborar? ¿Es fácil? ¿Por qué? 

Es necesario volver a la conclusión: “os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan delantera en el camino del reino de los cielos”

Ninguna frase de Jesús ha sido tan manipulada como esta. Aquello por lo que Jesús aprecia la prostitución no es por su manera de vivir sino por su capacidad de cambiar y de poner al servicio del bien la propia capacidad de amar. Como la Magdalena, que, habiéndose convertido, siguió a Cristo hasta el calvario y llegó a ser el primer testimonio de la resurrección. Los publicanos y las prostitutas se han convertido por la predicación de Juan el Bautista; los sacerdotes y los ancianos no.

¿nos quedamos sólo en palabras, en sentimentalismos, en buenas intenciones, en ritos externos? ¿Vivo mi vida cristiana aparentando lo que no siento, ni pienso? ¿Reconozco que necesito una conversión interior?

Podríamos resumir las enseñanzas de Jesús con las palabras que él mismo pronunció en otro momento: “no todo el que diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad del Padre” y esta es la voluntad: “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

19 septiembre 2020

XXV Domingo del Tiempo Ordinario – 20/09/2020

 “Id también vosotros a mi viña”

1.- ¿Es aceptable el modo de actuar del propietario, que proporciona la misma paga a quien ha trabajado una hora y a quién ha trabajado el día completo? ¿Esto no destruye el principio de justa recompensa?


La dificultad nace del error. ¿Se considera el problema de la recompensa en general o en referencia a la recompensa eterna en el cielo?

Visto así contradice el principio: “Dios dará a cada cual según sus obras” (Rom 2, 6). Jesús se refiere aquí a una situación concreta, el denario, que les viene dado a todos, es el reino de los cielos, que Jesús ha traído a la tierra; es la posibilidad de entrar a formar parte de la salvación.

La parábola comienza diciendo: “el Reino de los cielos se parece a un propietario, que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña”.

Por lo tanto el tema central es el Reino de los cielos.

El problema es el de la división: entre hebreos y paganos; justos y pecadores, en relación a la salvación anunciada por Jesús.  Además si los paganos (pecadores, publicanos, prostitutas…), se han decidido por Dios ante la predicación de Jesús, mientras antes estaban lejos, no ocuparán una posición distinta en el Reino de los cielos. También ellos estarán sentados en la mesa del Reino de los cielos.

Dado que ellos tienen mas disponibilidad para acoger el Evangelio, que los llamados justos (fariseos y escribas), se cumple la conclusión de la parábola: “los últimos serán los primeros y los primeros últimos”.


Una vez abrazada la fe, si hay diferencias. En este caso, ya no es idéntica la recompensa de quien sirve a Dios durante toda la vida haciendo trabajar sus talentos al máximo, que respecto a quien sólo da a Dios los desechos de una vida con una confesión puesta como remedios, en el último momento.

Si Jesús hubiera puntualizado lo que ocurre al día siguiente cuando los obreros ya conocen el camino a la viña, la conclusión habría sido distinta. El propietario ya no habría dado la misma recompensa a quién se hubiera presentado a las cinco de la tarde, que a quién había “aguantado el bochorno del día”

¨     El amor de Dios es gratuito, no está ligado a nuestras “obras,” más o menos generosas, ni a nuestras jornadas en su viña, desde el amanecer o solo desde el atardecer de la existencia. Las “obras” no son el motivo para que Dios nos ame; su amor es gratuito; las obras son consecuencia de ese amor; nuestra correspondencia. 
¨     Tenemos que imitar en nuestros comportamientos con los demás el modo de actuar de Dios, la manera que tiene de pagar a sus jornaleros. Lo dice muy claramente el profeta Isaías en la primera lectura: «mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos...», mis planes y mis caminos son más altos que los vuestros, es decir, son más generosos ..., es bueno con todos, es cariñoso con todas las criaturas..., con los de última hora y con los de la primera. Hace salir el sol sobre buenos y malos...
¨     Dios nos desconcierta. Jesús nos sorprende y nos descoloca con esta parábola, como con tan- tas otras, como nos desconcierta la actitud y el comportamiento del padre con el hijo de la parábola, que se marchó de casa. Tenemos que reconocer que, en el fondo, a veces, no nos convence este modo de actuar, nos enfadamos un poco o un mucho, como los jornaleros de la primera hora, como el hijo mayor que no quiere asistir a la fiesta, alegrarse por el retorno del hermano en la ultima hora...

Es una parábola que pone en crisis a aquellos que quieren encajar el modo de actuar de Dios en sus maneras humanas de pagar, en su visión de la recompensa de Dios, en su idea de la bondad y la gracia de Dios como premio a nuestro buen hacer.

Pero podríamos preguntarnos ¿dónde está la clave para no enfadarnos, sino para alegrarnos de que al último se le haya dado como al primero?

Hemos tenido la suerte de que durante toda nuestra vida hemos conocido a Jesucristo, hemos tenido fe desde pequeños, nos enseñaron a rezar casi a la vez que aprendíamos a hablar. He podido creer y recibir la eucaristía tantas veces. He podido orar el padre nuestro cada día. He encontrado la esperanza y la consolación en el amor de Dios... Trabajar todo el día no es un esfuerzo, sino una gracia. Servirle desde siempre no es un peso sino una enorme alegría. Conocemos a Jesús desde siempre..., y eso es un don suyo, no la recompensa a nuestro esfuerzo. Los de la última hora reciben también el don del abrazo del padre..., pero podríamos decir que se han perdido muchos días, mucho tiempo, sin estar en la casa del padre. Se fueron, vuelven y se les recibe con alegría, pero dejaron mucho tiempo de estar en familia, de disfrutar del hogar y del cariño del Padre.

2.- Dios llama a todos y llama a todas horas.
Hay una llamada universal a trabajar en la viña del Señor. Quizás sea mas un problema sobre la llamada, que sobre la recompensa.

San Juan Pablo II dijo: “los fieles laicos pertenecen al pueblo de Dios, representado en la viña. La invitación “id también vosotros a mi viña” no cesa de resonar desde aquel día. Se dirige a todos, hombres y mujeres de este mundo… la llamada no se dirige sólo a los Pastores, sacerdotes, diáconos, religiosos… se extiende a todos, todos somos llamados personalmente por Dios”

¿Qué significa para ti ir a la viña del Señor?
La “viña” a la que estás llamado a trabajar, es tu mundo concreto, en tu realidad cotidiana. Es una llamada a vivir la santidad en tu trabajo diario, en tu relación con los demás… debemos santificarnos en la ordinaria vida profesional y social.

3. El problema del paro. “¿Cómo es que estáis aquí sentados sin trabajar? Nadie nos ha contratado” Esta misma respuesta podría ser dada por miles de personas hoy día. Al utilizar esta situación en la parábola pensamos que Jesús no es insensible a este problema. Si él describe también la situación, es porque él ha observado muchas veces esta situación y ha mirado a los desempleados con una mirada compasiva.

4. Hemos explicado que significa desde el plano espiritual y simbólico el hecho de que el propietario dé la misma paga a todos los trabajadores, independiente del tiempo que hayan trabajado. ¿Qué nos dice este proceder desde el plano humano? Aquel propietario sabe que los trabajadores de la última hora tienen las misma necesidades que los que comenzaron a trabajar a la primera hora. Dando la misma paga, el propietario demuestra no tener en cuenta el mérito, sino la necesidad. Muestra, ser bueno, generoso y humano.

El problema de paro, es económico, pero también humano. La persona desempleada se siente inútil, como si la sociedad la hubiera olividado y ella estuviese de más en el mundo. Estas palabras servirán poco, a los que están desempleados, pero sirvan para estar menos solos y arrinconados

No olividemos que todos estamos llamados a trabajar en la viña de Señor para alcanzar la eterna recompensa.

18 septiembre 2020

Comuniones y Confirmaciones Septiembre 2020








12 septiembre 2020

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario – 13/09/2020

¿Cuántas veces tendré que perdonar?

El tema del Evangelio de este domingo es el perdón. Pedro le pregunta a Jesús: “si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces tengo que perdonar?

Setenta veces siete, es la respuesta, es igual que decir: siempre. El perdón es una cosa seria, humanamente difícil, pero no es imposible.  No se debe hablar a la ligera, sin darse cuenta. Junto con el mandato de perdonar, es necesario ofrecerle a la persona un motivo para hacerlo.
Este motivo, Jesús lo explica mediante la parábola.

Un rey tenía un siervo, que le debía diez mil talentos. Una cifra muy elevada. Ante esta petición del siervo, el rey le perdona la inmensa deuda. Habiendo salido afuera, aquel siervo encuentra a un compañero que le debe una mínima cantidad, cien denarios. Del mismo modo, éste le suplica, empleando las mismas palabras, que él había empleado con el rey, que le perdonase. Pero no lo perdona y lo manda a prisión. ¿No debías tu también tener compasión de tu compañero, como yo tuve de tí?

Jesús concluye, “lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”

¿Por qué debo perdonar siempre? Porque Dios me ha perdonado primero y lo sigue haciéndolo  siempre. Jesús no se limita a ordenarnos que nos perdonemos, el motivo es que él nos ha perdonado primero. Mientras lo clavaban en la cruz: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”

No solo los perdona, los excusa. Actuando así, Cristo nos ha dado ejemplo de perdón, y nos ha dado la Gracia de perdonar. Nos ha dado una fuerza y una capacidad nueva, que no viene de la naturaleza sino de la fe.

San Pablo dice: “Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros” (Col 3, 13). Ha sido superada ya la ley del talión “ojo por ojo, diente por diente”, el criterio no es: lo que el otro te ha hecho a tí, házselo tu también; sino que es: “lo que Dios te ha hecho, hazlo tu también al otro”. El perdón Cristiano en esto va más allá del no re-sentimiento.

Esto quiere decir que hemos de ir despacio en la exigencia de la práctica del perdón, incluso para las personas que no comparten nuestra fe.  Esto no surge de la ley natura o de la simple razón humana, sino de Evangelio. Nosotros debemos preocuparnos de practicar el perdón, más que exigir que lo hagan los demás. Debemos demostrar con hechos  que el perdón y la reconciliación hasta humana y políticamente hablando es la vía mas eficaz para poner fin a los conflictos. Es mas eficaz que la venganza y la represalia, porque rompe la cadena del odio.

¿Perdonar siempre alimenta la injusticia y la prepotencia? No, el perdón cristiano no excluye que tu puedas también, en ciertos casos, denunciar a la persona y llevarla ante la justicia, sobre todo cuando están en juego los intereses de los otros.

Hay perdones para casos muy graves, y hay perdones de cada día: en la vida en pareja, en el trabajo, entre familiares, entre amigos, colegas, conocidos... ¿Qué hacer cuando uno descubre que ha sido traicionado por el cónyuge? ¿O en el trabajo? ¿Perdonar?...
Se verifica lo dicho por Jesús: “¿Quién de ellos le amará mas? Respondió Simón: supongo que aquel a quien perdonó mas” (Lc 7, 42-43)

Algunos dicen: “yo quiero perdonar, pero no lo consigo”. No consigo olvidar, apenas veo a aquella persona, y no puedo olvidar” Es normal que se reaccione así. Lo importante no es lo que tú sientes sino lo que tu quieres. Si quieres perdonar, si lo deseas, ya has perdonado. No debes conseguirlo por tí mismo la fuerza de perdonar, sino de Cristo.

Tenemos que estar atentos: podemos pensar que siempre somos acreedores de perdón y nunca tenemos deudores. Si lo pensamos bien,  cuando vamos a decir “Te perdono” diríamos: “perdóname”. Más importante que perdonar es pedir perdón.

Jesús ha resumido toda la enseñanza del perdón en pocas palabras, que ha incluido en la oración de Padre nuestro, para que frecuentemente nos acordemos: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Esforcémonos en perdonar a quién nos ha ofendido; de otra manera, cada vez que nosotros solos repetimos estas palabras pronunciamos nuestra misma condenación.